Argel, (EFE).- Para sorpresa del visitante, la capital argelina se ha convertido en una ciudad sin gatos, cuando hasta hace pocos sus maullidos eran insoportables, por el interés gastronómico que les prestan los miles de trabajadores chinos y coreanos.
Pocos se creían aquí que a estas alturas los asiáticos eran fervientes consumidores de estos felinos, atribuyendo el rumor a una broma de mal gusto, hasta que se observó cómo iban desapareciendo progresivamente del paisaje.
Para tranquilidad del europeo, la apertura de una multitud de restaurantes chinos en Argel no significa que el gato se sirva al cliente, porque este "delicioso manjar", a juicio de sus cazadores, está reservado para los asiáticos.
Las autoridades locales no le dan importancia al hecho e incluso se sienten satisfechas, dado que en un pasado reciente la proliferación de felinos obligaba a su aniquilamiento, confiado a un grupo de empleados municipales.
Pero, ahora, son los chinos y los coreanos quienes han tomado el relevo y degustan en sus domicilios la carne de gatuno aderezada con especias traídas de sus países, champiñones negros y otros acompañamientos.
Murad, uno de los taxistas que trabaja en el Hotel Djazair, confirma la desaparición de los gatos de Argel y el final de su existencia en la cocina asiática, tras lo cual añade que "es posible cambiar caviar por gatos".
Por increíble que parezca, la operación es una realidad según confirman los estibadores del puerto de Argel y los pescadores de la "Pecherie" el puerto de los barcos de pesca.
Chinos y coreanos traen en sus barcos cargueros latas de caviar ruso adquiridas de contrabando en los mercados de Gdansk (la antigua Danzig), Sebastopol, Riga y otras localidades de la Europa del Este, y cambian un par de latas por un saco lleno de gatos.
Murad asegura que este trueque es una realidad, con lo cual los gatos de Argel no son sólo un objetivo de los asiáticos sino de los propios habitantes de los barrios bajos de la capital, aunque el taxista asegura que los jóvenes "lo hacen más que nada como pasatiempo".
Lo cierto es que a la llegada de los barcos de pesca era tradicional asistir a la aparición de manadas de gatos dispuestos a robar alguna sardina, mientras que ahora, prácticamente, han desaparecido.
Tan sólo en el sector de la construcción trabajan en Argelia más de 25 mil chinos y coreanos, a lo que hay que añadir una cantidad similar en otras actividades industriales.
En los restaurantes asiáticos no sólo no se sirve el gato, sino tampoco el cerdo porque es un alimento prohibido por el Islam, con lo que el plato favorito de los clientes sigue siendo el pato cocinado de diversas maneras.
Difícil es entablar una conversación con los chinos sobre la forma de preparar los gatos, ya que se limitan a sonreir y admitir únicamente que, por tradición y costumbre, gatos y perros se consumen en su país.
De ahí el chiste malo que afirma que los chinos, de lo que corre sobre la tierra, tan sólo no se comen las locomotoras, mientras que del mar sólo se rechazan los submarinos.
Argel se ha convertido así en una ciudad sin gatos, lo que hace suponer que los roedores también se sienten a gusto y proliferan sin problemas, por lo que haría falta que aquí reapareciera el flautista de Hamelin.
Chinos y coreanos siguen cocinando gatos para su propio consumo, cuya carne, si no tiene cualidades afrodisíacas, sí parece que tiene otros méritos por ser una de las más exquisitas en el entorno asiático.
Aunque el Islam nada dice sobre el consumo de estos animales, los "cazadores" locales siguen prefiriendo el caviar o los huevos de salmón que reciben a cambio de un talego lleno de felinos.