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Atrofia política

René Delgado

Los políticos mexicanos no quieren hacer política pero, eso sí, ninguno quiere presentar su renuncia y, en esa medida, asumir el fracaso de su actuación. El presidente Vicente Fox no quiere oír -negar audiencia es eso-, pero le divierte arriar con chiflidos a su mujer. El jefe del Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, quiere lavar la innegable corrupción de sus colaboradores en la teoría del complot que algo, pero sólo algo, tiene de cierto y elude, así, tomar decisiones políticas del calibre que exige el problema. La impunidad política de Diego Fernández de Cevallos o de Rosario Robles es proverbial. El secretario de Gobernación, Santiago Creel, arma mesas de diálogo en las que platica con su sombra; vamos, no dialoga ni con su partido pero aun así le pregunta al espejo si es un gran político o, de plano, un estadista. El dirigente del PRD, Leonel Godoy, rompe con el Gobierno y aguanta las embestidas del caudillo angustiado en que se ha convertido Cuauhtémoc Cárdenas. El coordinador parlamentario del PRI, Emilio Chuayffet, nuestro pequeño y frustrado coronel Tejero, hace lo mismo: rompe con el Gobierno y, así, consigue los minutos de gloria que le niega su carrera. Los dirigentes políticos se rebelan ante la autoridad electoral y los coordinadores parlamentarios reducen su actuación a eso, al parlamento sin sentido, pero no al quehacer legislativo. Los políticos renuncian categóricamente a la política... Y, sin embargo, quieren seguir en el cargo y coronar su ambición de poder o popularidad sin tener claro para qué quieren lo uno o lo otro, o las dos cosas.

*** La política, desde esa perspectiva, no es más el arte de la negociación y el entendimiento. No, es el recurso para aniquilar al enemigo. Se pervierte la política y, en esa perversión, se regocijan los políticos. La procuración de justicia se convierte, así, en el ariete para sacar al político de la plaza pública y llevarlo a la barandilla. La procuración de la justicia se trastoca, entonces, en el brazo con tolete de la política. Quien se sienta libre de culpa que tramite su correspondiente amparo y comparezca ante esa gran autoridad que es, ahora, el ministerio público o el juez. En ese esquema, el Estado de Derecho es un estado de ánimo y de pasiones que acaba con el mínimo de certidumbre necesaria para encontrar el marco y los referentes para sacar al país del marasmo en que se encuentra. Y, por si todo eso no fuera suficiente, el derrame del desencuentro le da fichas, curiosamente, a Estados Unidos y Cuba para incidir en la política nacional. Y la historia es clara al respecto: cuando la desunión nacional le abre la puerta a la ingerencia foránea, quien pierde es el país completo.

*** Esa realidad no resiste el análisis político. Los políticos cambiaron las categorías de la política y, entonces, las categorías del análisis resbalan ante el afán de interpretar lo que está ocurriendo. Los mejores análisis advierten el peligro al que se conduce la democracia, la transición y la alternancia pero sus juicios caen en tierra seca. Otros análisis agregan la pasión al juicio y, sobre el reacomodo de los hechos, dictan sentencia para cargar la culpa sobre el personaje donde más pesa la fobia. Algunos más quieren encontrar, en la caja de Pandora abierta, el señalamiento de que antes no había oportunidad de conocer los entresijos de la corrupción y la perversión política y saludan así el supuesto avance implícito en ello. Lo cierto, quizá, es que se quiere analizar la realidad con categorías válidas para una realidad que, si fue, no existe más.

*** Ahora, suena menos irreal que la transición mexicana fue importada y no un producto nacional derivado del desarrollo y crecimiento de las fuerzas políticas que, antes, tenían un claro y único carácter opositor. La apertura económica que nunca contempló aparejar ese cambio con la apertura política, precipitó una situación para la cual no estaban preparados ni el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática como tampoco el Partido Revolucionario Institucional. La apertura de las fronteras económicas y comerciales del país precipitó un cambio que no resistió la estructura política tradicional. Se dio un cambio para el cual no había Gobierno de la nueva situación. El efecto secundario de la apertura económica consistió en la vulneración de los pilares y las palancas del Partido Revolucionario Institucional sin el fortalecimiento y desarrollo de la oposición. Ahí se resume la visión y la miopía de Carlos Salinas de Gortari. Ganaba plazas la oposición, pero no crecía ni se desarrollaba y, menos aún, transformaba y combinaba su condición. Bajo esa idea, los triunfos de la oposición probablemente fueron más bien la derrota del partido tricolor. Ganaba la oposición no por su propia fuerza, inteligencia y desarrollo, como por la debilidad creciente del partido dominante. Las direcciones del PAN y el PRD no tuvieron ni la visión ni la inteligencia para entender lo que estaba ocurriendo y cayeron en la fascinación de su propio engaño: creerse con la implantación, la fuerza, la organización, el programa y la inteligencia necesaria para desplazar al PRI y gobernar. No era así. Los triunfos no eran necesariamente producto de aquello, como del decrecimiento de la fuerza de su adversario que era el PRI.

