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Abucheos y rechiflas

Gilberto Serna

El asunto no es algo que podamos pasar por alto y seguir nuestro camino haciendo como si nada hubiese sucedido. Es verdad que el asunto de suyo bochornoso en que participó el dirigente del Partido Verde Ecologista de México logró sofocar de alguna manera la escandalera que armaron los trabajadores que asistían a la asamblea nacional ordinaria de su confederación. Una falta absoluta de respeto a nuestro Presidente como esta generación de mexicanos haya visto antes. Las huestes cetemistas no se percataron de que no es socavando el prestigio de la institución presidencial como este país puede avanzar. El hombre que trae consigo el lábaro patrio ceñido al pecho es el Presidente de todos. Bueno, malo o regular, sea lo que sea lo elegimos abrumadoramente, bueno no tanto, para que dirigiera al país por seis años. De acuerdo, no nos desgarremos las vestiduras, lo que aconteció no es síntoma alguno de descomposición política. Sólo pensamos que era un invitado al que debió dársele un tratamiento distinto. Lo dice el viejo refrán: lo cortés no quita lo valiente.

Es cierto lo que aduce Vicente Fox, a quien los colores se le subieron a la cara, se viven tiempos inéditos en que todo puede ocurrir y aclaró, los tiempos de la democracia, del diálogo y de la libertad. Los rostros en las butacas del auditorio revelaban descontento ante las cifras que leía el Presidente. Los ánimos estaban caldeados. Los gritos descompuestos retumbaban en las paredes del cerrado recinto. Los trabajadores se desgañitaban no parando de vociferar como si de pronto el Presidente, por obra y gracia de los dioses que rigen el destino de los hombres, hubiera entrado en medio de una batahola de gentes disputándose el dudoso mérito de ver quien despepitaba las peores sandeces con mayor furia. Allá en el atril, el orador enmudecía esperando que amainara la tormenta que a cada momento crecía cuando, al proseguir, hablaba de la recuperación del salario y de un menor desempleo.

No sabemos que llevó al Presidente a aceptar asistir al evento. ¿De nuevo los servicios de inteligencia fallaron? ¿Nadie supo lo que ahí se iba a escenificar? ¿Acaso no percibieron que se trataba de un acto de un grupo recalcitrante con tintes partidistas? Y lo peor, como quien estudia un libro sin abrir las tapas, la consigna en el equipo gubernamental fue no darle importancia al asunto considerando que, eso de la algarabía estentórea y señales obscenas, suele ocurrir a fortiori velis nolis en los pueblos donde impera la libertad. Estoy seguro que es más grave que eso, pues no es la lectura que a un asunto de esta magnitud debe dársele. Aun reconociendo que el comportamiento de los económicamente vapuleados obreros no fue el adecuado, al faltarles el sentido de caballerosidad de un anfitrión bien nacido que recibe a un convidado en su casa, debe analizarse con amplitud de criterio, a que obedeció tan abrupta manifestación. ¿Fue acaso que le pusieron un trampa al Ejecutivo, preparando para que armaran la boruca a quienes suelen obedecer ciegamente las directrices de sus líderes? ¿Se trató de una manifestación espontánea producto de una disconformidad que rebasó la disciplina a la que están acostumbrados? En los días que siguen ¿se repetirán con mayor virulencia lo que hasta ahora ha dejado la fuerte impresión de ser una protesta de las clase trabajadora?

Lo único que quedó claro en esa reunión es que los trabajadores aplaudieron a rabiar al presidente del CEN del PRI, Roberto Madrazo, quien participó, un día después que el Presidente, en la misma tribuna. Esto es otra incongruencia que cabría aclarar. A Madrazo lo han acusado sus malquerientes de todo. Lo han pintado como un monstruo carente de los escrúpulos normales que posee un ser humano. De él se comenta que no es hombre veraz, que no tiene palabra, conociéndosele, más bien, como mentiroso. No obstante, todo parece indicar que la clase trabajadora no piensa lo mismo; a menos, todo es posible, que haya sido una farsa bien montada. Ante la plana mayor de la CTM, pilar del sector obrero del tricolor, los mismos trabajadores que abuchearon a Vicente Fox, recibieron al presidente de su partido político, con estribillos laudatorios, coreados con los puños en alto. Las porras, relatan los cronistas, parecían interminables. ¿Esto tampoco nos dice algo?

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