El “Clinton fatigue” es un término que durante cierto tiempo se utilizó para definir el estado de ánimo general después de ocho años de administración demócrata en Estados Unidos. Escándalos sexuales de por medio, un pensamiento y actuar liberal con cierta dosis de caótico, el norteamericano deseaba transitar hacia nuevos esquemas.
Si ayer el legado de William Clinton pareciera verse reducido a un “affaire” denigrante y de poca monta, actualmente su presidencia ha comenzado a ser concebida con nuevos ojos y el legado histórico a redimensionarse.
Mucho de lo anterior lo ha ocasionado George W. Bush con su retórica unilateral, tremendamente invasiva. Cuando los tristes sucesos del 11 de septiembre, el actual Mandatario recibió un apoyo general del mundo y hasta cierto punto se le otorgó un cheque en blanco para luchar contra el terrorismo, mal que no respeta fronteras y del cual todos podemos ser víctimas en un momento determinado.
Sin embargo, las cosas llegaron demasiado lejos; ello ha puesto al votante potencial a pensar con detenimiento en las repercusiones que podrían ocasionar otros cuatro años de Gobierno republicano.
Víctima de un artero fraude electoral, Al Gore no aprovechó el capital político de Bill Clinton durante su campaña, de hecho, buscó distanciarse de su antecesor y hoy se piensa ello pudo haber influenciado el resultado. Ya se ve a Clinton de diferente manera, de nueva cuenta –y más aún después de la publicación de tan esperadas memorias- su popularidad anda por las nubes y hoy por hoy es el más destacado miembro del Partido Demócrata. Ocho años de estabilidad, crecimiento acelerado, eliminación del déficit, geopolítica y diplomacia triangular bien aplicada, respeto de la comunidad mundial, tintes de Estadista nato y un carisma fuera de lo común son algunos de los aciertos de los cuales George W. Bush está huérfano.
El segundo es servil a grupos de poder, lleva sus odios al terreno de la vendetta personal, suple su incapacidad en cuestiones internas bajo la implementación de un tono bélico, fomenta el miedo colectivo y con una tremenda facilidad es capaz de crear enemigos inexistentes. De la solidaridad general pasó al repudio de un importante número de países que no están dispuestos a aceptar Estados Unidos defina la agenda y opere bajo un daltonismo absurdo, miope y francamente abusivo.
El último informe presidencial puso en evidencia que la situación empeorará, ubica a Bush como un Mandatario monotemático y ya se empieza a sentir una fatiga respecto a la carencia de ideas. Los norteamericanos saben que la economía no transita por la senda de la recuperación acelerada y finalmente, a la hora de votar la situación de sus bolsillos los hace definirse hacia un lado o el otro. Además, dicho sea de paso, la guerra en Irak deja como saldo cientos de soldados muertos, un oneroso e importante gasto para el contribuyente promedio, no se encuentran armas por ningún lado y sí se piensa Bush llevó a su país al matadero para saldar un pasivo que data desde los tiempos de su padre. Bajo el riesgo de equivocarme, podría aseverar que la incursión en las tierras de Saddam Hussein será su epitafio político.
Para ser Presidente de Estados Unidos se necesita ser conciliador. La fuerza debe ser enfocada para actuar como fiel de la balanza, regular las relaciones entre los distintos países y proponer esquemas más justos. No conforme con dividir, George W. Bush fomenta el odio, gracias a sus torpezas los norteamericanos vuelven a tomar fuerza como la raza más repudiada.
Falta mucho tiempo para las elecciones de noviembre y especialmente en el país vecino, tantos meses pueden ser una eternidad, las cosas se pondrán sumamente interesantes. Tan sólo hace unos meses, Howard Dean era el aspirante demócrata más visible y un serio enemigo a vencer, a pesar de ello, su inconsistencia e incapacidad para sostener determinadas ideas lo llevó a perder puntos frente al aristocrático senador John Kerry, hombre mesurado y propositivo que hasta hoy aventaja a George W. Bush en las encuestas.
La contienda por el despacho oval será interesante y de no cometer un error garrafal, Kerry podría perfilarse como Mandatario. Sus mejores armas serán atacar la política actual sin piedad, demostrar Bush es torpe y sus acciones, lejos de beneficiar a la población, a la larga solamente traerán fatídicas consecuencias. Son tiempos distintos, en apariencia ni Kerry ni Bush cuentan con un pasado sexual que los haga vulnerables y torne la campaña en un puñado de dimes y diretes sobre las normas morales. Aquí el meollo del asunto: juego de inteligencias puro.
Pienso en Clinton y viene a mi mente la idea de que ciertos hombres están destinados a la grandeza gracias a sus acciones, ideas y capacidad para anticiparse al futuro. Grande es aquél con una visión integral de la realidad, ése que genera respeto aun de sus enemigos. Grande fue Kennedy pues unificó a su pueblo, les hizo ver las estrellas, confirió cierta dignidad al ejercicio del poder y solamente tres años le bastaron para recrear “Camelot”. A pesar de “Watergate”, a Richard Nixon se le recuerda como un Presidente que redefinió el orden mundial bajo el entendimiento de la importancia de unificar ideologías en pos de una realidad balanceada. “Divide y vencerás” es la frase más “ad-hoc” cuando se piensa en él. George W. Bush, a la larga y tal como su padre, será definido por la historia como un burdo intento, el cowboy “demodé” que a nadie le sirve y es producto de una circunstancia errónea, tal como cientos de grises personajes que, simplemente, nunca y bajo ninguna circunstancia serán vistos como ejemplos de grandeza.