El silencio reverencial que envolvía al país para permitir que cada año, en un día como éste, se escuchara únicamente la voz presidencial, quedó atrás para siempre. Aunque Enrique González Pedrero lo aplicó a su biografía de Santa Anna y a su tiempo, su caracterización de México como país de un solo hombre conservó vigencia hasta hace no mucho tiempo. Hoy la ha perdido.
Esta es una nación de muchas personas, de muchas voces. Algunas de ellas se expresan de modo estentóreo, aun estridente, pero cuando no proponen quebrar la convivencia con atropellos a la Ley, son bienvenidas todas. Aunque no estorbarán el acceso de los legisladores y el Presidente de la República, que ofrecerá su Cuarto Informe de Gobierno ante el Congreso que reinicia sus sesiones ordinarias, un conjunto abigarrado de agrupaciones tenderá un cerco en torno del Palacio legislativo de San Lázaro.
Una densa presencia física semejante, aunque probablemente no tan nutrida, se ha hecho parte del paisaje durante los diciembres en que se discute el presupuesto. Ocasionalmente, un piquete de partidarios de la acción directa pretende entrar en el recinto parlamentario y algunas veces lo ha logrado. Es de esperarse que no ocurra una provocación estéril como la que significaría una incursión de ese género. De todos modos, quienes se hallen en el interior de la monumental sede del Congreso no podrán ignorar qué reclamos bullen en torno suyo. Lo supieron desde la segunda quincena de julio, cuando se desarrolló el proceso legislativo que condujo a la reforma del Régimen de Jubilaciones y Pensiones (por más que sus autores e impulsores hayan cometido un disparate topológico, al colocar la enmienda donde no surte efectos para los trabajadores sindicalizados). Refrendaron ese conocimiento la tarde de ayer, martes, cuando una multitud marchó al Zócalo en reproche contra la reforma misma.
Y lo saben hoy, cuando en apoyo de los trabajadores del IMSS (cuyo contrato colectivo se aplicará a dos clases diversas de asalariados, en contravención al principio constitucional de la igualdad de trabajo y salario) se produce la suspensión de tareas o las expresiones de inconformidad en áreas estratégicas de la actividad nacional. No se trata de una huelga general, como las que son capaces de organizar grandes centrales sindicales en países con tradición de lucha obrera.
La Unión Nacional de Trabajadores y los agrupamientos que en torno suyo participan en la jornada de protesta de hoy tienen una presencia creciente y significativa en la vida social mexicana, pero distan todavía de ser la fuerza hegemónica capaz de paralizar el país, si se lo propusieran verdaderamente. Todavía el Congreso del Trabajo reúne a las organizaciones más numerosas —como las federaciones estatales cetemistas, por ejemplo y sus sindicatos nacionales de industria— y todavía el corporativismo añejo se beneficia de una estructura legal que privilegia la forma sobre la sustancia: que en el consejo técnico del IMSS, por sólo poner un ejemplo que concierne al tema del día, tenga asiento el vetusto cascarón que es hoy la CROM, que no es remedo ni sombra de lo que fue hace ochenta años, habla del virtualismo, por no decir simulación y engaño en que se desenvuelve hoy día la representación de los asalariados.
La “falta colectiva” en que se expresa en esta fecha el activismo sindical no es una prueba de fuerza ante el Gobierno. No busca, como acaso intentó hacerlo el sindicato del IMSS cuando las cámaras del Congreso interfirieron sin derecho en su régimen contractual, conseguir modificaciones legislativas, digamos echar atrás la reforma, más por su intención que por su resultado. Esa sería una estrategia desgastante y condenada al fracaso.
No se ve cómo, sin generar hostilidad en su contra, pudiera repetirse más allá de hoy la suspensión en la consulta externa en el IMSS, o interrumpirse la atención al público en los servicios telefónicos y eléctricos. Concluida la jornada de hoy, expresión de solidaridad y presencia que no debe ser soslayada, el camino que parece viable para los trabajadores del IMSS conduce más a los tribunales, los del trabajo y el constitucional, que a la presencia callejera o la ausencia de los centros de prestación de sus servicios a los derechohabientes. Acudir a las vías jurídicas no implica desmovilización y mucho menos conformismo resignado, sino continuar la lucha por otros medios. Aunque la revisión de contrato que debe ocurrir en octubre sólo implica este año al salario, puede ser ocasión para que se reanude un diálogo que si bien no rindió frutos hasta ahora, puede ser el instrumento para aminorar la crispación que ha producido el desencuentro sobre cómo encarar el problema de las pensiones y jubilaciones, sobre cuyo alcance y naturaleza no hay discrepancias.
Así como es deseable que la presión física sobre la sesión inaugural del Congreso no enrarezca más el ambiente social, es de esperarse también que los representantes de los poderes reunidos en San Lázaro esta tarde comprendan la naturaleza de la protesta, normal en una democracia y en vez de satanizarla temerosos procuren atenderla con los instrumentos de la propia democracia. Los guiños agresivos, la tensión entre bancadas, el intercambio de vulgaridades, que se ha ido convirtiendo en costumbre (mala costumbre, por cierto) cada primero de septiembre, si se repitieran rutinariamente como si nada alrededor estuviera ocurriendo, será una riesgosa e inadmisible irresponsabilidad.