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MÉXICO, DF.- México ha adoptado una posición nacionalista en respuesta a la llegada al país de una ola de árboles de Navidad importados y se ha fijado la meta de cultivar sus propios pinos para las fiestas decembrinas, en un reconocimiento tácito de la irreversible penetración de las costumbres del Norte.
Durante siglos, las tradiciones mexicanas navideñas giraron alrededor de los “nacimientos” -representaciones de la Natividad- cuidadosamente ornamentados, regalos para los niños el “Día de Reyes” el seis de enero, y pequeñas representaciones teatrales del nacimiento de Cristo, llamadas “pastorelas”.
Pero a partir de las décadas de 1940 y 1950, los mexicanos empezaron a colocar árboles de Navidad en sus casas. Desde entonces se han popularizado enormemente, al igual que otras importaciones como Santa Claus y sus renos.
Criticados como algo más que sólo una invasión cultural, durante largo tiempo se pensó que el uso de los árboles dañaba al medio ambiente, porque muchos eran talados ilegalmente en las montañas cubiertas de pinos que rodean a la Ciudad de México.
Sin embargo, aunque los agricultores mexicanos ya han establecido plantaciones de árboles de Navidad en forma legal y sostenible, aún enfrentan una preferencia generalizada del público por los abetos Douglas y Balsam importados de Canadá y de la región noroccidental de Estados Unidos.
Las autoridades desean que la gente compre árboles mexicanos, pues detectan una oportunidad para crear empleos y fomentar el uso sostenible de los bosques.
Alberto Cárdenas, secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, dijo que están listos para asumir la tarea de satisfacer la demanda interna, y considera que en cuatro o cinco años ya podrían dominar el mercado y empezar a exportar.
Actualmente, México importa alrededor de un millón de árboles al año, y sólo produce unos 500 mil. Pero bajo programas respaldados por el gobierno, los que los cultivan están recibiendo subsidios y árboles pequeños de variedades locales del abeto como el oyamel y el acahuite.
A partir de la década de 1990, el Gobierno comenzó a etiquetar y a certificar los árboles cosechados legalmente. En la actualidad, subsidios de unos 600 dólares por hectárea ayudan a los agricultores a establecer plantaciones de árboles, que maduran en un período que va de cinco a ocho años.
Cárdenas dijo que las granjas silvícolas dan empleo a hombres y mujeres del ámbito rural, y proporcionan una serie de beneficios ambientales para la conservación de la tierra, el aire y el agua.
Roberto de Dios García, que encabeza una asociación de 32 agricultores de árboles en el Estado de México, reconoce que “los árboles de Navidad pueden no ser la decoración decembrina más tradicional”. Pero consideró que “son buenos porque pueden cultivarse en parcelas pequeñas, ayudan a evitar la erosión del suelo y proporcionan una fuente de ingresos adicional para las familias pobres dedicadas a la agricultura”.
La industria se ha vuelto tan popular que, cuando este año un grupo de mujeres indígenas masagua -las cuales protestaban por la extracción de agua de sus tierras- amenazaron con interrumpir el suministro del líquido a la Ciudad de México, las autoridades les ofrecieron miles de pequeños árboles de Navidad como proyecto de desarrollo, en lugar de simplemente intentar dialogar para llegar a un acuerdo.
Este año, el Gobierno espera vender árboles bajo programas para que la gente ‘corte el suyo’ en granjas de las montañas de la Ciudad de México, las cuales son lo suficientemente elevadas como para recibir algunos centímetros de nieve algunos años.