Moscú, (EFE).- La calle Tverskaya, la lujosa Gorki del Moscú de Stalin donde vivían sus allegados y de donde se los llevaban durante las purgas de los años 30 del siglo pasado, sigue siendo escenario de pasiones y luchas entre la vieja, la nueva elite y la Alcaldía.
"Para nosotros esta es nuestra casa y toda nuestra vida y para ellos una mera inversión", explicaba un antiguo vecino a EFE las causas de los conflictos entre los viejos y los nuevos inquilinos de uno de los edificios, situado en pleno centro de la famosa calle y a tan sólo unos centenares de metros del Kremlin.
Los conflictos surgen porque los nuevos inquilinos quieren cambiar las lámparas, lujosas pero vetustas, de la época estalinista por otras más caras y modernas, porque quieren decorar los portales, que conservan el aspecto de los tiempos cuando por sus escaleras los agentes de la NKVD (predecesora del KGB) se llevaban detenidos a viejos bolcheviques y a militares que ganaron la guerra civil.
"No se trata de dinero, pues lo pagamos nosotros, se trata de que se oponen a cualquier cosa que proponemos, incluso en su propio beneficio", asegura Alexéi, un joven y próspero empresario que compró el piso hace dos años.
"Son unos plebeyos que hicieron montones de dinero empobreciendo al resto del pueblo y creen que por ello podrán adueñarse de esta casa, donde antes sólo vivíamos las personas más destacadas y famosas del país", dice Margarita Lvovna, esposa de un ex alto funcionario comunista.
Lo que más le indigna es que algunos de su "clase" acepten las nuevas reglas de juego y entren en negocios con los "nuevos ricos".
"Los anteriores inquilinos parecían gente decente, él era hijo de un mariscal, pero le vendieron el piso a este "nepman" (como llamaban en tiempos de la Revolución bolchevique a los dueños de los negocios tolerados) y a otro el Mercedes de su padre, que perteneció a uno de los generales de Hitler y que Stalin le regaló", relata.
Con ese dinero, según la indignada "aristócrata soviética", los descendientes del heroico mariscal se compraron una casa en España y abrieron una cuenta bancaria que les permite "hacer la vida que combatieron sus padres y abuelos".
El otro gran enemigo de la vieja guardia de la Tverskaya es la Alcaldía de Moscú, que "está destrozando la ciudad y americaniza nuestra calle".
Y es que realmente la Tverskaya, que recuperó su nombre histórico tras la caída del comunismo, se aleja cada vez más del aspecto de cuando llevaba el nombre del "gran escritor proletario".
Las enormes placas de mármol, con los nombres de los famosos inquilinos que vivieron allí en la época soviética y que antes eran casi el único adorno, siguen en las fachadas aunque ensombrecidas ahora por los lujosos escaparates y luces de neón de una de las calles comerciales más caras del mundo.
En 2004, la Tverskaya se ha adelantado a la Ganza de Tokio y a la Pitt Street Mall de Sidney por los precios de alquiler, que han aumentado un 13,1 por ciento y superado los tres mil 500 dólares por metro cuadrado al año.
Y, por supuesto, las más lujosas marcas mundiales de ropa, calzado, perfumes y automóviles desplazaron de la Tverskaya a las tiendas de comestibles.
Lo cierto es que aquellas tiendas soviéticas se lucían por los escaparates vacíos y porque los habitantes de la Gorki no iban a ellas, pues se abastecían en los "spetsraspredeliteli" (literalmente distribuidores especiales) que atendían a la "nomenklatura" comunista.
Pero aquellos tiempos han pasado y el Distribuidor N7, de la que Margarita Lvovna era cliente, es ahora un lujoso restaurante que, por gracia de sus dueños, conserva el mismo nombre.
"Para hacer la compra cotidiana hay que ir en automóvil, y yo jamás lo tuve", se indigna la mujer, a quien antes le traía la compra el chófer de su marido.
De vez en cuando, algún diario sensacionalista anuncia la próxima reconstrucción de la carísima y codiciada Tverskaya, y sólo entonces, ante el peligro común, se unen en la Tverskaya la vieja y la nueva elite.