“En estos días les doy un masaje a mis piernas con cremita y platico con ellas. Les digo: ‘Tranquilas, vamos bien’”.
Belem Guerrero
Cuando finalmente llegó la segunda medalla, casi nadie la esperaba. No hubo la tensa espera que precedió la carrera final de Ana Gabriela Guevara y que detuvo el tránsito de vehículos en las ciudades de nuestro país.
Tampoco se registró la intensa promoción que vimos antes de los partidos de las selecciones de futbol. Nadie parecía acordarse de que Belem Guerrero, quien había quedado en el lugar 40 en la ruta, tenía todavía frente a sí su mejor prueba. Por eso, cuando finalmente la enjundiosa ciclista de Neza se levantó con el segundo lugar en la competencia de puntos de 25 kilómetros, en un horario matutino de poco rating de televisión, la noticia tuvo que difundirse de boca en boca. La medalla de plata de Belem —incluso más que la que un día antes consiguió Ana Gabriela— es un triunfo del esfuerzo personal y no de un sistema construido para la promoción del deporte de alto rendimiento.
Esta mujer proviene de una familia humilde, radicada en ese disperso mundo de nueva urbanización que es el municipio mexiquense de Ciudad Nezahualcóyotl.
Las circunstancias estuvieron siempre en contra de su éxito deportivo. La pobreza es una lápida muy pesada para quienes buscan destacar en éste o en otros campos de actividad.
Belem empezó en el ciclismo a los 13 años, a una edad relativamente tardía y durante años se dedicó a las competencias de ruta. Su inicio en la pista es relativamente reciente. A los 30 años que tiene actualmente, muchos la consideraban ya vieja para conseguir una medalla.
Los apoyos oficiales y la cobertura de medios de comunicación se dirigieron más bien hacia su compañera Nancy Contreras, de 26 años, quien quedó en el octavo lugar en los 500 metros contra reloj.
No deja de ser significativo que, a pesar de que ya había competido en dos Juegos Olímpicos —Atlanta y Sydney, donde obtuvo un quinto lugar—, a que recibió el Premio Nacional del Deporte en 2001 y a que al llegar a Atenas estaba en primer lugar en el ranking mundial en la prueba de puntos, las bicicletas que Belem utilizó en estos Olímpicos tuvieron que ser donadas por el Gobierno de Ciudad Neza y por TV Azteca.
Sin masajista en Atenas para ayudarle a relajar los músculos después de prácticas y competencias, Belem ha aprendido a hacerlo por sí misma. Hace unos días, después de un entrenamiento, el reportero Adrián Basilio del periódico Reforma se sorprendió por la falta de un fisiatra que atendiera a la ciclista. Pero Belem no se inquietaba: “En estos días les doy un masaje a mis piernas con cremita y platico con ellas. Les digo: ‘Tranquilas, vamos bien’”.
Para millones de mexicanos esta medalla, cuando ya no se esperaba otra, ha caído como una bendición. El país se había venido doliendo de un desempeño hasta ayer desastroso en los Juegos Olímpicos. El segundo lugar en la prueba por puntos de Belem tiene, sin embargo, elementos que le dan un sentido especial. Por una parte las mujeres nuevamente están sacando la casta deportiva por nuestro país. Ya lo hizo Soraya Jiménez, al ganar una presea de oro en Sydney.
Ahora lo hacen otras dos mujeres, con sendas medallas de plata en Atenas. Para un país machista como México, este simple hecho es una gran lección. Pero el origen humilde de Belem le da un elemento positivo adicional al resultado. A lo largo de estos Juegos de Atenas, conforme veíamos que se prolongaba la sequía de medallas para México, empecé a escuchar una serie de argumentos fáciles de gente que decía que los mexicanos, por razones étnicas o por pobreza, no tenemos realmente posibilidades de conseguir un buen desempeño en el deporte de alto rendimiento.
Belem, nuestra compatriota de Ciudad Neza, nos viene a demostrar que ni el origen étnico ni la cuna humilde son un obstáculo para el desempeño cuando existe determinación. La medalla de plata de Belem nos recalca que la manera de lograr un buen desempeño deportivo es buscar a temprana edad entre nuestra amplia población a quienes tengan un talento qué desarrollar.
Sólo construyendo una cantera que se extienda a toda la sociedad y no únicamente a una muy reducida clase media, podremos conseguir esos campeones deportivos que tanto ansiamos y que nuestro país puede tener gracias a la dimensión y la capacidad de nuestra población.
Ortiz Franco
La Sociedad Interamericana de Prensa le ha concedido el Gran Premio a la Libertad de Prensa a Francisco J. Ortiz Franco, el codirector del semanario Zeta de Tijuana asesinado el 22 de junio. Este reconocimiento periodístico es ciertamente merecido. Pero el mejor premio que podría tener Ortiz Franco es que las autoridades bajacalifornianas encontraran y castigaran a los responsables de su muerte.
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