vaya que han cambiado las relaciones entre México y Cuba en los últimos treinta años.
Existe un mar de diferencia entre aquellas defensas a ultranza de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo del Gobierno castrista al virtual rompimiento de relaciones diplomáticas con Vicente Fox.
Qué bueno que así sea porque Fidel Castro se ha quedado en el peor de los rezagos políticos y democráticos y mantiene, a pesar de lo que dicen sus simpatizantes, un Gobierno autoritario basado en la represión física y social de sus habitantes.
Durante décadas las relaciones México-La Habana navegaron en un ambiente de complicidad, armonía, posturas convenencieras, sin dejar de lado la doble moral de los regímenes priistas.
Por una parte defendían al socialismo cubano y sus esfuerzos por promover la educación, la salud y la igualdad social, pero por otro los Gobiernos mexicanos vivían sumidos en la corrupción y en la injusticia.
Cabe reconocer que en los primeros años del Gobierno de Fidel Castro la posición mexicana de apoyo a Cuba fue clave y valiosa para lograr independencia y soberanía con Estados Unidos.
Pero al paso del tiempo y mientras las democracias avanzaron en el mundo y en América Latina, el Gobierno cubano se rezagó políticamente y se mantuvo en su terca postura de practicar un socialismo cerrado, sin libertad ni democracia.
Es evidente que en Cuba no existen libertades. No hay libertad de prensa, tampoco libertad económica y menos libertad de movimiento. Es el Estado quien decide las vidas de los cubanos, desde la educación hasta la profesión a practicar.
Hace unos cinco años en La Habana un taxista se quejaba amargamente de la situación económica porque no podía conseguir otro empleo o emprender algún negocio para progresar.
Cuando le preguntamos su nombre y le comentamos que haríamos un relato suyo en un diario mexicano, el hombre por poco se desmaya en su vehículo.
“No hombre, se lo ruego, usted saca mi nombre en la prensa aunque sea en México y yo me quedo sin taxi, sin alimentos para mi familia y sin escuela para mi hija de nueve años”, exclamó el tipo por demás angustiado.
Cuba ha sido admirada e idealizada porque logró en los primeros años de la Revolución varios objetivos que habían sido imposibles de alcanzar en otros países latinoamericanos como la erradicación del analfabetismo, salud para todos, amén de los logros en el deporte y las artes a nivel internacional.
Pero el costo social y político ha sido muy alto además de que un amplio sector de la sociedad cubana está igual o peor que en los años cincuenta.
Las relaciones México-Cuba datan de hace 102 años y pareciera que en los últimos dos han sufrido el peor deterioro de su historia.
Uno de los primeros incidentes Fox-Castro fue en febrero de 2002, cuando el Mandatario mexicano recibió en La Habana a un grupo de disidentes lo que Fidel y sus huestes interpretaron como una traición.
De ahí en adelante las diferencias han sucedido una tras otra. Desde la petición de Fox a Castro del “comes y te vas” hasta las votaciones contra Cuba por violar los derechos humanos.
El último zipizape tuvo qué ver con la deportación de Carlos Ahumada y con la declaración de Fidel Castro en contra de la política exterior de México y Perú.
Todo indica que ha llegado el momento del Gobierno de Fox de deslindarse totalmente del régimen castrista. Antes los priistas negociaban protección, es decir apoyaban a Castro a cambio de que no enviara guerrillas a México.
Esos años ya pasaron, ahora los nuevos tiempos exigen congruencia y firmeza. Fox está obligado a romper con Fidel Castro sin importar las reacciones viscerales de quienes viven todavía en el sueño socialista.
Acciones así son las que requiere Fox para recobrar credibilidad y respeto entre los mexicanos.
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