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Alma de pirata

Gilberto Serna

Estaba solo. Desde que cerraron las casillas, no duerme un sueño completo. Apenas se acuesta y cierra los ojos, una pesadilla se cuela por entre los visillos de un largo ventanal, asomando una sombra que se le acerca encaramándose encima de su pecho que le dificulta la respiración, al tiempo que se ve sentado en un banquillo rodeado de estantes donde los hombres a lo largo de los años han ido colocando gruesos libracos. Oía a su madre gritarle: muchacho de porra bájate de la mesa, deja ese pastel en paz, no quieras comértelo todo, te vas a empachar. El trance onírico jugaba con el tiempo. Los que presidían traían túnicas que les cubrían hasta los pies, cual si fueran antiguos sacerdotes sentados en medio de las columnas de un monumento megalítico, acomodados en un suelo de arena entre hierbajos que el tiempo, el descuido y la ociosidad han ayudado a crecer. Enfrente de ellos, torpemente violentadas, se ven lo que al parecer eran urnas cuyas boletas depositadas el día de las elecciones se encuentran dispuestas a dar testimonio de lo que sucedió. A distancia se escucha el golpeteo de las olas en el malecón.

Una por una las boletas van pasando al estrado donde un corchete del tribunal, les toma la protesta de Ley poniendo una de sus orillas en un libro en cuya contraportada se lee: somos la llave de la democracia –él pensó: lo que no hay es cerradura, ni pestillo, ni aldaba, ni falleba, ni pasador, ni tranca, ni nada qué abrir-. A continuación oyó: juran por Dios decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, a lo que respondieron a coro: lo juramos. El fiscal se levanta pesadamente de su sitio. P.- ¿Dónde estaban el día de los hechos? R.- En un block encima de una mesa ocupada por el personal de casillas. P.- Al concluir la jornada, ¿qué pasó? R.-Nos dijeron que eso era todo y, sin contar cuántas éramos, nos cuantificaron como quisieron apuntando los guarismos en grandes pliegos. La audiencia cayó en un silencio sepulcral. Únicamente se alcanzaba a oír el monótono sonido de los grillos y alguien que rasgueaba las cuerdas de su guitarra, cantando con voz melodiosa “yo nací con la luna de plata y nací con alma de pirata ...”

El jurado puede pasar a deliberar. Poco a poco desaparecieron por uno de los vanos laterales la demagogia, el embuste, la codicia, la argucia, el engaño, la impudicia y, al último, la componenda, rodeados por oscuras sombras que no dejaban ver sus semblantes. Las voces se escucharon airadas, provenían de un cercano médano. No pedían justicia sino ver qué tajada podían sacar. Afuera esperaba el pueblo. No les importaba lo que dijera el consejo local electoral, sabían que eran incondicionales del gobernador, como en la mayoría de los tribunales de provincia obedecían la voz del amo, al que los nombró, al que firma los cheques. No obstante, confiaban en que el Tribunal Federal Electoral, tendría la última palabra.

De pronto, en medio de un barullo, donde sobresalían voces jubilosas, los miembros del jurado ocuparon sus asientos al ras del suelo. Un togado, al que llamaban corrupción, les pidió, con voz grave, que dijeran si habían llegado a un veredicto. El que hacía de presidente del jurado, conocido como chanchullo, dijo que sí y con el alguacilillo envió un papelillo pintado de tres colores, con caracteres crípticos, que devolvió el de la toga, después de enterarse sin hacer comentario, por el mismo conducto. Entre el público había un cura, un comerciante, un empresario y un militar que repantigados en sus sillas, daban la impresión de que sabían de antemano lo que había de ser resuelto. Ya de pie el encargado leía: nosotros, el jurado, estimamos que las elecciones... Fidel despertó volviendo a la realidad. Sudaba profusamente. La vida es un asco, se dijo, sentándose en la orilla de la cama. Volvió a acostarse sin poder conciliar el sueño. Intentó, contando borregos, él sabía bien cómo hacerlo, pero todo fue inútil.

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