EL PAÍS
Londres, INGLATERRA.- El infame Harold Shipman, apodado “Doctor muerte” durante la vista judicial por asesinato múltiple de sus pacientes, se ahorcó ayer por la mañana en el interior de su celda de Wakefield, Inglaterra. Había aprovechado las sábanas de su camastro para colgarse del cuello desde las rejas de la ventana, según señaló un portavoz de la Asociación de Funcionarios de Prisiones. Familiares de sus víctimas reaccionarion con horror y furia ante este aparente acto final de cobardía que el “Doctor muerte” cometió la víspera de cumplir 58 años.
El suicidio de Shipman, aún sin confirmar oficialmente, anula cualquier esperanza de los familiares de las víctimas por llegar a conocer el motivo de sus múltiples asesinatos. Durante las pesquisas policiales, y a lo largo del proceso judicial, en 2000, el “Doctor muerte” ni admitió su culpabilidad, ni expresó arrepentimiento de sus actos. Tampoco se inmutó cuando el jurado dio por probada su responsabilidad directa en la muerte de 15 personas, pacientes en su consulta de la seguridad social de Hyde, en el área metropolitana de Manchester. Una investigación judicial posterior le identificó como el presunto asesino de entre 215 y 260 pacientes, en su mayoría de mediana y tercera edad, durante un período de 23 años. La inmensa mayoría eran mujeres. Antes, el juez le había condenado a cadena perpetua, sin posibilidad de remisión, por la quincena de asesinatos. Shipman se había ganado la confianza de sus pacientes, a las que acostumbraba a visitar en casa, y cada una de ellas, según le espetó el juez al dictar sentencia, “sonrió y le agradeció mientras se sometían a sus cuidados mortales”. “Ninguna se apercibió de que el suyo no era un toque para sanar sino muerte disfrazada en atenciones”, añadió.
A ningún otro criminal británico se le atribuye tan elevado número de víctimas. Su caso es igualmente notorio por escaparse a la tipología clásica de un asesino en serie. A Shipman no se le descubrió ningún motivo sexual o material para enviar al otro mundo a sus pacientes. Los ancianos murieron sin sufrir, confiados y en la más absoluta tranquilidad. Se creían al amparo de un médico atento, honesto y respetado por la comunidad. Pero el “Doctor muerte” les inyectaba dosis de diamorfina, el equivalente químico de la heroína. Era “adicto al asesinato”, según las conclusiones de la investigación que falló, sin embargo, a la hora de desvelar el motivo de dicha adición. Otras fuentes comentaron ayer que Shipman actuaba contra pacientes que le irritaban e intervenía en otros para evitarles el sufrimiento que él mismo observó en su madre antes de sucumbir a un cancer.
La sospechas se desataron en 1998 a raíz de un testamento alterado por una de las víctimas de Shipman días antes de morir. Para entonces, 215 personas, y otras 45 probables, habían recibido dosis mortales de diamorfina, según las conclusiones del informe judicial de 2002. Los asesinatos se produjeron en Hyde y en Todmorden, localidades del norte de Inglaterra donde ejerció Shipman desde 1975.
El “ombudsman” de prisiones investigará, por su parte, los pormenores en torno a la muerte de Shipman. Desde su ingreso en Wakefield, en junio de 2003, no estaba sometido a una vigilancia especial, ni había dado motivos aparentes de necesitarla. En una ronda rutinaria, a las 6.20 de la mañana, un funcionario lo descubrió con la sábana al cuello. Dos horas después fue declarado muerto. Es el segundo notario asesino en serie, tras Fred West, el inquilino de la llamada “Casa de los horrores”, que se quita la vida en una cárcel inglesa. West evitó con su suicidio comparecer ante la justicia y Shipman se lleva a la tumba la justificación que los familiares buscaban de sus perversas muertes dulces.