“El hombre contra el hombre. ¿Alguien quiere apostar?”
Juan José Arreola
¿Quiere usted apostar? No tiene necesidad de ir a Las Vegas o a Montecarlo. Puede hacerlo en nuestro país y de un sinnúmero de formas.
Quizá a usted le guste, por ejemplo, acudir a los palenques de pueblo. Ahí podrá apostar sin problemas todo lo que usted quiera en peleas de gallos y otros espectáculos. Si acude a la Feria de San Marcos en Aguascalientes, tendrá acceso a verdaderos casinos.
Si está usted en la ciudad de México, puede acudir al Hipódromo de las Américas. Cada tarde, de jueves a domingo, podrá apostar tanto como quiera y de maneras muy distintas. Quizá quiera usted apostarle al ganador. O al segundo lugar. ¿Tal vez prefiera la complejidad de una quiniela? Elija usted.
En muchas de las ciudades del país puede usted también acudir a los bookings. Éstos no son más que centros en los que se hacen apuestas a competencias deportivas que tienen lugar en otros lugares: el juego de futbol americano en Nueva York o el de basquetbol en Los Ángeles.
Ahora que si usted es menos dedicado a las apuestas, puede simplemente comprar un billete de la Lotería Nacional, de Pronósticos Deportivos o de Melate. De cualquier manera está apostando. Y lo está haciendo, además, con instituciones que son propiedad del Gobierno Federal.
A lo mejor usted mismo no se da cuenta de cuándo apuesta. Pero cuando compra un boleto para el Sorteo Tec, que sirve de apoyo al sistema del Tecnológico de Monterrey, está apostando. Lo mismo hace cuando adquiere una suscripción de un periódico esperando ganarse una casa. O cuando utiliza una tarjeta de crédito con la idea de que usted puede ser el afortunado ganador de uno de los autos de lujo que el banco rifa diariamente.
Si entra usted una tarde a una cantina en cualquier lugar del país, lo más seguro es que se encuentre también con un grupo de personas que juegan al dominó, a las cartas o al cubilete de manera despreocupada. Si observa usted el juego con detenimiento, sin embargo, se dará cuenta que también ahí se están cruzando apuestas.
México es, en fin, un país en el que se apuesta constantemente. Esto no es ni bueno ni malo. Es una realidad social en nuestro país y en muchos otros también. Lo realmente malo es que tenemos una Ley que prohíbe las apuestas y que coloca a todas estas actividades en un limbo legal.
Desde hace tiempo ha sido evidente que México necesita nuevas reglas de juegos y sorteos que eviten que millones de mexicanos, que no le hacen daño a nadie, estén violando constantemente la Ley. La prohibición del juego en nuestro país es tan absurda como la que en los años veinte se aplicó al consumo de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos. Y sin embargo, los grupos de la sociedad que se oponen a la legalización y reglamentación del juego son muy poderosos. El hecho es que una propuesta para una nueva Ley sobre la materia que se estaba discutiendo en el Congreso quedó congelada en el último periodo ordinario de sesiones gracias a la presión de estos grupos.
La alianza en contra del juego es amplia y poderosa. Une a una derecha conservadora, que considera como un deber impedir las conductas “inmorales”, y a una izquierda que recuerda que fue Lázaro Cárdenas quien prohibió originalmente el juego en el país. A esta alianza se unen grupos de hoteleros que ven en los casinos una amenaza a sus ganancias.
La verdad, sin embargo, es que el Estado no tiene nada que hacer en la moral. Deben ser las personas las que tomen sus propias decisiones en este campo.
Yo debo reconocer que no soy muy dado a apostar. No compro billetes de Lotería ni de Melate. No sé jugar a las cartas y cuando he ido a un casino —dos veces en mi vida— no he apostado casi nada. En tres ocasiones, es verdad, he ido al hipódromo, donde he jugado pequeñas cantidades por diversión y sin esperanza de ganar nada. Una de las pocas apuestas que he ganado en mi vida, con Germán Dehesa en un juego de futbol americano, no la he cobrado en casi un año.
Sin embargo, quiero sentir la libertad de que, si se me antoja apostar, el Gobierno no puede encarcelarme “por mi propio bien”. Por ello es importante eliminar la prohibición al juego en nuestro país.
El Estado tiene muchas funciones importantes, pero entre ellas no se encuentra la de servir de policía moral para los gobernados. De hecho, aunque no se legalicen las apuestas, los mexicanos seguirán jugando. ¿O quiere usted apostar?
El fondo
La Suprema Corte aceptó la controversia del presidente contra la Cámara de Diputados por su rechazo a las observaciones presidenciales al presupuesto, pero también la queja de los diputados contra la Corte por haber aceptado la controversia. Aceptar significa, por supuesto, ver el fondo del asunto. Y en este caso eso es positivo.
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