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Addenda/Aromas y recuerdos

Germán Froto y Madariaga

Se inició diciembre y con él sus fiestas y reuniones con todo cuanto de grato éstas implican.

Es por eso y porque disfruto mucho las fiestas navideñas, que prometo solemnemente, durante las próximas semanas, no abordar temas políticos ni aquellos que tengan relación con la problemática nacional.

Pienso que a todos nos hace bien un descanso. Olvidarnos un poco de este complicado devenir cotidiano y entregarnos a la lectura de tópicos que si bien pueden ser triviales, cuando menos nos alejan de los conflictos y nos hacen recordar los gratos momentos que seguramente hemos pasado en estas fechas rodeados de la familia y los amigos.

Estoy consciente que para algunos, por motivos personales, estas no son fechas agradables. Pero sé que para la gran mayoría están impregnadas de recuerdos felices, sorpresas imborrables y momentos de alegría.

La vida me ha brindado la oportunidad de poder viajar lejos, muy lejos. De conocer lugares maravillosos en los que la Navidad se vive de otras formas igualmente hermosas, por distintas que sean de las nuestras. Pero jamás podrían superar toda la dicha que para mí representaba estar esas fechas al lado de mis padres, hermanos y amigos.

Durante mi niñez, desde los primeros días de diciembre, el lugar obligado como punto de reunión familiar era la diminuta cocina (el centro del hogar) de nuestra pequeña casa en la privada de la Degollado.

Todas las tardes, al llegar de la escuela, nos juntábamos ahí para ver qué estaba preparando mi madre.

La casa se llenaba entonces de aromas. De manera especial, recuerdo el de la canela con que ella preparaba los buñuelos. El de las galletas a punto de salir del horno. El de las guayabas y los tejocotes con las que elaboraba el ponche.

No podían faltar los tradicionales tamales cuyo ritual de preparación comenzaba por poner las hojas en remojo, cocer la carne e ir a comprar la masa especial.

Todos estábamos dispuestos a ayudar. Pero lo hacíamos por el mezquino interés de que las cosas estuvieran listas cuanto antes para empezar a consumirlas.

Con toda anticipación a esas fechas, mi padre compraba un pavo, al que confinado en el patio alimentábamos abundantemente ignorando que el pobre animal sería parte de la cena de Navidad.

Como era natural, nosotros nos encariñábamos con aquel plumífero. Jugábamos con él y lo cuidábamos bien.

Llegado el momento, mi padre anunciaba que había que sacrificarlo y la casa se llenaba de llantos, quejas y reproches.

Él ponía oídos sordos a nuestras peticiones de clemencia e indulto y decía que se iba a llevar al guajolote para “darle su agüita”. Era su forma encubierta de decir que lo iba a mandar matar.

Nosotros lo llorábamos durante horas. Pero finalmente se nos olvidaba el asunto y en la Noche Buena le clavábamos el diente al animal, bien doradito, sin ningún remordimiento.

Lo que sucedía en mi casa respecto a la preparación de gollerías, dulces y platillos especiales se multiplicaba en las casas del barrio.

Aquello era como en las fiestas de San Juan de las que habla Serrat en su canción, pues todos compartíamos todo sin distinciones de ninguna naturaleza. No había puerta cerrada para los pequeños vecinos de aquella privada.

A donde entrara uno había algo que nos ofrecían para degustar. Era entonces el tiempo de andar de casa en casa comiendo aquí y allá todo tipo de deliciosos platillos.

Las familias compartían generosamente lo poco o mucho que tuvieran, por lo que uno iba y venía con comida de una casa a otra con el consabido mensaje de: “Que aquí les manda mi mamá”.

Seguramente que no faltaba el vecino envidioso que se guardaba para sí las más ricas golosinas. Pero si los había lo he olvidado. Porque la mayoría era de una gran generosidad y entre tanta virtud se pierde cualquier vileza.

Fuera de ese pequeño y maravilloso mundo que era en tales fechas mi viejo y querido barrio, había otro mundo igualmente maravilloso, alegre y lleno de luz y color. Era el mundo de mi ciudad que se transformaba entonces, como se transforma ahora, ante los ojos de los niños y de los que gustamos de volver a ser niños especialmente cuando llega la Navidad.

Pero ése es otro tema al que espero pronto volver.

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