EL SIGLO DE TORREÓN
SALTILLO, COAH.- Cuando el tiempo pasa, lo más lógico es que los hijos vean por sus padres, como éstos vieron por ellos desde que nacieron, sin embargo hay quienes han preferido deshacerse de lo que ahora consideran como estorbos.
Esta es la triste realidad de cuatro padres de familia que cuando eran jóvenes dieron todo por sacar adelante a sus hijos sin importarles lo que habrían de hacer o perder para conseguirlo.
A sus 85 años de edad, don Bruno día a día sale de un cuarto ubicado en la colonia Guayulera, una de las más marginadas en la capital del estado, en busca de fierro viejo, cartón o botes de aluminio que vende en una ferrería.
Sin un bocado en el estómago, don Bruno atraviesa la ciudad con la firme intención de siquiera sacar lo que él llama “unos centavitos” para comer.
“Un centavito por el cartón, otro centavito por el bote y ahí aunque poquito sale para tener que comer en la semana”, comenta resignado y con una tierna sonrisa.
Por las tardes cansado del trabajo que realizó por la mañana, se aposta como fiel guardián a un costado de la Catedral de Santiago y dejando a un lado sus muletas agita un vaso de plástico para que la gente le regale “una caridad”.
Diez, quince y cuando mucho 20 pesos junta don Bruno de la lástima de la gente, luego antes de que caiga la noche regresa al cuarto que una mujer bondadosa le presta para pasar las noches.
Ya en su humilde vivienda, don Bruno comienza a padecer los estragos de buscar cartón y bote en la basura, una tremenda comezón en su piel lo aqueja al grado de en ocasiones no dejarlo dormir, pues grandes conjuntos de hongos aparecieron en sus manos, brazos y pies y no hay medicamento que lo sane.
Siempre vestido de traje formal, don Bruno busca en la caridad de la gente una oportunidad de trabajo, pues asegura no estar viejo ni cansado y se considera fuerte para realizar diversas labores.
“Tengo muchos años, pero yo no me siento viejo; soy un hombre fuerte y es más si me rasuro vas a ver que no aparento la edad que tengo”, coquetea el abuelo.
Sin embargo la tristeza invade su mirada y una lágrima comienza a formarse en sus ojos cuando se le cuestiona si tiene familia.
“Pues sí, sí tengo, pero como yo soy un hombre de costumbres antiguas y ellos son modernos les estorbo para ser felices”, dice con la voz entrecortada.
Por desgracia don Bruno no es el único que padece esta situación, pues a dos calles al poniente de donde se aposta el abuelo, otros dos ancianos de aspecto campesino suplican a quien les pase por enfrente una moneda para completar siquiera qué comer.
“Con la frente en alto”
Doña María y don Jesús originarios de un ejido cercano a Parras de la Fuente, Coahuila, comenzaron a padecer los estragos de la pobreza hace dos años, luego de que el pilar de la casa, el patriarca sufriera dos embolias que le paralizaron la mitad del cuerpo e inclusive le provocaron ceguera.
Sin dinero para las medicinas, el doctor, los estudios o la comida diaria doña María subió a don Jesús en una silla de ruedas que entre los vecinos del ejido les consiguieron y de “aventón” viajó con su marido hasta Saltillo.
“Yo sé que ahora a lo mejor estamos peor, pero yo no iba a dejar que se muriera mi viejo si es lo único que me queda”, cuenta doña María con un llanto incontrolable.
“Casi no sacamos dinero, pero al menos no pasamos hambre en el día, pues la gente no da dinero, aunque a veces hay que junta para la medicina que es muy cara porque es un ácido que se inyecta para que el cerebro siga funcionando”, agrega la fiel anciana.
El tema de los hijos, mejor ni tocarlo pues un cierto coraje en la mirada de don Jesús deja percibir lo malagradecidos que han sido para con sus padres.
“De ésos ni me los recuerde, cada uno está con su familia viendo por sus hijos como si ellos fueran a ver por ellos cuando estén pasando hambre y vergüenzas como nosotros”, dice llorando con rabia don Jesús.
“La vida no es injusta, al contrario sabe con quién ensañarse para que le demuestren que se puede salir adelante y aquí estoy, no voy a dejar que la muerte me lleve y con la frente en alto voy a regresar a mi rancho para trabajar y mi María no tendrá que suplicar por una moneda, estará preparándome algo de comer para cuando regrese de la labor”, decreta don Jesús apretando los descansos de la silla de ruedas.
Sin duda alguna aunque similares, las historias de los abuelos que piden limosna en las calles del centro de Saltillo no son iguales, pero sí increíbles, pues además del abandono en el que viven padecen otras situaciones donde aparentemente “les llueve sobre mojado”.
Jamás regresaron
Tal es el caso de doña Amalia una “ancianita” tierna, pequeña y con mucho dolor en su corazón, pues mandó estudiar a sus hijos a Monterrey y jamás regresaron a ver siquiera si su madre aún vive.
Con 75 años de vida, doña Amalia vio caer la antigua vivienda que habitaba luego de una noche de lluvia, por suerte una vecina le acondicionó un cuarto con lo más esencial y la dejó vivir en él por el resto de sus días.
Sin embargo la diabetes le está afectado la vista y un día sin saber con qué se tropezó cayó al suelo quebrándose su brazo derecho y aunque el DIF Saltillo le pagó parte de la operación que requirió clavos para salvarle su extremidad superior, las medicinas para la diabetes cuestan mucho y la única forma de obtenerlas es salir a la calle a dar lástima.
“Pues mucho no saco, pero de perdido me compro una sopita y unas tortillas que me duran toda la semana”, dice con tristeza la abuela.
La vida de estas personas tal vez no sea ejemplar o digna de un premio, sin embargo sí es digna de admiración, pues ya en la tercera edad buscan oportunidades de trabajo tan sólo para pasar los últimos días que compartirán en esta tierra.