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Centenario de Bloomsday

Francisco José Amparán

and then he asked me would I

yes to say /yes/ my mountain flower

and first I put my arms around him

/yes/ and drew him down to me so he could feel my breasts all perfume /yes/

and his heart was going like mad

and yes I said yes I will Yes.

Últimas frases del monól ogo de Molly Bloom, y de la novela “Ulises”, de James Joyce

Comentábamos el domingo pasado cómo es posible, mediante esa mágica locura que es el arte (en especial las artes narrativas, como la novela y el cine), crear mundos imaginarios enteros, con todo y diputados mongoloides y drenajes colapsados. Por coincidencia, un evento en esta semana que acaba de fenecer nos recordó, precisamente, ese inmenso poder, y cómo éste puede ejercer influjos considerables.

Quizá ustedes no notaron nada especial este miércoles 16 de junio, especialmente en un pueblo donde nunca ocurre nada (interesante), como Torreón. Pero en muchas partes del mundo y de muy diversas maneras, ese día se festejó una fecha celebérrima: el primer centenario de Bloomsday.

¿Y qué rayos es Bloomsday? Ah, pues es el 16 de junio de 1904, día en el que transcurre toda la novela “Ulises”, cuando Stephen Dedalus y Leopold Bloom van de un lado a otro por las calles de Dublín entre funerales, parturientas, curas, borrachos, prostitutas, esposas infieles, ninfetas cojas y sus propias, pesadas, agobiantes ideas y memorias… como agobiantes llegan a ser las ideas y recuerdos de todos nosotros, en un momento dado. A menos que se sea un desvergonzado o incapaz de tener una idea (o las dos cosas), como casi todos los miembros de nuestra clase política.

Al “Ulises”, publicado en 1922, se le considera la primera novela moderna. Presenta tantas y tales innovaciones, es de tal complejidad y fijó en su momento tantos derroteros, que para muchos es la obra literaria seminal del Siglo XX: de ahí sale todo y de ahí p’al real. A lo largo de sus más de 600 páginas se entretejen una cantidad tal de formas narrativas, puntos de vista, estilos lingüísticos y novedades discursivas que muchos de sus contemporáneos no supieron bien a bien si se enfrentaban a una genialidad o un mamotreto. No hay escritor nacido en el siglo pasado (de talento, por supuesto) que no le deba algo, aunque sea tangencialmente y de rebote, a ese monumento.

El cual, sobre aviso no hay engaño, sigue el esquema de “La Odisea”. Pero en vez de andar de un lado a otro del Mediterráneo, este moderno Ulises (u Odiseo) no sale de la ciudad de Dublín; en lugar de diez años de periplo, Leopoldo Bloom lo realiza en un día, de las ocho de la mañana a la madrugada siguiente; si Ulises tuvo que batallar con cíclopes y comedores de lotos, Leopoldo la tiene más difícil: es judío en un país donde ser católico es seña de identidad más importante que el ser guadalupano en México y reemplazando a Penélope tenemos a Molly Bloom, que no se caracteriza precisamente por su fidelidad. De hecho, la primera vez que nos topamos a estos dos personajes (Libro II, Capítulo cuatro; Calipso), él sabe que ese día su mujer va a tener una aventurilla… y emprende su navegación por las calles de Dublín con el fin de no incomodarla. Para agarrar fuerzas, antes de salir procede a comerse un riñón de puerco que sabe a pis… ritual que innumerables personas realizaron el miércoles a las ocho AM en todo el mundo.

Que es una manera no sé qué tan deleitosa de empezar a rendirle tributo a una obra, un día, unos personajes ficticios; homenaje que en algunos casos llega a niveles francamente estrambóticos. Los joyceanos clavadotes suelen hacer auténticas peregrinaciones a los Lugares Santos del “Ulises” (la Torre Martello donde empieza la novela, el siete de Eccles Street donde Molly se avienta la cana al aire y el monólogo más famosos de la literatura contemporánea), e incluso llegan a recrear (bueno, más o menos) la novela: se junta una turba de fanáticos y se reparten papeles: uno es Bloom, otro es Stephen, una es Molly, otra es Gerty (aunque hay apasionadas discusiones sobre la edad de esta última) y así se la llevan de acuerdo al número de loquitos dispuestos a reconstruir ese día. Por supuesto, dado lo complejo que es armar semejante tinglado, con que se puedan juntar ya va de gane; pero como en todo buen evento religioso, hay una fecha especial para hacer todo eso: Bloomsday, el 16 de junio.

Continuará mañana...

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Así que ya se imaginarán cómo estuvo la cosa en el centenario del Mero Día. Hubo sesudos seminarios con grandes eminencias, maratones de atletas (que no sabemos con certeza qué tienen que ver con todo esto, a no ser por los resoplidos, a los que recurre Molly con cierta frecuencia) y miles de fulanos siguiendo los pasos del “Ulises” y bebiendo más pintas de cerveza que todos los personajes de la novela juntos… lo que ya es decir, dado que, como buenos irlandeses, los hay que no dejan de empinar el codo durante capítulos enteros. Después de todo, de ahí es la Guiness, así que pretexto tienen y muy bueno.

