A caminar cuando menos, que la primavera no llega sólo por llegar, viene con sus propósitos, que más que intenciones son obligaciones para todos, aunque las causas sean diferentes. A unos por jóvenes, a otros por viejos, a aquéllos por gordos, a éstos por flacos y, en fin, que escape no hay para nadie.
Allá por los veinte la gente iba a la Alameda de madrugada. Porque eso es lo malo de todo esto, que la cosa para que valga tiene que suceder al amanecer. Desde su casa, viviera donde viviera, acompañado de sus vecinos de cuadra, uno de cada casa cuando menos, llegando la primavera madrugaban para ir a caminar. Hoy la cosa ha cambiado, unos siguen yendo a La Alameda, pero hay quienes van al parque de su colonia o al club al que pertenecen, pero de ir a caminar, a trotar o a correr a eso del alba, no hay quién se escape en cuanto llega abril.
Y abril llega siempre, como bien lo sabes. Lo bueno de antes era que, entonces, la cosa no duraba más de uno o dos meses, lo que duraba el entusiasmo de la novedad. Pero a principio de los sesenta a Kennedy, John F., se le ocurrió declarar que correr o caminar, todo mundo debería hacerlo y, efectivamente, el mundo no para desde entonces.
A los diferentes sitios donde caminan, trotan o corren, unos salen desde su casa a pie, otros, cuando lo tienen, van en su coche, que tampoco hay para qué exagerar, pues, si Kennedy dijo lo que dijo, cientos de años antes los chinos habían dicho que “más valía estar sentados que parados y parados que caminando”. Cada época tiene lo suyo, no cabe duda, pero en ésta sigue imperando el caminar, a manera de homenaje a quien lo dijo.
Aunque la mayoría camina, ya lo hemos dicho, por la mañana, no faltan los sibaritas que se tratan bien y se regalan esa media hora o esa hora de más en su cama o petate para disfrutar la temperatura ideal del amanecer, dejando para después el caminar, el trote o a la carrera, que algunos hacen hasta por la noche.
Y lo que son las cosas, el caminar les sirve a unos para perder algunos kilos, pongamos por caso y a otros para todo lo contrario. Por eso en los sitios donde se reúnen se ve de todo: flacos y gordos. Claro que no todos tienen la fuerza de voluntad necesaria para insistir desde abril hasta octubre, cuando la temperatura cambia, pero hay qué ver el entusiasmo con que comienzan y la discreción con que dejan de ir sin festinarlo, para volver a insistir el año siguiente. Es encomiable su insistencia, a sabiendas de que no durarán lo necesario para que el caminar, o lo que sea, acabe por hacerles bien.
Los y las que, de plano, se cansan a los pocos pasos, si pueden, acuden al recurso de la bicicleta, la cuestión es no desaprovechar su facultad de poder despertar temprano, por eso hay quienes se conforman, no pudiendo más, sólo con subirse a su coche y llegarse en él hasta los sitios donde los otros se ejercitan, pasando despacio y respirando profundamente, llenando sus pulmones con el fresco mañanero. Peor es nada.