La ola de 2006 se convirtió ya en marejada; no tiene caso, entonces, seguir el juego de las formas.
Oficialmente, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el perredista tabasqueño, Andrés Manuel López Obrador, decide revivir y anuncia que goza de cabal salud. Ya no más la careta del “denme por muerto”, ahora la lógica es: vamos con todo por la Presidencia de la República.
Pese a los escándalos por corrupción en su administración y al juicio de procedencia en su contra en la Cámara de Diputados por desacato, encabeza todas las encuestas de preferencia e intención de voto, lo que le permite mover sus piezas con extraordinaria tranquilidad.
Sabe, al igual que sus detractores, que no hay en la escena política nacional ninguna figura que le pueda hacer sombra. Tan claro como que si hoy fueran los comicios para elegir al Presidente de la República, Andrés Manuel entraría por la puerta grande a Los Pinos.
Se trata entonces de aguantar y el famoso “Peje” sabe perfectamente cuál es el secreto para sortear con éxito todos los ataques y señalamientos presentes, más los que se llegaran a acumular: existe un complot de la ultraderecha, de los personajes más siniestros que han gobernado este país y de aquellos que hoy pretenden engañar al pueblo con falsas promesas de cambio, contra el proyecto nacionalista, honesto, progresista, humanista, patriótico, con visión y vocación, que -por supuesto- encabeza.
Entonces cualquier señalamiento en contra de Andrés Manuel o de su administración debe interpretarse, de inmediato, sin necesidad de pruebas o argumentos, como parte de este complot.
El hecho de que el Gobierno del Distrito Federal haya incurrido de enero de 2001 a junio de 2004 en 114 desacatos o inejecuciones de sentencia, esto es, órdenes inapelables de tribunales federales que no fueron acatados por las autoridades, entre ellos el del famoso paraje San Juan, francamente le tienen sin cuidado. Son ataques de la derecha y no más.
El informe de la Auditoría Superior de la Federación que revela que se detectaron irregularidades en el manejo del Fondo de Aportaciones Múltiples entregado al Distrito Federal en 2002 y que en términos llanos significa que hay por ahí poco más de 412 millones de pesos que no fueron distribuidos ni ejercidos de conformidad con la normatividad aplicable y que además se arrastren irregularidades en el control interno, operativo y presupuestal en el manejo de estos recursos, igualmente le preocupa menos que un comino la suerte final que corra López Obrador. Son ataques orquestados por Carlos Salinas de Gortari, o el innombrable, como prefiere llamarlo el “Peje”.
El que los especialistas en materia de transparencia e investigadores en derecho de la UNAM, Miguel Carbonell y Hugo Concha, critiquen de manera pública la escasa rendición de cuentas en el Distrito Federal y sobre todo, la forma en que se conduce en la materia el propio Jefe de Gobierno, igualmente le tiene sin cuidado. Son los sectores más reaccionarios del país que mueven sus piezas para intentar acabar con un proyecto que rescatará a los sectores más desprotegidos de la población, de la pobreza y marginación.
El que un grupo de empresarios convoque a la sociedad civil a una megamarcha el próximo día 27 para protestar por la inseguridad y ola de secuestros en la capital del país, tampoco le molesta: se trata del afán de ciertos grupos por desestabilizar su gestión.
Ante la lógica de Andrés Manuel, quien pretenda cuestionarlo, es punto menos que traidor a la patria. Es la receta de un hombre que se sabe con altísimas posibilidades de ser el próximo Presidente de la República y que se ha convertido -según las encuestas de popularidad- en verdad incuestionable para la mayoría de los mexicanos.
Debe preocupar a todos aquellos que ponderan la visión crítica y la libertad de poder manifestar el desacuerdo con tal o cual medida de Gobierno (y que se niegan a ser reducidos en automático, a títeres de ultraderecha) los trazos de un liderazgo mesiánico que se empeña en dibujar Andrés Manuel López Obrador.
Para muchos tal vez sea la mejor opción -o la única- tomando en cuenta el desempeño de las administraciones priistas y el saldo hasta el momento de la panista, pero qué desafortunado resulta para un país, que la decisión menos dolorosa signifique un autoritarismo populista, pretenciosamente de izquierda.
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