Abundan las personas, instituciones, empresas, que ayudarían con gusto, si tuviesen claro qué hace falta y cómo hacerlo llegar. Abundan los recursos desperdiciados (por ejemplo, en los desastres) que dejan la satisfacción moral de haber ayudado, aunque no ayudaron. No basta con la buena voluntad. Hay problemas de estrategia, diseño, canalización, para que la ayuda sea eficaz.
De ahí viene la idea de focalizar: concentrarse en lo más necesario para los más necesitados. Pero ¿cómo lograrlo? Una mujer abandonada en la miseria, con niños pequeños, parece un caso obvio de ayuda focalizable; hasta que el programa asistencial (en los Estados Unidos) descubre que está fomentando el abandono: muchos hombres desesperados de no tener ingresos, abandonan a su familia, para que califique en el programa. Dificultades de diseño; cómo levantar el censo de mujeres abandonadas, quiénes y cómo deben calificar su situación, en qué consistirá la ayuda (¿servicios, alimentos, medicinas, vales, dinero en efectivo?), cómo llegará (¿camionetas, correo, pasen a recoger?) y ¿cuánto costará la administración de todo esto? No es inconcebible que el desperdicio, la corrupción, las relaciones públicas, las instalaciones, los vehículos, los viajes, la normatividad, la contabilidad, las auditorías, los estudios, el personal, dejen poco para la ayuda misma.
Al costo de hacer llegar la ayuda, debe sumarse el costo de recibirla: los viajes, vueltas, colas, trámites, pagos y mordidas para conseguir certificados de nacimiento, vacunación, educación, para recoger el dinero, los vales, alimentos, medicinas; para asistir a juntas o cursos, cumplir encargos y obligaciones del programa; para hacer reclamaciones por incumplimientos, retrasos, injusticias. Sin hablar del costo moral de verse en la necesidad, que sube si hay un trato despectivo. Ni del costo político, asistir a una manifestación de apoyo, votar agradecidamente.
En los últimos años, han tenido especial resonancia dos programas de ayuda focalizada. Lo mejor del Progresa fue que se concentró en las poblaciones de menos de cinco mil habitantes, donde está la población más necesitada. (La que llega al Distrito Federal o a los Estados Unidos, por mal que esté, está mejor, por eso, invita a otros de su pueblo). Una mala idea fue discriminar a los vecinos menos necesitados, con reglas que no entendieron ni aceptaron, por lo cual hubo resentimientos que dividieron comunidades. No hay que olvidar que en las aldeas, aunque unos son más pobres que otros, prácticamente todos lo son.
Algo muy complicado fue imponer a los hogares requisitos para calificar )por demás deseables la asistencia de los niños a la escuela, la vacunación), lo cual es costoso de verificar caso por caso, se presta a la corrupción, puede ser pesado (caminar kilómetros) y peor aún: excluye a las comunidades lejanas de toda la escuela o centro de salud. Años después, se reconoció que el patrón estaba mal, que los cheques no llegaban bien y que faltaba capacidad escolar, de salud, bancaria, para hacer efectiva la ayuda. Dada la complejidad del programa, no sería extraño que el costo sea desproporcionado al beneficio.
Una manera de bajar el costo y aumentar el beneficio sería cambiar de unidad focal: no calificar hogar por hogar, sino a toda la comunidad. Exigir la asistencia de todos los niños a la escuela, evaluar qué tanto enseña, exigir la vacunación de todos, la no-contaminación del agua potable y otras medidas sanitarias. Entregar a las autoridades locales la ayuda general para la escuela y la salud, más dinero para depositar a partes iguales en una caja de ahorros de todas las mujeres con credencial de elector, con listas públicas de lo que se entrega a quiénes y para qué. La ayuda dependería del cumplimiento de la comunidad, evaluado casa seis meses.
El otro programa es del Distrito Federal: entrega vales de despensa a todas las personas pobres o ricas que hayan cumplido setenta años. Gracias a esto, el costo administrativo es mínimo. Un efecto inesperado es que algunos inmigrantes que mandaban ayuda a sus padres ancianos optaron por traerlos al Distrito Federal. Lo deseable es lo contrario: que la ayuda se diera a condición de irse a vivir a pequeñas comunidades (como pueden ser las de origen) y se recibiera allá. Lo mismo hay que decir de la ayuda urbana de Oportunidades (la ampliación del Progresa): no hay que dar incentivos para emigrar a las ciudades, sino para vivir mejor y producir (artesanías, manufacturas ligeras) en las poblaciones pequeñas mucha gente lo preferiría, si allá pudiera vivir dignamente.