CRISTINA DE SUECIA.
ROMA, ITALIA.
Ahora que entre nosotros, las mujeres, con todo su derecho, eso sí, andan muy alborotadas políticamente y más de una, aunque sólo sea para que no se le vaya a hacer el chiripazo a la pareja presidencial, tratan de participar en la próxima oportunidad electiva, sería bueno que te dieras tiempo y buscaras la manera de venir a darles alguna conferencia al respecto; es decir, ponerte de ejemplo demostrándoles que el poder no vale tanto la pena, como ellas creen y tú dejaste de creer a tiempo.
Claro que se puede jugar con la vida y con la muerte de los demás, como tú hiciste con el pobre Descartes, a quien en un tiempo como el que ahora pasamos llevabas de madrugada a platicar a la biblioteca de tu palacio que era el sitio más frío de toda Suecia y el hombre atrapó allí una congestión pulmonar con la que no pudo y se fue a donde se van los que mueren de eso.
Cuéntales de cómo a los dieciocho años ya eras reina y veintidós años después estabas ya más que harta del poder y lo renunciaste. Después emprendiste un solo viaje que durante treinta y cinco años te llevó en Europa a todas partes.
Años después, ¿te acuerdas? una corte europea te propuso un marido y a los que trataban de convencerte les dijiste: “Si no quise casarme cuando habría hecho rey a mi marido, menos aceptaré ahora que no puedo hacerlo sino viajero ilustre”.
Total que fuera del poder hiciste lo que quisiste, que era lo que no podías hacer teniéndolo. Por eso más de uno dice del poder eso: que es la impotencia. Y aquí ni tú misma podrías cortar cabezas que, en ocasiones parece que pudiera ser la única solución.
En fin, que los tiempos han cambiado y ni tú podrías regresar los tuyos. Quédate, pues, mejor, quieta, como estás. Y a ver qué pasa.