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Addenda/España, en el corazón

Germán Froto y Madariaga

Para quienes amamos la paz y repudiamos todo género de violencia, el día de ayer fue un día triste, muy triste.

España, país al que por múltiples razones llevamos en el corazón, fue alcanzado por el largo y criminal brazo del terrorismo en el atentado de mayor magnitud en su historia.

La información al detalle todos la conocemos ya. Diez bombas estallaron en trenes suburbanos de Madrid, matando a casi doscientas personas e hiriendo a más de mil quinientas.

De inmediato, los ojos de los españoles voltearon hacia la ETA y la responsabilizaron del atentado, aunque ésta se deslindó de ataque. Sin embargo, motivos sobrados tiene para haberlo hecho, pues esta organización terrorista vasca hace décadas que se desbordó y dejó de tener su “razón de ser” (según algunos) pues siempre se ostentó como el brazo armado de un pueblo que durante largo tiempo fue a su vez atacado y perseguido por el régimen franquista.

Pero pocas horas después del atentado, un diario árabe publicó una comunicación de un grupo islámico vinculado a Al Qaeda mediante el cual reivindicaba el ataque de Madrid, como una respuesta al apoyo que el Gobierno de José María Aznar otorgó a los Estados Unidos en su lucha contra Irak.

“¿Aznar: ¿Dónde están ahora los Estados Unidos? ¿Quién te protegerá de nosotros a ti, a Gran Bretaña, Japón, Italia y a otros?”. “Si está bien que ustedes maten a nuestros niños, nuestras mujeres, nuestros ancianos y nuestros jóvenes en Afganistán, Irak, Palestina y Cachemira, ¿cómo van a prohibírsenos a nosotros matar a los de ustedes?”.

Tal es la parte del texto atribuido a Al Qaeda que sirve de absurda justificación al grupo terrorista para haber llevado al cabo su criminal acto.

Y yo me pregunto. ¿Son responsables los pueblos de las acciones de sus Gobiernos? ¿Hay alguna justificación moral para quien ataca a civiles inermes?

Creo que no. Como tampoco creo que haya un Dios que aliente a sus hijos a atentar contra la vida de otros.

La única explicación posible de un acto mediante el cual se priva de la vida a otro ser humano es la legítima defensa.

Los Gobiernos, por su parte, han tratado de justificar la guerra como una forma de evitar males mayores. Pero es mentira en la gran mayoría de los casos. Simples pretextos (como el de las bombas bacteriológicas) con la intención de ocultar las ambiciones de poder, de dominación territorial o de expansión con fines aviesos.

¿Cuántos de esos hombres y mujeres que murieron o resultaron heridos en Madrid habrán marchado en contra de la guerra, cuando el Gobierno de Aznar decide apoyar la intención del presidente George W. Bush de marchar sobre Irak?

Seguramente muchos. Y lo que menos pensaron entonces, cuando protestaron por la guerra, es que, no obstante ello, pagarían con su vida la absurda determinación de Aznar.

Ni quienes murieron en las Torres Gemelas, ni los que ahora sucumbieron en Madrid, fueron quienes atacaron a poblaciones civiles como las que menciona el comunicado.

Pero, ¿cómo pedirle racionalidad a quienes actúan cotidianamente en forma irracional?

¿Cómo hacer entender a los Gobiernos que la violencia no es la forma para dirimir controversias internacionales?

Una y otra vez los Gobiernos del mundo plasman en documentos internacionales la renuncia a la guerra como medio para dirimir sus conflictos. Y una y otra vez los pueblos del mundo ven con tristeza y miedo la forma en que violan esos pactos.

Quizá sería más efectivo que se plasmara en esos documentos que en caso de declarar una guerra, los primeros que obligadamente irían al frente de batalla serían los presidentes o los primeros ministros de los países que así actuaran, junto a los integrantes de sus gabinetes.

Porque tomar la decisión de atacar a una nación y comunicársela al pueblo mediante un encendido discurso desde Washington o Londres, para luego refugiarse en un búnker a enterarse de los acontecimientos derivados de esa decisión es muy fácil. No lo es, cuando se está en el campo de batalla, sumido en una trinchera, empuñando un fusil y con los nervios crispados ante la inminente posibilidad de perder la vida.

Ayer, millones de personas salieron a las calles del centro de Madrid y de toda España para manifestar su solidaridad con los familiares de las víctimas del atentado y su repudio a los actos terroristas. Seguramente la indignación, la rabia y el coraje fueron la constante en todas esas personas que abarrotaron anchas avenidas de la capital, como la Castellana y la de José Antonio.

Pero también el miedo, el pánico y el terror deben haber hecho acto de presencia en sus mentes, pues se sienten y con razón amenazadas por la irracionalidad.

Sin embargo, es esa misma irracionalidad la que llevó a José María Aznar a meterse en donde nada tenía qué hacer; pues si el pueblo norteamericano buscó cobrar venganza por los acontecimientos del once de septiembre de dos mil uno y ello era explicable, mas no justificable, España debería haber permanecido al margen como la gran mayoría de los Gobiernos del mundo.

Porque además, una cosa es combatir el terrorismo y otra muy distinta atacar a un pueblo para derrocar a su Gobierno.

En principio, los EU iban sobre Osama, pero pronto se olvidaron de él y apuntaron sus baterías contra Irak y el Gobierno de Saddam. Este objetivo era mucho más redituable que aprehender y juzgar a un solo hombre, como a la postre resultó; pues los EU aseguraron sus suministros de petróleo por cincuenta años al apoderarse de Irak.

La irracionalidad y el terror circulan de nuevo por el mundo, aquélla se apodera de las mentes de los gobernantes, éste de la de los pueblos.

España seguirá en pie porque la sostiene su pueblo y con él muchos pueblos del mundo, como el mexicano.

Pero en su estamento social se abrió una herida que tardará mucho tiempo en sanar.

Nuestra solidaridad con el pueblo español al que siempre llevaremos en el corazón.

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