EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Actos de barbarie/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Los hechos son bien conocidos, pues los medios de comunicación han dado cuenta sobrada de ellos.

Lo acontecido en San Juan Ixtayopan pone de nueva cuenta sobre la mesa de las discusiones aspectos fundamentales de nuestra vida nacional. La desesperación de la gente ante la impunidad de los delincuentes; la falta de coordinación entre los cuerpos policíacos; la sicología criminal de las masas y la presunta ingobernabilidad, entre otros temas.

Ante los hechos consumados, todos nos rasgamos las vestiduras. Todos son culpables menos nosotros. Todos han fallado, nosotros no. Todos criticamos acremente, pero sin comprometernos a aportar lo necesarios para que esos hechos no se repitan.

Muchas son las cifras que se han manejado en los últimos días. Pero bástenos con recordar aquí que tan sólo en el Distrito Federal se han realizado veinticuatro linchamientos en los últimos tres años. La cifra a nivel nacional es sin duda mayor.

Es cierto que la gente vive inmersa en una psicosis que en ocasiones como la comentada les basta con advertir la presencia de alguien extraño a la comunidad para que reaccione violentamente.

Pero es muy distinto que en ejercicio de un derecho detengan a un delincuente o presunto delincuente y lo entreguen a las autoridades para que ellas realicen los trámites legales, a hacerse justicia por propia mano. Y menos al extremo de privar de la vida a otros sólo porque suponen que son delincuentes.

Desde el punto de vista científico esos comportamientos se explican diciendo que: “El individuo integrado a una masa adquiere, por el mero hecho del número, un sentimiento de potencia invencible que le permite ceder a instintos que, por sí solo, habría frenado forzosamente”.

Tal cual se mostró esa turba enardecida que golpeó hasta la muerte a los policías y le prendió fuego a dos de ellos cuando todavía estaban vivos, se sentía “potencialmente invencible”. Debemos suponer que lo hicieron azuzados más que otros por los traficantes de droga que de esa forma querían mandar el mensaje de que ningún elemento policiaco debe adentrarse en sus dominios.

La gente cayó en el engaño, se sintió poderosa y aún un día después algunas de ellas justificaban el hecho como algo ejemplar para los delincuentes.

Los medios de comunicación se lanzaron y no sin razón contra los jefes de las distintas corporaciones policíacas, pero sin reconocer obviamente que muchas veces han sido ellos quienes alientan este tipo de conductas al dar cuenta de actos violentos que quedan impunes.

Exigen ejecutividad y energía de los jefes y efectividad de los elementos al mando de ellos y no advierten que en muchas ocasiones los propios medios han impulsado el que se les juzgue y castigue (aún después de haber transcurrido muchos años) porque en un determinado momento de su vida tuvieron que tomar decisiones.

Algo semejante sucede con los policías que temen actuar ante la posibilidad de perder su trabajo en virtud de ser acusados de violar los derechos humanos de los delincuentes e incluso tiene miedo, como es natural, a perder la vida porque en todos esos operativos ellos van desarmados y los grupos a los que se enfrentan con frecuencia portan armas de fuego.

Cierto es que hay la impresión de que la policía siempre se excede. Pero también lo es que, en términos generales, como pueblo, no creemos en nuestras autoridades y el policía es en las calles la primera y más inmediata personificación de la autoridad.

Los hechos de esta naturaleza se multiplican. Así vemos cómo los comerciantes de productos piratas agreden en Nuevo León a los policías federales que les decomisan la mercancía ilegal que expenden. En Cancún encuentran los cuerpos de nueve personas que fueron ejecutadas por narcotraficantes. Tres de ellas eran policías federales antinarcóticos.

Y todos estos hechos sucedieron sólo en esta semana.

Todo esto nos debe llevar a la conclusión de que el problema no es sólo de la autoridad. Que somos nosotros como sociedad los que debemos respaldar sus acciones y confiar en ellas. Exigir, sí, pero también aportar. Respetar los derechos de los demás. Ajustar nuestras acciones a la Ley. No alentar las conductas antisociales. No festinar las desgracias de otros ni solazarnos morbosamente ni alentar a los medios de comunicación que diariamente hacen apología de la violencia.

Lo que vivimos esta semana no es un hecho inédito. Es más, forma parte de la literatura universal y está plasmado en una obra muy conocida, debida a la genial pluma de Félix Lope de Vega Carpio, a la que el poeta y dramaturgo español denominó: “Fuenteovejuna”.

Son sin duda actos de barbarie. Pero no cerremos los ojos ante los pequeños actos de barbarie que cometemos todos los días y que, como sociedad, acaban por conducirnos a esos actos abominables.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 121533

elsiglo.mx