La carta de renuncia que el ex secretario particular y ex vocero de la Presidencia de la República, Alfonso Durazo, hizo pública esta semana ha sido ampliamente comentada en los diversos medios de comunicación. Sin embargo, en los análisis que leí apenas si encontré alguna referencia tangencial a aspectos tan importantes como son la lealtad y la institucionalidad, valores éstos no muy comunes en el mundo de la política y el servicio público.
Hay incluso quienes calificaron la renuncia como un acto de valentía y congruencia. Pero creo que para merecer esos calificativos no era necesario que en su escrito Durazo criticara la actuación política de su jefe ni mucho menos exhibiera las debilidades de éste.
Se suele ser “valiente” cuando se tiene la certeza de que aquel a quien se critica o se arremete no va a responder violentamente, porque no es su forma de actuar.
En ese sentido Nicolás Maquiavelo tenía razón cuando sostenía que más valía ser temido que amado. Porque quien te teme –decía— nunca te va a traicionar por temor a que lo mates. Pero quien te ama y se siente amado por ti te puede traicionar confiando en que por el amor que le tienes lo habrás de perdonar.
Probablemente Fox no “ame” tanto a Durazo. Pero sabe que éste tiene demasiada información que puede usar en su contra en caso de sentirse acosado y por eso no es conveniente acorralarlo con réplicas de un tenor semejante al contenido en ese escrito de renuncia.
Pero además, no se puede hablar de congruencia ante actos como éste, pues Durazo se suma a Fox en mayo de 2000, posiblemente al advertir que el PAN podía ganar la Presidencia de la República y por tanto adherirse en aquellos momentos a su candidatura le representaba cierta ventaja.
Y así sucedió, pues Fox lo acogió a grado tal que lo nombró primero su secretario particular y después su vocero. Aunque al hacerlo olvidó de dónde venía Durazo. Venía de defeccionar del PRI, en forma protagónica y después de haber fungido como secretario de Luis Donaldo Colosio y la aureola del candidato asesinado le daba un aire de político desvalido que fue bien aprovechada a su vez por Fox.
Al margen de las consideraciones de otro tipo, Durazo abandonó su ideología original para pasarse al panismo. Ahí incurrió en un acto de incongruencia que debió haber sido advertido por Fox, pues si bien es cierto que es posible trabajar en un Gobierno surgido de otro partido, también lo es que quienes lo hacen congruentemente no abandonan su partido y menos su ideología. Pero además de ello, todo indica que Fox olvidó o minimizó el hecho de que quien traiciona una vez, traiciona dos.
Lo que movía a Durazo era la ambición de poder. Tan esto es así que quiso ser candidato del PAN a la gubernatura de Sonora, aunque pronto lo hicieron desistir de su propósito. Ahora abandona a Fox en forma escandalosa porque sabe que su proyecto casi ha fracasado y las posibilidades de encontrar acomodo en corto tiempo en una administración federal panista, son muy escasas.
Faltó pues, Durazo, a la lealtad que le debía al Presidente, pues formular una renuncia en ¡diecinueve cuartillas! es tan increíble como hacerlo en tres renglones “por motivos de salud”.
La lealtad es un valor que en política cobra una especial relevancia. Si bien no debe confundirse con la sumisión o la abyección, jamás se debe quebrantar o faltar a la confianza que han depositado en uno. La información a la que se tiene acceso en razón de un cargo se queda colgada en el perchero de la oficina cuando uno sale definitivamente de ella. Sacarla de ahí y divulgarla o sustraer documentación para luego hacerla pública no sólo es un acto de deslealtad, sino también una falta de institucionalidad.
Se atenta contra la institución para la que se ha prestado servicios, cuando por defender una causa personal se le infiere un daño o se atenta contra una institución y quiéralo o no Durazo, Fox representa una institución que es la Presidencia de la República.
Por encima de los intereses particulares o de partido, están los de las instituciones, pues si algo ha sostenido a este país durante muchas décadas es precisamente la solidez de las instituciones.
¿Que Durazo no hizo sino corroborar lo que en forma profusa se especulaba en la calle? Es cierto. Pero ello no quita el acto de deslealtad hacia quien confió en él ni el posible daño que su renuncia llegue a causar a la institución presidencial.
No es fácil permanecer callado cuando le piden a uno su renuncia a un cargo público de designación. Ni tampoco lo es cuando desempeñándolo se tiene acceso a información privilegiada o confidencial, pues lo común es que quien se encuentre en esa situación haga ostentación o alarde de poseerla, de saber cómo o de qué forma sucedieron las cosas.
Pero, al comportarse de esa manera, está traicionando la confianza que en él se depositó y en esencia ello denigra a la persona que anda divulgando cosas que no deben ser del conocimiento del todo el mundo.
Cosa muy distinta es el quedarse callado cuando el superior jerárquico da una orden ilegal o cuando el servidor público se percata de un hecho que es constitutivo de delito. En ese caso, no debe obedecer la orden así le cueste el cargo ni abstenerse de hacer del conocimiento de quien corresponda los actos que estime delictivos.
No se debe nunca faltar a la lealtad que se debe a la persona que confío en uno, ni atentar contra una institución a la cual se pertenece.
Por eso considero que Alfonso Durazo antepuso sus intereses personales a los de su jefe y a los de la institución para la cual prestaba sus servicios. Y lo hizo, además, impulsado por el protagonismo que, por lo visto, ya se volvió común en él.
Con esos antecedentes, en el futuro, nadie se podrá llamar engañado si aliándose con él acaba por hacerle lo mismo que ahora hizo. Así que, después de esto, que lo “compre” quien no lo conozca.
