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Añaden sensaciones olfativas al cine

06 de septiembre de 2004

Viena, (EFE).- La definición del cine como "arte de la imagen en movimiento" vuelve a quedarse pequeña con un nuevo intento de añadir también sensaciones olfativas a un entretenimiento que ya experimentó una auténtica revolución con la introducción del sonido.

Viena, unida a la historia del cine gracias al director Oliver Reed y la conversación entre Orson Welles y Joseph Cotten a los pies de la noria del Prater en "The Third Man" (1949), aspira a renovar su idilio con el séptimo arte, esta vez de modo oloroso.

La protagonista será la sala IMAX de la capital austríaca, que además de ofrecer cine en tres dimensiones, contará desde 2005 con un sistema controlado por computadora que acompañará las imágenes con efectos olfativos.

A través del olfato se consiguen "vivencias absolutamente sensitivas y muy antiguas", explicó el gerente de IMAX en Viena, Alfred Gelbmann, al describir el invento.

Este sistema supone "una nueva dimensión" para el cine y ha sido desarrollado por Yellow Point, empresa puntera en este tipo de efectos de última generación.

Junto a la introducción de olores, se empleará una nueva tecnología de alta definición que mejorará la imagen.

Estos adelantos permitirán efectos para "hacer crecer fuera de la proyección" y ante las narices de los espectadores imágenes, como por ejemplo de un dragón o una nave espacial, afirmó Gelbmann.

Pese al entusiasmo promocional de los inventores del sistema, la idea de acompañar la proyección de una película con efectos olfativos viene de antiguo. Tanto, que dentro de dos años cumplirá un siglo.

Dejando aparte la costumbre decimonónica en los teatros ingleses de asperjar fragancias durante las funciones, el primer intento de unir cine y olfato tuvo lugar en 1906 en la sala Family de Forest City, en Pensilvania (EEUU).

A los gerentes de dicha sala se les ocurrió impregnar bolas de algodón con agua de rosas y esparcirla mediante un ventilador mientras se proyectaba un noticiario sobre el Torneo de las Rosas, festejo tradicional que incluye una competición deportiva.

Sin embargo, el honor de ser la primera película de ficción olfativa recae en la romántica "Lilac Time" (1928), de George Fitzmaurice, en la que las andanzas del joven Gary Cooper se vieron acompañadas por un sistema que rociaba con ventiladores esencias que "ilustraban" las imágenes en pantalla.

Sin embargo, este sistema de "banda olorosa", que no disipaba las esencias con la misma eficacia que las propagaba, obligó a evacuar alguna sala, ante la asfixiante atmósfera generada.

Además, por aquel entonces el mundo del cine estaba inmerso en otra revolución: el sonido.

El éxito del musical "The Jazz Singer" (1927) había demostrado que el espectador quería oír a las estrellas, además de verlas.

La siguiente revolución para el cine vendría de fuera, y en forma de competidor: la televisión, cuya popularización en los años 50 disparó las alarmas en los grandes estudios.

El afán por despegar al público del sofá y llevarlo al cine -empeño que sigue hoy, por mor del auge del DVD- llevó a la invención de todo tipo de sistemas para aumentar la espectacularidad de la imagen, como Cinemascope, Panavisión y 3-D, y el sonido, como Sensurround.

Esa oleada de innovaciones resucitó la idea de la "banda olorosa" y dio a luz al Aroma-Rama, inventado por Charles Weiss para difundir aromas mediante el aire acondicionado y cuyo más ilustre ejemplo es el documental "La muraglia cinese" (1958), de Carlo Lizzani, durante el cual se dispersaban hasta 72 fragancias.

Contemporáneo de ese sistema fue Smell-O-Vision, basado en un rotor provisto de ampollas con esencias.

El sistema, ideado en origen para la superproducción "Around the World in 80 Days", tuvo finalmente su máximo representante en "Scent of Mistery" (1960), de Jack Cardiff, cinta de misterio centrada en una conspiración para asesinar a un estudiante estadounidense en España.

La cinta se promocionó con un elocuente lema que resumía la evolución del cine: "¡Primero se movieron! (1895) ¡Luego hablaron! (1927) ¡Ahora huelen!".

Pero a pesar de ese optimismo, el sistema fracasó, por motivos similares a los de sus precedentes: la difusión de los olores no llegaba de modo uniforme a todos los espectadores y la sala, tras varias proyecciones, más que oler, hedía.

Así pues, la "banda olorosa" volvió a sumirse en letargo hasta 1981, año en que un director de rompe y rasga, John Waters, volvió a despertarla para "Polyester".

La cinta incluía el sistema Odorama, consistente en que a cada espectador se le entregaba a la entrada una tarjeta con casillas numeradas. Durante la proyección, en una esquina de la pantalla aparecían números y el espectador, rascando sobre la cifra correspondiente en su tarjeta, percibía el olor pertinente.

Lo malo es que Waters, cuya cinta más famosa es "Pink Flamingos" -en la que Divine, el travestido más obeso de la historia del cine, se merendaba varios excrementos caninos-, no destaca por su exquisitez, y los olores de "Polyester" eran a vómitos, pescados podridos y aromas de la misma laya.

Similar era la experiencia en la cinta de animación "Rugrats Go Wild!" (2003), que recurría al Odorama para deleitar al respetable con vaharadas a pies sudados y otras "delicadezas".

Como sentenció el poco diplomático Waters a propósito de su invención: "He visto al público de mi película pagar por oler mierda".

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