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CARTAS HEBDOMADARIAS/ POR EMILIO HERRERA

ALFONSO REYES.

MÉXICO, D. F.

En alguna de sus páginas usted nos cuenta que los griegos viajaron por el mar por necesidad, pero que, gustarles, gustarles, nanay. Para ellos la tierra, sobre la que se camina, se sube y se baja, se triunfa o se pierde y se termina nutriéndola, aunque cada vez más muchos se nieguen, ordenando ser convertidos en ceniza que vaya usted a saber dónde parará, era lo esencial.

Sin embargo, en ocasiones tenemos que enfrentarnos con su vastedad y no podemos menos que abrir la boca. Una vez más esto me ha pasado en Mazatlán, a dónde Elvira y yo hemos venido invitados por Miguel Ángel y Perla a pasar la semana que el último sábado terminará. Para leer no he traído mucho, pues por experiencia propia sé que es inútil, que de viaje no se lee, apenas “Borges, unos días y un tiempo”, ese librito que María Esther Vázquez escribiera hace veinte años sobre el ilustre y memorioso argentino y al que no había podido echarle mano. Borges menciona en él a Víctor Hugo y al libro que escribiera en su destierro. “Hugo dice que un anciano y su hijo habían llegado desterrados a una isla y entonces, el hijo le pregunta al padre qué hará y Hugo dice: “miraré el mar” y el hijo contesta: “yo traduciré a Shakespeare”. En este diálogo está implícita la vastedad del mar y la vastedad de Shakespeare. La anécdota la había leído hace tiempo en alguna otra parte, en algún otro libro, pero los personajes no eran un anciano y su hijo sino el propio Hugo y el suyo. Y así uno acaba por no estar seguro de nada.

Pero, bueno, lo mejor de este viaje es que tanto Elvira como yo teníamos necesidad de descansar y aprovechamos la oportunidad que nos brindaban Miguel y Perla para obtener tal descanso. Ellos tres todavía están en edad, unos más, otra menos, de enfrentarse a una caminata mañanera de seis a diez kilómetros ida y vuelta por la arena, sin perjuicio de que Miguel y Perla jueguen dentro de la alberca con Perlita y Marcela hasta la puesta del Sol, que, lo que sea e caa quién, ni siquiera es de fotografía.

De la última vez que estuve en Mazatlán a ahora, me parece que no ha cambiado mucho. ¡Comparado con quién? ¡Hombre, con nosotros, que sí lo hemos hecho! Y de una manera o de otra, los culpables somos todos.

Bueno, don Alfonso, a lo mejor usted se estará diciendo: ¡Y eso a mí, qué?, porque comencé con el mar y los griegos y acabé con el mar y los laguneros. Dispense usted. Otra vez será.

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