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Adultos Mayores tienen historias similares

FABIOLA PÉREZ-CANEDO HERRERA

Pocas veces sus familiares se acuerdan de ellos.

EL SIGLO DE TORREÓN

En la Casa Hogar Villa Los Ángeles las anécdotas mantienen vivos sus residentes

MATAMOROS, COAH.- Raquel Luévanos Soto tiene 68 años. Está en silla de ruedas porque le fueron amputadas ambas piernas a partir de la rodilla. La situación de Aarón Hernández Mata, de 64, es la misma. Permanecen abrazados mientras observan a sus compañeros haciendo piñatas y les divierten los comentarios de unos y otros. Son esposos desde hace 25 años. El amor que sienten el uno por el otro es indudable.

Alrededor de una larga mesa hay doce ancianos trabajando en equipo, unos cortan tiritas de papel de china, otros pegan periódico a los globos con engrudo, algunos más cortan y doblan alambres pequeños. Hacen piñatas. Ésta es la Casa Hogar Villa Los Ángeles de Matamoros.

Julio Sifuentes tiene 90 años. Dedicó toda su juventud a la sastrería, sus hijos ya están grandes y todos casados. Disfruta asistir a la Casa porque recibe muy buen trato por parte de las voluntarias y de todos los miembros del patronato en general.

María del Socorro Abasta, de 82 años, estuvo casada pero hace una década murió su marido. Tras el fallecimiento, tuvo serias discusiones con sus hijos por la herencia y desde entonces no ha vuelto hablar con ellos, aunque sí le gustaría.

Cose y hace tortillas y gorditas, que a las voluntarias les encantan. Le gusta “divagar” con el resto de los adultos mayores en la Casa, es de las más participativas y que aún escuchan a la perfección. Cuenta que pasaba sus días sola en su casa hasta que conoció a los demás, disfruta platicar con todos, pues comparten anécdotas, consejos y sobre todo, compañía.

El ambiente en la primera Casa de ancianos de Matamoros es alegre y divertido. Los chistes están a la orden del día. Las anécdotas no se hacen esperar: qué el campo ya no es como antes, que la sordera de uno, la soltería de otro, las operaciones que les han practicado en sus ojos e incluso una discusión en torno a la comodidad de los anteojos contra los lentes de contacto.

Silvino Aguirre, de 84 años, trabajaba en la cantina del ejido Morelos, pero se retiró por la edad. Se muestra contento mientras dice que la convivencia con “los suyos” era justo lo que le hacía falta a su vida.

Rafael Huitrón Torres tiene 74 años y trabajó el campo desde el Gobierno de Luis Echeverría hasta hace unos meses en que finalmente lo dejó, mas no por falta de ganas, pues es un tema que le encanta, sino porque su cuerpo ya no le resistía igual para las duras labores que la tierra requiere. Nunca se casó ni tuvo hijos, por lo que se encontraba solitario cuando fue invitado a la Casa. Desde entonces no falta.

“Nos animan aquí unos y otros”, dice Rafael, “la comida es muy buena, las conversaciones mejores y el apoyo que recibimos... ni se diga”.

La mayoría son abuelos, pero no ven mucho a sus nietos. Las historias son similares. Los hijos se casaron y se fueron de la ciudad, no vienen a menudo. Los ancianos pasaban casi todo el tiempo solos en sus casas sin que nadie se hiciera cargo de ellos, hasta que supieron que podían convivir con otros que se encontraban en la misma situación.

Tomás Díaz Montiel, “Tito”, de 84 años, fue mecánico y tornero en un taller. También es soltero, pero comenta juguetón que busca novia. Manifiesta estar feliz porque encontró un lugar donde escuchan sus anécdotas y lo atienden, algo que desde hace ya muchos años necesitaba.

“La atención que recibimos... es muy bonito que alguien se preocupe por ofrecernos agua cuando tenemos sed, que quiera que estemos a gusto y nos sintamos bien... es muy bonito”, agrega.

Daría Vázquez Reyes es la mayor del grupo, tiene 94 años y se dedicaba al hogar. Dice que tenía tres niñas pero una falleció. Las otras dos ya están casadas y con hijos, por lo que tienen diversas ocupaciones y no se pueden hacer cargo de ella.

Recuerdan cada conversación como si hubiera sido ayer, años, cifras, los datos exactos no se les olvidan, aunque sus propias edades sí. Tienen presente incluso expresiones y características de la vestimenta de sus interlocutores en aquella ocasión en que se les negó el acceso a la pensión o cuando los invitaron a la campaña política de Adolfo López Mateos.

Alberto Aguilera García dice que tiene 80 y feria de años y agrega “para qué le voy a mentir”. En su juventud tenía animales, chivas y vacas, eran suyas y las cuidaba, porque representaban además toda su fuente de ingresos. No se casó, dice riendo que se quedó señorito.

Comenta que tiene tres hijas, luego aclara que en realidad no son sus hijas de sangre pero como si lo fueran porque él las crió desde pequeñas. Su hermano, el padre natural de las niñas, murió joven y la madre las abandonó, por lo que Alberto se hizo cargo de ellas desde entonces. Dos están en Reynosa y el anciano vive con la mayor.

“Aunque no quisiera venir, ¿qué más hago? Trabajar ya no podemos, nos duelen las rodillas, tenemos dificultad para ver y para escuchar”, señala Alberto, “todo aquí nos gusta, a mí todo me gusta mucho”.

Tomás Chávez Piña tiene 85 años. Cuenta que en su juventud desempeñó todo tipo de empleos, se inició como pastor de chivas, luego realizó coronas con flores para las novias, estudió sastrería pero nunca la aprendió, por lo que mejor se dedicó a la carpintería, más tarde fue campesino, músico de guitarra, electricista, jugador de beisbol en Estados Unidos, dulcero y finalmente se desempeñó como albañil, que fue donde laboró de 1945 al 87.

“Se puede decir que fui el mil oficios”, dice riendo y luego se pone serio, “pero se acabó todo”.

Hace unos días murió su esposa y tiene la casa en venta, por lo que al principio le molestó que le invitaran a la Casa, pero le gusta platicar con los demás.

Las historias fluyen una tras de otra. Todos participan. Algunos sólo ríen, pero están dentro de la conversación. Su necesidad principal es estar juntos, comenta Tito, para seguir sintiéndose vivos. En este espacio tan pequeño, una casita que abarca apenas dos recámaras, han encontrado amigos, compañeros de edad.

“Todos nos queremos, somos como una familia, platicamos muy bien, todos somos iguales”, agrega Tito, “ninguno es mejor que el otro, somos lo mismo, por eso nos entendemos”.

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