En 2000 Vicente Fox le ganó al PRI por una nariz, justo en el sprint final. Andrés Manuel López Obrador, en cambio, a dos años del cierre ha tomado una ventaja considerable sobre sus contrincantes. Si quedaba alguna duda, la marcha del domingo anterior lo deja más que en claro. Para ponerlo en términos de carrera olímpica: parece que ya se escapó.
A menos, claro, que aparezcan los imponderables. Y todo indica que hay mucha gente buscando esos imponderables, particularmente a través de los jueces. Hace unos días escuché a un empresario importante decir que había que parar a Andrés Manuel, porque dentro de dos años eso sería imposible. Durante su Informe, hace unos días, Vicente Fox intentó convencer al respetable de que él no tenía nada que ver con el expediente abierto en tribunales en contra de López Obrador. Quizás sí, quizás no, pero será Fox el que asuma buena parte de las consecuencias. Para empezar, su propuesta de tregua es un exhorto ingenuo: la izquierda seguirá en pie de guerra en tanto siga viva la amenaza de inhabilitar a Andrés Manuel.
El proceso penal en contra del Jefe de Gobierno de la Ciudad abriría una caja de Pandora. En lo sucesivo los partidos estarían abusando de este recurso para inhabilitarse mutuamente. La presión para usar y corromper a los jueces será mayúscula (como si éstos no tuvieran ya demasiados pretextos para corromperse).
Utilizar a los tribunales con fines políticos y de manera aviesa legitimaría, en opinión de la izquierda, el uso de la calle para revelarse contra tal “abuso”. La única defensa de Andrés Manuel sería la movilización popular. Eso sería nefasto para el sistema político. Haría retroceder la vida institucional varias décadas, debilitaría el andamiaje judicial y el respeto a las Leyes y abriría un enorme espacio para la ingobernabilidad. Al final perdemos todos.
Sería terrible que López Obrador intentara saltarse las trancas de la Ley, pero en tal caso también serían responsables aquellos que a juicio de muchos colocaron las trancas de manera alevosa. Si los empresarios, el PRI y el PAN quieren impedir que el tabasqueño llegue a Los Pinos, deben intentarlo en las urnas.
Recordemos que fue Fox quien inició el mito de Andrés Manuel. Apenas arrancado su Gobierno y con la aviada beligerante de la campaña, Fox se empeñó en subirse al ring una y otra vez con el gobernador del Distrito Federal. No quería compartir su calidad de personaje de moda, “el preferido” de la opinión pública. Le salió costoso el capricho: convirtió a López Obrador en un rival de tamaño presidencial. Si Fox hubiese dado a López Obrador el tratamiento que dispensó a otros gobernadores, por ejemplo Arturo Montiel (más habitantes de la capital viven en el estado de México que en el Distrito Federal), a López Obrador le habría sido más difícil convertirse en un personaje de envergadura nacional.
Al arranque de su sexenio el presidente Zedillo quiso acabar con Roberto Madrazo gobernador de Tabasco y no pudo. Lo único que hizo fue fortalecerlo. Hoy, como sabemos, Madrazo es el presidente del PRI. En cierta forma Fox propició algo similar con López Obrador: consiguió darle estatura presidencial. Todavía hace unos meses dentro del PRD muchos se planteaban la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas repitiese como su candidato para 2006; hoy en día es una pregunta absurda.
No pretendo simplificar. La fuerza de López Obrador procede de muchos factores (las condiciones del país, la parálisis del Gobierno, el carisma del tabasqueño, etc.). Pero esa enorme habilidad para no romperse, para caer siempre de pie (incluso con videos de por medio) tiene mucho que ver con los errores de sus rivales. No sólo lo han convertido en un formidable contendiente; también lo han hecho un candidato mucho más radical.
La derecha insiste en que el corazón de López Obrador no es el de Lula de Brasil sino el de Chávez de Venezuela. Nunca lo sabremos, a menos que se deje hablar a las urnas. Si intentan cargarse los dados para impedir que “El Peje” llegue a las elecciones el único recurso que le quedará será recurrir a la movilización, es decir transitar el camino de Chávez.
“El Peje” de los primeros dos años, aquél capaz de atraer a Carlos Slim e impulsar un vasto proyecto de inversión para remodelar el centro de la ciudad con apoyo del sector privado, está dejando su sitio a un López Obrador desafiado y desafiante, obligado a enardecer multitudes, a radicalizar su discurso y buscar enemigos para poner en marcha su cruzada.
Un triunfo del PRD en 2006 podría ser conveniente incluso para los que no simpatizan con la izquierda. El PRI y el PAN ya tuvieron su oportunidad. Un turno para el PRD podría incluso ayudar a disminuir la desigualdad a la que tiende la sociedad mexicana y disminuir así los riesgos de ruptura social. Lo que sería terrible es el triunfo de un PRD acosado, radicalizado y con ganas de revancha. Que eso suceda o no, depende más del PAN y del PRI, que del propio Andrés Manuel. Los poderes tienen la palabra.
(jzepeda52@aol.com).