*** El PAN y el PRD, desde su perspectiva, llegaron al poder en distintas plazas pero, en el fondo, no lograban configurar una alternativa. En el mejor de los casos, esas fuerzas entraban a administrar y a evitar que la situación se les fuera de control pero, en el fondo, no lograban como no logran ofrecer un Gobierno alternativo. Vivían del discurso del cambio, pero no de la puesta en práctica de ese discurso. Ahí está Ernesto Ruffo, Francisco Barrio o, si se quiere, Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal o Ricardo Monreal en Zacatecas. El mérito consistía en que nada grave ocurriera y eso era ganancia. En el peor de los casos, ahí está Morelos, hacían de su Gobierno la mala reproducción del Gobierno tricolor al que llegaban a desplazar. Ahí está Sergio Estrada Cajigal. Ahí están varios munícipes del PAN en el Estado de México. Las direcciones del PAN y el PRD no entendieron la nueva circunstancia en la que se insertaban y el doble rol que tenían que jugar como fuerza en el poder en algunas plazas y como fuerza opositora en algunos congresos. No entendían como no entienden cómo articular esa situación y tampoco cómo regular su relación con los gobernantes que tenían. Ejemplos sobran: la fracción parlamentaria del PRD en la Cámara de Diputados se conduce como fuerza opositora como si no fueran Gobierno en la capital y algunas otras entidades de la República. La fracción parlamentaria del PAN no acaba de entender cuál es su relación con el partido y con el Gobierno y, así, frecuentemente cae en una suerte de dislexia política. La combinación de la actuación del partido, el Gobierno y la fracción parlamentaria de cada una de esas fuerzas da por resultado una suerte de discapacidad política.

*** El caso del PRI no es mejor. Sin estar en la principal posición de mando del sistema político como lo es la Presidencia de la República, la dirección del priismo no logra articular y conducir la fuerza nada despreciable que tiene en los Gobiernos estatales y municipales, así como en los congresos nacional y estatales. Ni por asomo Roberto Madrazo es capaz de definir qué es el PRI ahora: a veces lo conduce como una fuerza opositora que no sabe lo qué es ser oposición y a veces lo conduce como una fuerza en vías de recuperar el poder que, ante la sola idea de regresar a Los Pinos, desata la ambición de personas o grupos que hacen de esa posibilidad motivo suficiente para desatar una guerra intestina para repartirse, desde ahora, el botín que todavía no tienen. El PRI juega por momentos a hacer del fracaso de Vicente Fox la oportunidad de recuperar el poder, pero cuando advierten las condiciones en que quedaría el poder cambian la línea y pasan a asumir el rol de una oposición leal. El resultado es una marcha y contramarcha que termina por dejarlos mal parados.

*** De ese modo, si la transición mexicana fue importada y, por lo mismo, puso en evidencia la discapacidad política de las principales fuerzas para asumir los nuevos roles que tendrían que jugar, son comprensibles los tumbos que dan y las zancadillas que se propinan entre sí. Se entiende, así, por qué prefieren que los agentes del ministerio público o los jueces tomen las decisiones que ellos son incapaces de tomar. Se entiende probablemente así por qué no quieren hacer política. Quizá, no es que no quieran hacer política sino que, pese a los años que llevan de vivir de ella, no saben hacer política en la circunstancia en que los colocó un cambio que no provocaron ellos: la apertura económica que vulneró la estructura política donde estaban acostumbrados a actuar y que, a la vez, aceleró el desarrollo de otros factores -medios de comunicación, empresarios, movimientos sociales, jerarquías eclesiales, organizaciones gremiales, etcétera- que los presionan de más en más y para los cuales no tienen respuesta. Por eso, quizá, se entretienen, divierten y distraen en el campo que dominan: las pugnas hacia dentro de sus propias organizaciones, las pugnas hacia fuera de sus propias organizaciones pero con otras organizaciones. La grilla que desfigura la política y los exhibe como políticos discapacitados. Desde esa perspectiva, se entiende que el Presidente de la República, el jefe del Gobierno capitalino, el secretario de Gobernación, los dirigentes partidistas, los coordinadores parlamentarios y otros cuadros más renuncien a hacer política en grande, verdaderamente en grande. Se entiende eso pero no la incongruencia de renunciar a la política y seguir ocupando el cargo político que ostentan. Si insisten en esa renuncia, no estaría de más que pusieran su renuncia completa sobre la mesa y eviten al menos abrir la puerta a la injerencia de fuera.

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