A estas alturas muchos se preguntarán por qué si la novela tiene tantos y tan fervientes seguidores, les resulta prácticamente desconocida. Bueno, ello tiene que ver, en el caso de México, fundamentalmente con tres elementos: complejidad, traducción y ausencia cinematográfica. Echémosle un vistazo a cada uno de ellos.

No nos hagamos: “Ulises” resulta una novela muy difícil de leer. Ello, debido a varios factores: por la estructura misma de la trama, por la prodigiosa originalidad de su lenguaje y por la enorme cantidad y diversidad de sus personajes. Dado que uno está acostumbrado a ciertas formas de hacer y decir las cosas, lo churrigueresco del texto nos deja boquiabiertos y patidifusos. Que mucho de la narración consista en las ideas, pensamientos y recuerdos de los personajes (con la escasa estructura lógica que suele tener lo que nos pasa espontáneamente por la cabeza) no ayuda mucho que digamos. Lo experimental de la sintaxis y puntuación, tampoco. Así que no es de sorprendernos que el “Ulises” sea uno de esos libros que se cita mucho pero que lee muy poca gente. De hecho, durante mucho tiempo fue despreciado en Irlanda, por hereje e irreverente, sin que la inmensa mayoría de los isleños lo hubiera siquiera hojeado. Así que nunca va a ser un best seller. Ni en inglés, ni en otra lengua cualquiera. Lo que nos lleva a…

Sólo conozco dos traducciones al castellano de esta novela. Y ambas son igualmente insatisfactorias: nada más no están a la altura del original y suenan secas, infecundas, demasiado literales. Ello no tiene que ver con lo malos o buenos que hayan sido quienes se echaron el trompo a la uña de hincarle el diente a este prodigio: sencillamente muchas partes del “Ulises”, por su léxico local, por sus juegos de palabras, por las paráfrasis que se multiplican como videoescándalos, son intraducibles. ¿No me creen? Bueno, prueben a pasar al inglés una simple frase de aquí arribita: “se echaron el trompo a la uña de hincarle el diente”. O, yéndonos al extremo, cualquier canción de Paquita la del Barrio o de Molotov. Ahí los quiero ver. Y en el “Ulises” pululan el caló, la doble intención y las palabras hechizas típicas de los habitantes de una ciudad vibrante y que se enorgullecen (como los londinenses, que se cuecen aparte) de hablar como sólo ellos se entienden. Y dado que Dublín es, en cierta forma, el personaje principal, esa característica puramente local se ve acentuada.

Para colmo, un tema nada universal, pero bien importante en aquellos tiempos y lugares, ronda por buena parte de la novela: el nacionalismo irlandés, la perentoria necesidad de librarse del dominio británico y protestante. Ahora que Irlanda es un país independiente, próspero y miembro de la Unión Europea, ¿a quién le importan las etílicas discusiones a ese respecto, que con tanto brío y necedad eran deporte nacional en la Isla Verde? Claro que uno puede identificarse con pobres borrachos católicos, quejándose de la opresión de los poderosos protestantes (¿les suena conocido?), pero sin hacer gran cosa para que las cosas cambien (¿les suena conocido?). Pero llega un momento en que los mismos traductores no saben qué hacer con los términos que se relacionan con esa amarga lucha. Y al lector, todo el asunto lo deja frío… y deseoso de echarse una cheve.

Pero aparte de estas complicaciones, creo que un factor importante para que en buena parte del mundo (angloparlante o no) el “Ulises” sea desconocido radica en que, al contrario de otros libros de su edad, calibre y liga (como, por ejemplo, “El amante de Lady Chatterley”) no ha sido llevado con éxito a la pantalla grande. Hay una versión de 1967, en blanco y negro, que en su casa la conocen y le hablan de tú (aunque fue nominada al Óscar por mejor guión adaptado), notable sólo porque causó conmoción en varios países angloparlantes (los únicos en que fue exhibida) por su florido lenguaje y ciertas situaciones escabrosas (¡Ah, esa Molly!). Este mes, coincidiendo con el centenario, aparece “Bloom”, con Stephen Rea (estupendo actor al que quizá recuerden de “Juego de Lágrimas ”, The Crying Game, 1992) como Leopold y Angeline Ball en el papel de Molly. Las primeras reseñas son prometedoras. Aunque creo que nos daremos de santos si llega a exhibirse por acá.

Total, que una de las obras clave de la literatura del siglo XX de repente parece seguir los avatares de otras manifestaciones artísticas menos profundas. Esperen al rato un Reality Show donde el concurso sea ver quién puja más parecido a Molly. Peores cosas pueden ocurrir.

Consejo no pedido para sentirse Ulises: escuchen cualquier cosa de Bob Geldof & the Boomtown Rats, banda irlandesa por excelencia. Lean los (ésos sí) muy accesibles “Dublinenses” y “Retrato del artista adolescente” de Joyce, para calentar motores. Y vean “Las cenizas de Ángela” (“Angela’s ashes”, 2000), estrujante adaptación de la magnífica novela homónima de Frank McCourt, que desnuda a cuchilladas el alma irlandesa. Provecho.

Correo: francisco.amparan@itesm.mx

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