Una vez mas el terrorismo sacude hasta sus cimientos al género humano, en ocasión del atentado perpetrado en el sistema ferroviario metropolitano y suburbano de la ciudad de Madrid en España. De nuevo pasan frente a nuestros ojos las escenas dantescas que tras las explosiones provocadas por mano criminal, dejan una estela de dolor y muerte entre personas que ningún agravio han inferido a sus verdugos.
El asombro y la indignación que producen los efectos del acto terrorista, afloran de manera unánime de entre todos y cada uno de los protagonistas sociales convertidos en boquiabiertos espectadores. Un sentimiento momentáneo de impotencia y parálisis se apodera de todos, para estallar en llanto en algunos casos, en expresiones de rabia en otros y en algunos más, en expresiones de sentida oración.
Pasado el primer perturbador instante, surgen las reacciones institucionales y espontáneas que se traducen en acciones generosas a favor de las víctimas, en los ámbitos local, nacional e internacional. Destaca la respuesta autogestiva de la propia sociedad española que en avalancha acude con generosidad a la donación de sangre y al auxilio médico y sicológico en un afán solidario por aliviar los efectos de la tragedia y sanar al hermano.
Una vez atendidas las heridas físicas, urge el alivio del cuerpo social bajo el liderazgo de la Monarquía constitucional y el Gobierno democrático en los que los españoles han delegado el liderazgo de su comunidad nacional. En esta ocasión de injusto e incomprensible sufrimiento, valga el afecto entrañable y la solidaridad de todos los mexicanos con un pueblo al que nos hermana una historia común y lazos de sangre.
