El siglo XX, con su explosión de tecnología, vio nacer el cine, último arte legítimo que con su propio código de convenciones apareció como el medio ideal para contar historias. En ese sentido ha sido heredero de la literatura, en especial de la novela, con quien mantiene nexos muy estrechos; así uno y otra pueden contar historias largas, con lujo de detalles, con saltos de tiempo y espacio y desde la perspectiva de uno o varios narradores. Las diferencias son obvias, pues en tanto que el cine es narración pictórica (en base a imágenes) la novela es narración lingüística, que mediante el manejo artístico del lenguaje, produce imágenes mentales en el lector.
Éstas serían las diferencias más básicas, ya que la lectura de una novela es una experiencia íntima y personal, exige la atención del lector en períodos espaciados de concentración que propicien la construcción mental de la narración. Una película requiere de un mínimo de dos horas, la asimilación de la historia es casi simultánea; después se puede reflexionar y elaborar, pero ya no frente a la pantalla.
Una obra literaria necesariamente requiere de adaptaciones para ser trasladada al cine, ya que estas dos formas de contar historias tienen recursos diferentes.
Las versiones cinematográficas de la literatura se han abordado desde el inicio del cine; sin embargo, no siempre han sido afortunadas. Hay ejemplos nefastos, como la adaptación de “El Coronel no tiene quién le escriba”, de G.G. Márquez. Otras muy buenas, como “Pantaleón y las visitadoras” de la novela de Mario Vargas Llosa. También hay guiones verdaderamente originales, surgidos de la literatura o inspirados en la obra de grandes escritores, tal es el caso de “Shakespeare enamorado” o la más reciente, “Las Horas”, basada parte en la biografía de Virginia Wolf y en una de sus novelas, “La Sra. Dalloway”.
Otras adaptaciones fílmicas han sido tan exitosas que en la memoria de los espectadores no queda registro de su origen literario; tal es el caso de “Lo que el viento se llevó”.
Algunas obras literarias han sido llevadas a la pantalla en diferentes versiones; por mencionar las que primero acuden a la memoria: “Cumbres Borrascosas”, “Robinson Crusoe”, “Los Tres Mosqueteros”, “El Conde de Montecristo”, “ Ana Karenina”.
El cine y la literatura, en sus acepciones de arte (es decir, excluyendo de ambos las versiones “chatarra”) comparten dos cualidades humanas por excelencia: creatividad e imaginación; el resultado suele ser una experiencia vivencial extraordinaria, que provoca en el lector y en el espectador una situación anímica enriquecedora y gratificante. Tal es el caso de la obra literaria de J. R. R. Tolkien, “El Señor de los Anillos.” Esta trilogía épica – “La comunidad del anillo”, “Las Dos Torres” y “El Retorno del Rey” – ha resultado ser un fenómeno socio-cultural, que desde su primera publicación a mediados de los años cincuenta ha ido sumando lectores y aficionados en todo el mundo.
“El Señor de los anillos” se desarrolla en un pasado mítico y narra la lucha entre varios reinos, unos buenos, otros malos, por la posesión de un anillo mágico que puede cambiar el balance de poder en el mundo. La imaginación de Tolkien no se detuvo en la creación de personajes míticos y fantásticos, sino que dotó a cada grupo con un pasado enriquecido de historia, genealogías, tradiciones y lenguajes, extendiéndose a un pasado remoto en la historia de la humanidad. El resultado es una versión moderna de una epopeya heroica, una metáfora literaria que refleja las pasiones humanas más elementales y persistentes: la lucha y la ambición por el poder. Pero también refleja la fuerza de la diversidad, en la unión de seres diferentes que se unen por una meta común: elfos, enanos, hombres y hobbits. Estos últimos representan a la “gente pequeña” con todo el simbolismo que encierra esta expresión y en la que caben todos los desposeídos del planeta Tierra. A ellos dota Tolkien de las características que idealmente quisiéramos ver en todos los hombres: aman la paz, son alegres y les gusta andar descalzos; tienen ojos brillantes, mejillas sonrosadas y labios prontos a la risa; disfrutan de las fiestas, de la bebida y la comida; aman las flores y los campos bien cultivados, son hospitalarios, afectivos y les fascina darse regalos. Pero lo más notable de los hobbits es su alto sentido de solidaridad, su lealtad hacia los amigos y un sentimiento manifiesto de que hacer lo correcto es la recompensa en sí. La misión de destruir el anillo mágico se confiere a dos hobbits, Frodo y Sam. El mensaje: la “gente pequeña” es capaz de afrontar todos los peligros imaginables y lograr, con valor y determinación, cambiar el rumbo del mundo.
La lectura de esta apasionante saga es un ejercicio extraordinario para la imaginación.
A la par de Tolkien se encuentra Peter Jackson, el director neocelandés, creador de la versión fílmica de esta monumental épica. Las adaptaciones literarias al cine anulan la posibilidad de que el espectador siga el curso natural de su propia imaginación. El actor que representa al hobbit Frodo comentó en una entrevista: “En cierta medida afectamos a quien escribió el libro, porque ahora, cuando lea el libro alguien que ya vio la película nos imaginará a nosotros (los actores). Sin embargo creo que en estas películas se entregan los mismos sentimientos del libro a una generación que tal vez nunca se hubiera acercado a ellos sin estas cintas como primer paso”.
Peter Jackson tiene también el mérito creativo porque tuvo la capacidad para imaginar y trasladar a la pantalla el universo y la magia de Tolkien. Ciertamente apoyado por un enorme equipo de técnicos en muchas áreas y, en este caso, con la imprescindible ayuda de la computadora. Pero finalmente, como dice el encargado de los efectos especiales de las tres películas, Dennis Muren: “las películas son meramente una labor de amor de los “fans” del libro para otros “fans” del libro”.
De modo que si usted no ha visto las películas de esta trilogía porque no le llama la atención “tanta fantasía”, acérquese por lo menos a “El Hobbit”, pequeño libro que escribió Tolkien al tiempo que iniciaba su obra mayor (1937) para sus hijos, y también como introducción para “El Señor de los Anillos.” Dése la oportunidad de fugarse a la Tierra Media, conozca a Bilbo Bolzón y entérese de cómo encontró el anillo que todos quieren. Además de disfrutar de una historia imaginativa y agradable, goce de un lenguaje literario rico en imágenes que despertará al niño que Usted lleva dentro. Es la mejor opción para olvidarse de los diputados y de quienes nos gobiernan.