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A Cien Por Hora

Ricardo Rubín

BANDERAZO DE SALIDA.- El ?Bar Alemán? estaba en la avenida San Juan de Letrán de la Ciudad de México, entre las calles Venustiano Carranza y República de Uruguay... Llegué allí por primera vez en una de esas tardes cálidas y brillantes tan especiales del Distrito Federal. El bar era un salón no muy grande, con una larga barra del lado derecho y una docena de mesas. Sobre el mostrador destacaban las espitas de los barriles de cerveza y detrás de la barra había un gran espejo... Ocupé un banquillo frente al mostrador y la mujer que lo atendía me sirvió un vaso de la rubia y espumosa bebida... La probé y me supo bien y le pregunté si la cerveza era legítima alemana y me aseguró que sí... Después, según charlé un poco más con ella, supe que se llamaba Pilar y que era la esposa de Fritz, el dueño del bar. Le pedí a Pilar algo de comer y me trajo un plato con gruesas rebanadas de salchichas fritas, pan negro y mostaza... Cuando llegué sólo había pocos parroquianos que acudían al mostrador a pedir lo que deseaban tomar, y luego se iban a sentar a sus mesas pues no había meseros. Después llegaron algunos más.

CURVA PELIGROSA.- En otras visitas que hice al ?Bar Alemán? conocí a Fritz, el esposo de Pilar. Era un alemán de corta estatura que usaba un delantal tan largo que pensé que lo podía pisar al caminar y caer al suelo en cualquier momento. Era callado pero amable y me contó que hacía más de diez años que no veía a sus hijos, pero que mantenían comunicación con largas cartas que se enviaban cada mes. Le pregunté por qué no había ido a verlos si tenía los medios suficientes para hacerlo, me miró como si le hubiera hecho una pregunta difícil y no me contestó nada... Al bar iba un grupo de amigos de Fritz, también alemanes, que jugaban dominó, bebían rebosantes tarros de cerveza y comían grandes cantidades de salchichas de diverso tipo. Todos hablaban poco, pero lo hacían en alemán y formaban un círculo cerrado... Yo siempre ocupé el mismo lugar en la barra, junto a las espitas de la cerveza, pues así podía charlar con Pilar y estar al tanto de todo lo que sucedía en el local.

RECTA FINAL.- Me gustaban aquellos altos y delgados vasos de cerveza con una tercera parte de espuma. Era cerveza tipo Pilsener y no era tan amarga como supuse al principio... Pilar y Fritz se habían casado después de algún tiempo que ella comenzó a trabajar en el bar. Era soltera y Fritz era viudo y tenía dos hijos en algún lugar de Alemania. Pilar era feliz pues su marido era muy bueno con ella y con su madre. Él hablaba español pero ella no había aprendido más de media docena de palabras en alemán... Cerca del ?Bar Alemán?, cruzando San Juan de Letrán y en la calle Artículo 123 había otro restaurante alemán, el ?Yumurí? donde servían una rica comida alemana y al que solía ir a comer con mi esposa Rosa Martha. Nos encantaban los platillos de salchichas de todo tipo pero nunca el saurkraut o col agria, y cómo nos deleitamos con el apple strudel o pastel caliente de manzana con nieve.

META.- En otro rumbo de la ciudad, hacia el norte, estaba el restaurante ?Bremen?, también alemán, al que fuimos dos o tres veces. La comida no era tan buena como en el Yumurí pero había en las paredes fotos de varios tipos de barcos de carga alemanes. Al parecer el dueño del lugar era un capitán de la marina mercante de su país que había llegado a nuestro país y se quedó cuando estalló la Segunda Guerra Mundial... El ?Bar Alemán? cerró sus puertas algunos meses después y nunca supe por qué. Tampoco volví a ver a Fritz ni a Pilar. Deseo que al fin Fritz haya decidido viajar a Alemania con su esposa para estar cerca de sus hijos.

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