“Para orgullo de los empresarios y el
Gobierno mexicanos, la industria del atún en México llegó para quedarse”.
Antonio Suárez
La historia de la industria atunera mexicana es un ejemplo de lo difícil que puede ser competir en el mercado internacional. No se trata nada más de tener un producto bueno y a buen precio que cumpla con las más rigurosas reglas internacionales de salud y ecología. Hay que superar rancias prácticas proteccionistas.
Desde 1980, cuando apenas estaba empezando a consolidarse, la industria atunera mexicana ha sufrido una serie de embargos de los Estados Unidos, que tradicionalmente fue su principal mercado. El primero fue producto de la decisión estadounidense de no reconocer la zona de exclusividad económica que México y muchos otros países del mundo adoptaron con la Convención del Mar de las Naciones Unidas de 1976. Hoy Estados Unidos ya reconoce y aplica esa zona de exclusión.
Los siguientes embargos tuvieron el supuesto propósito de proteger a los delfines asociados a los cardúmenes de atún. Pero ni siquiera la dramática disminución en la muerte incidental de delfines en la operación de la flota mexicana, la cual cumple ya sobradamente con los criterios del Acuerdo sobre el Programa Internacional para la Conservación del Delfín (APICD), ha sido suficiente para convencer a los tribunales estadounidenses de levantar el embargo.
La restricción se ejerce hoy a través de la negativa de otorgar al atún mexicano la designación de dolphin-safe, necesaria para la distribución en Estados Unidos, por la oposición del grupo ambientalista Earth Island. Como México ha reducido ya a casi cero la muerte incidental de delfines, Earth Island argumenta ahora que la pesca del atún le ocasiona angustia (stress) a los delfines. Esto simplemente esconde un ánimo proteccionista.
Hay obstáculos también para el atún mexicano en otros mercados. Por ejemplo, a pesar de que México tiene un tratado de libre comercio con la Unión Europea, el atún mexicano debe pagar un importante arancel para entrar a su mercado, mientras que el de Ecuador, un fuerte competidor de México, entra sin impuestos a pesar de no tener tratado comercial con Europa. Esto coloca a nuestro atún en una posición de desventaja desde antes de empezar a competir.
No hay duda que la actividad pesquera mexicana ha sufrido golpes devastadores por los embargos estadounidenses y por el trato discriminatorio europeo. La flota mexicana, sin embargo, ha podido sobrevivir, si bien disminuida, gracias a un radical aumento del consumo del atún dentro de nuestro país, el cual pasó de 20 mil toneladas anuales a 150 mil en la actualidad.
Pinsa, la empresa que encabeza Leovigildo Carranza, tiene la mayor penetración en el mercado nacional, con un 45 por ciento, principalmente por su marca Dolores. El Grupo Mar de Antonio Suárez, que maneja la marca Tuny, ha aumentado sus ventas a través de la diversificación y ha introducido nuevos productos, como ensaladas, ya no solamente de atún sino de pollo, jamón y salmón.
Lo sorprendente es cómo ha resistido la industria atunera mexicana a los embates que han venido de fuera. No solamente ha podido sobrevivir sino que, gracias a una creciente competitividad, ha ido mejorando sus números.
Lo ideal sería, sin embargo, que las autoridades no abandonaran a estas empresas que tan valiente lucha han presentado y que le dan empleo a miles de mexicanos. Debe seguirse peleando en los tribunales de Estados Unidos la injusta negativa a otorgarle al atún mexicano la designación dolphin-safe que la industria se ha ganado al reducir de manera dramática la muerte incidental de delfines.
Hay que buscar también por medios diplomáticos que el atún mexicano entre a Europa en igualdad de condiciones que el de Ecuador.
Otras medidas que deben tomar los legisladores y las autoridades mexicanas es eliminar algunas de las reglas absurdas que hacen menos competitivos a los puertos mexicanos y a nuestra flota pesquera.
Se está discutiendo ya en el Congreso una nueva Ley de pesca. Es importante que ésta apoye el fortalecimiento de la industria pesquera nacional y que reconozca, sobre todo, la necesidad de que sea económicamente competitiva. El gran riesgo es que caiga en manos de populistas que le pongan nuevos obstáculos a la competitividad de la industria pesquera mexicana.
Déficit estadounidense
La gradual devaluación del dólar no está revirtiendo la adversa posición externa de los Estados Unidos. Tan sólo de septiembre a octubre el déficit comercial estadounidense aumentó nueve por ciento: de 50,900 a 55,500 millones de dólares. En octubre, de hecho, Estados Unidos exportó 98,100 millones de dólares en productos y servicios, pero importó 153,500 millones. Este déficit es un riesgo significativo para la estabilidad de la economía mundial.
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