Da pena y tristeza observar el dramático deterioro del ambiente social y político que ha sufrido México de cuatro años a la fecha.
A estas alturas del año 2000 todo en México era optimismo, planes, esperanza, alegría, motivación y compromiso.
El triunfo de la oposición en julio de ese año despertó una energía fuera de serie. Y no era para menos, setenta años de dominio de un sólo partido merecían mucho y más.
Hoy con profunda preocupación observamos a un país dividido, enfrentado entre los grupos políticos, con una economía inconsistente, una inseguridad galopante y lo más grave, con una ausencia de liderazgo firme y visionario.
A Vicente Fox le ha ganado el cansancio y el desgano. La tarea de renovar a un país es gigantesca y al no haber integrado un equipo humano de altura ha tenido que luchar prácticamente solo en medio del recio vendaval.
Ahí tenemos a un incoloro Santiago Creel, más preocupado en la sucesión de 2006 que en alcanzar un acuerdo político nacional; Fernando Canales todavía no logra ligar golpes en materia económica; Felipe Calderón se fue por la tangente cuando más falta hacía; Francisco Gil Díaz cumple satisfactoriamente su tarea, pero sin arremangarse la camisa.
Luis Ernesto Derbez no alcanza a conocer el complejo mundo de la diplomacia; el general Rafael Macedo es quizás el hombre clave del gabinete foxista en la lucha contra el crimen, pero cuatro años después advertimos que Alejandro Gertz Manero estaba demasiado viejo para el cargo.
De Presidencia se va un hombre clave como Alfonso Durazo y se fortalece la señora Marta Sahagún. El Presidente se queda todavía más aislado y sujeto a las decisiones y desavenencias de su señora esposa.
El Gobierno del Distrito Federal, factor clave para la estabilidad del país, vive tiempos de enorme incertidumbre y de constantes golpeteos.
La estrategia del algunos sectores del PRI de divide y vencerás ha dado resultados sorprendentes. Primero se enfrentó a Fox con López Obrador, después vino la división del PRD con los videoescándalos y la película prosigue con la crisis interna que viven los panistas ante la lucha del poder con miras a 2006.
No es sorpresa, pues, que las últimas elecciones las haya dominado el PRI, partido que ha sabe manejarse muy bien en el río revuelto.
Si volvemos la vista atrás llegaríamos a la conclusión de luego del levantamiento de Atenco comenzó a debilitarse el actual Gobierno. Los machetes se impusieron sobre la Ley y desde entonces el hampa hace de las suyas a pesar de golpes muy publicitados pero finalmente aislados.
Sólo en el Distrito Federal se reportan anualmente 760 asesinatos y 1,300 violaciones. Para tener una idea en Nueva York se registraron el año pasado 597 crímenes. Relativo a secuestros, México ocupa el segundo lugar en el mundo después de Colombia. En 2003 ambos países registraron tres mil y cuatro mil secuestros respectivamente.
Ante el volumen de la tormenta es por demás comprensible el cambio de estafeta en la Secretaría de Seguridad Pública, pero la sorpresa radica en la selección de Ramón Martín Huerta como nuevo titular.
El presidente Fox escoge a un hombre de sus confianzas, pero sin una experiencia sólida en materia de seguridad pública. Martín Huerta es panista de cepa, administrador de profesión, relevó a Fox en el Gobierno de Guanajuato y hasta la semana pasada fue Subsecretario de Gobernación.
Tendrá en sus manos la enorme responsabilidad de hacer realidad las promesas que hiciera Vicente Fox al pueblo mexicano a raíz de la mega marcha ciudadana del domingo 27 de junio.
Sin duda en 2006 ganará el candidato y partido que ofrezcan mejores alternativas para erradicar la violencia y la inseguridad. Al PAN le quedan dos años para demostrar que puede con el paquete mientras que el PRI y el PRD se encargarán de echar cuanta leña a la hoguera les sea posible.
“¿En dónde está el piloto?”, titulaba un artículo periodístico en tiempos de Ernesto Zedillo que fue muy comentado. Ahora la pregunta sería: ¿A dónde llevan a México?
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