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Brendan es un típico chico de pueblo

El País

Madrid, España.- Brendan Fraser es un chico listo. Puede que no lo parezca si se le recuerda haciendo el tonto en George de la Jungla (Sam Wiseman, 1997) o en aquella tomadura de pelo que era Al Diablo con el Diablo (Harold Ramis, 2000), donde caía víctima de una endiablada Elizabeth Hurley.

Pero si se mira con atención, hay en su carrera unas pocas películas independientes, más comprometidas, que no solamente le redimen sino desvelan su lado polifacético, su entidad como actor y su pasión por este oficio.

En Dioses y Monstruos (Bill Condon, 1998) su construcción del jardinero cándido por el que el mítico cineasta James Whale, padre de Frankenstein, perdió algo más que la cabeza, sorprendió a todos, y hace poco, en El Americano Impasible (Philip Noyce, 2002), volvió a un personaje de envergadura, esta vez un agente camuflado de la CIA que se convierte en el tercer vértice de un exótico triángulo amoroso durante los orígenes de la guerra de Vietnam.

Para los que no tienen fe en su talento, Fraser hizo hace dos años en un teatro de Londres La Gata sobre el Tejado de Zinc, de Tennessee Williams, en la que encarnaba a Brick, el mismo papel que para el cine hiciera Paul Newman. “Fue una experiencia redentora que me hizo sentirme vivo. Una actuación en directo requiere tu presencia, que estés ahí cada día, que te emociones cada noche. Me encanta, además, la idea de poder pasar seis meses en Europa”, dice con su amplia sonrisa.

Así que no hay que juzgarle solamente por sus películas comerciales como las dos entregas de La Momia, las más taquilleras hasta el momento, o por su perenne y compulsivo flirteo con los dibujos animados, que ahora se magnifica y acentúa. Ya en Monkey Bone (Henry Selick, 2001) fue un dibujante atrapado en el absurdo mundo de sus propios dibujos; en Dudley Do-Right (Hugh Wilson, 1999) fue la encarnación de una célebre tira cómica y ni qué decir de la naturaleza caricaturesca de su George (el de la jungla).

Lógico parece, pues, que Joe Dante le haya seleccionado ahora para ser el héroe humano de Looney Tunes: de nuevo en acción, en el que comparte cartel con celebridades de la talla de Bugs Bunny, el Pato Lucas y la pandilla en pleno de los dibujos de la Warner de toda la vida. “Los dibujos animados son una broma dentro de otra broma. La gente los considera humanos aunque a nadie le chirría cuando están en medio de la vía del tren y los ojos se les salen de las órbitas.

Son sólo dibujos, podría decirse, pero cuando esto se rueda te puedes volver un poco loco hablando con alguien que no está, que no existe siquiera. Es el reto y ése es tu trabajo como actor: mientras tú creas que hay alguien ahí, el espectador lo creerá. Lo digo en serio”.

Aunque nació en Indianápolis, en 1968, Brendan Fraser no es el típico chico de pueblo que se vino a triunfar en Hollywood. En realidad, la sensibilidad artística se le despertó en Londres, uno de las tantas ciudades en las que ha vivido. “Mi padre trabajaba en la oficina de Turismo de Canadá, lo que nos hacía mudarnos cada cuatro o cinco años.

No sé exactamente a qué se dedicaba, podría haber sido un agente de la CIA y yo sin enterarme, pero lo cierto es que cada sitio nuevo era un nuevo reto, una vida un poco aventurera y, en mi opinión, muy estimulante”.

Promocionando las bondades turísticas de Canadá vivió en Holanda, en Francia (de ahí su perfecto francés) y en Londres. “Fue allí donde vi por primera vez un espectáculo de teatro y me dije ¡guauuu...!, la verdad es que no había visto muchas películas, lo prometo, y el teatro me impresionó. Luego nos fuimos a Los Ángeles”.

Sin embargo, fue el ambiente bohemio de Seattle el que le hizo decidirse por la carrera de actor. “Tenía 17 años y llegué a esta ciudad en la que existe una tradición enorme de pintores, artistas y actores. Es una ciudad portuaria y tiene influencias de todas partes, es un lugar muy especial, así que decidí ingresar a la Escuela de Arte Dramático”.

A partir de entonces, su carrera corrió vertiginosa y ya casi ni recuerda la cantidad de trabajos de subsistencia que tuvo hacer mientras se buscaba un lugar en las tablas o en la pantalla.

“¿Que qué hice?... De valet parking, de limpiaventanas... ¡madre mía, cualquier cosa!, incluso trabajé para una compañía de luces para árboles de Navidad”. Las oportunidades vinieron más tarde.

George de la Jungla, una película tonta pero exitosa, lo dio a conocer a él y su codiciada musculatura y justo cuando se pensaba que sería el chico de turno en las comedias fáciles de la industria, empezó a alternar con proyectos intelectualmente más ambiciosos. “Es el cine que me engancha, el que me atrae como un imán, quiero ser parte de él y y afortunadamente he podido hacerlas”. La última no es de las más profundas pero, al menos, ha podido compartir cartel con Bugs Bunny y el pato Lucas, dos leyendas del cine todavía vivas.

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