Las ballenas jorobadas se caracterizan por sus "cantos", melodiosos para los oídos humanos pero que en realidad son los gritos submarinos de los machos solitarios en busca de pareja.
Salinas (Ecuador), (EFE).- Las ballenas jorobadas comienzan un año más a deleitar con sus cantos a los visitantes de las costas ecuatorianas, hasta donde llegan para aparearse huyendo del intenso frío que se registra en el sur del continente americano.
Cientos de ballenas jorobadas ("megaptera novaengliae") llegan desde la Antártida, a nueve mil kilómetros de distancia, y pueden ser observadas desde esta época hasta septiembre en las costas de las provincias de Manabí, Esmeraldas y Guayas.
Frente a las costas manabítas, en la Isla de la Plata, las aguas del Pacífico alcanzan 26 grados centígrados, temperatura ideal para la reproducción y el alumbramiento de las ballenas jorobadas.
La Isla de la Plata, cuya fauna y flora es una réplica en miniatura de las Islas Galápagos, situadas a mil kilómetros al oeste de las costas continentales ecuatorianas, es un "santuario de ballenas" y en sus alrededores se instalan hasta 200 ejemplares en esta época del año.
Las ballenas jorobadas se caracterizan por sus "cantos", melodiosos para los oídos humanos pero que en realidad son los gritos submarinos de los machos solitarios en busca de pareja.
Los gigantescos mamíferos marinos dan saltos sobre la superficie del agua o sacan sus aletas para llamar la atención de las hembras, en un ritual de apareamiento que se prolonga durante varias semanas.
Para ver a las ballenas hay que internarse mar adentro, en un viaje de casi una hora, y esperar pacientemente para poder divisar las aletas y los soplidos, que pueden levantar chorros de agua de hasta tres metros.
La Isla de la Plata, un lugar lleno de legendarias historias de piratas y corsarios, es uno de los principales puntos de concentración de las ballenas de color grisáceo, una especie en peligro de extinción.
La observación de las ballenas jorobadas es uno de los mejores negocios de la temporada para algunos empresarios turísticos de este país, donde ya ha se han alzado las primeras voces de alerta sobre los daños que se pueden causar a los cetáceos por los masivos avistamientos.
La activista María José Barragán advirtió de que la masificación de las visitas puede ahuyentar a los cetáceos de las costas ecuatorianas, ya que las numerosas embarcaciones a motor que se acercan a ellos perturban su tranquilidad.
El gobierno ecuatoriano tiene preparado un reglamento para las actividades de avistamiento, suscrito por los Ministerios de Turismo, Ambiente y Defensa, y que está a la espera de la rubrica del presidente de la República, Lucio Gutiérrez.
En ese reglamento se establecen las acciones que deben emprenderse para garantizar la seguridad de los turistas y de las ballenas jorobadas durante las observaciones.
Al mismo tiempo se protegerá también a un conjunto de especies que cohabitan con las ballenas jorobadas, como las mantarrayas, los lobos marinos, delfines y tiburones.
A ellos les acompañan a menudo aves como los albatros, las fragatas y los piqueros de patas azules y de patas rojas, que con los cantos de las ballenas armonizan una suerte de coreografía natural.
Las ballenas son animales gregarios que viven en grupos de ocho a diez individuos que viajan siempre juntos.
Los cetáceos, que pueden medir hasta 15 metros de longitud, pesan entre 30 y 40 toneladas y deben su nombre a que en el comienzo de su aleta dorsal presentan una giba pronunciada.
Además de la joroba, otra característica de este tipo de ballenas son sus largas aletas pectorales, que alcanzan hasta cinco metros.
Estos animales alcanzan la madurez sexual a los nueve años y se reproducen de forma constante, de manera que el siguiente apareamiento se realiza nada más nacer el ballenato, con un periodo de gestación de 11 meses y medio y una lactancia de 11 meses.
