En Beslán nadie sonríe. La ciudad sigue atenazada por la sangrienta tragedia mientras los equipos de rescate concluían la recuperación de cadáveres de los escombros.
Desde el miércoles pasado, cuando un comando terrorista se apoderó a tiros de la Escuela Número Uno y se encerró allí con centenares de rehenes, y hasta el día de ayer, cuando aún faltan por contar las víctimas de la masacre de el viernes, sus 32 mil habitantes viven paralizados por el horror.
En Beslán sólo se venden alimentos. El resto de los comercios permanecen cerrados.
Sentados en la escalera de uno de ellos, un grupo de adolescentes escucha atentamente a un ex rehén.
El muchacho, de unos 13 años, levanta la camiseta y muestra las heridas recibidas durante la fuga y repite su relato por enésima vez.
Gran parte de la ciudad sigue acordonada por la policía, especialmente la zona comprendida en un radio de medio kilómetro en torno al colegio.
Esquivando las patrullas y a los soldados que duermen en los bancos y sobre el césped del parque central, pasa un grupo de niños en bicicletas, todos ellos serios y callados.
Sólo alteran el silencio los grupos de gente que se pueden ver por todas partes.
Hablan en oseta, pero la desgracia y la ira no necesitan traducción.
Junto a la Casa de Cultura, muy cerca de las ruinas del colegio, igual que ayer y anteayer sigue reunida una multitud que no contiene las lágrimas, los gestos ni los gritos.
Ocho hombres rodean a Lev Zagóyev, portavoz de la presidencia de Osetia del Norte, y por el tono y las aisladas palabras que pronuncian en ruso, por las frecuentes menciones de (el presidente Alexandr) Dzasójov, queda claro que critican la actuación de las autoridades.
Dos mujeres se suman al coro y añaden leña al fuego. “¿Por qué no nos muestran el video que les enviaron los terroristas?”, preguntan.
Las autoridades dijeron que la caja del video estaba vacía, pero ellas sostienen que mostraba cómo los terroristas violaban a niñas rehenes.
“¿Imposible? Hablen con los médicos, o con los familiares que estuvieron en los hospitales y en la morgue. O ¿acaso niñas de siete años tienen menstruación?”, le gritan en ruso al portavoz.
Un mujer de 32 años pasa con la mirada perdida entre la gente, repitiendo una y otra vez la misma pregunta.
“¿Dónde me puedo enterar de mi hija?, pregunta a no se sabe quién.
Otras mujeres explican que el nombre de su hija no aparece en las listas de los hospitales ni de la morgue.
Zagóyev, mientras, dice a un grupo de corresponsales extranjeros, que inundaron la ciudad, que los equipos de rescate acaban de hallar el cuerpo de un niño, con lo cual el número de cadáveres rescatados entre los escombros ascendió a 323.
Pero el número de víctimas mortales seguirá creciendo, admite, aunque sea porque “algunos cuerpos quedaron despedazados por las explosiones, lo cual dificulta su identificación”.
En las casas, todos pegados a los televisores, con la esperanza de ver conocidos en los reportajes desde los hospitales de Beslán, la capital oseta, Vladikavkaz, y desde Moscú, a donde han sido transportados los más graves.
“!Es Vika!”, exclama radiante Nadezhda Ulárova, que acaba de comprobar que la hija de los vecinos y compañera de clase de su hijo está viva y se recupera.
Su hijo consiguió salir ileso, Vika tuvo menos suerte, una bala la alcanzó en la cabeza. Los teléfonos parecen sonar desde todas las ventanas de Beslán.
Las líneas están saturadas y en cada casa no cesan las llamadas de parientes y conocidos.
Unas veces para compartir la alegría, otras para acompañarlos en el dolor.