Para Natalia, ciudadana
Te escribo bajo el influjo de Wim Marteen y te imagino volar hacia la libertad. Qué más puede uno desear. Ella o él, no lo sabemos todavía, canta siguiendo al piano que al fin y al cabo juega. Es lúdico, es fantástico y ante todo es libre. Pero no deja de haber algo serio en todo esto. ¿Sabes? sólo en la libertad se juega de verdad. Sólo en la libertad plena la mente viaja sin fronteras y cada quien imagina lo que quiere para su vida, como Marteen. La creación se alimenta de libertad, por eso con la libertad no se juega. El problema es que no en todas partes los seres humanos tienen ese derecho a soñar, a crear. No viven en libertad. Quizá son situaciones que escapan a tu imaginación: no pueden comprar los libros o los CD’s que desean o ir a ver las películas que se les viene en gana, vamos ni siquiera pueden elegir a sus gobernantes.
Tú te preguntarás, ¿qué tiene que ver una buena pieza de jazz para ser bailado o cantado o gemido con la mayoría de edad, con la ciudadanía? Verás, no basta habitar. Tú por lo pronto has habitado durante casi dos décadas, primero sin saberlo, después medio consciente y, finalmente, con lucidez, en un sitio geográfico, en un país. Pero todavía no accedes a la nación, o por lo menos no plenamente.
La nación es algo que compartimos o debemos compartir. La nación es ilusiones, la nación es proyectos comunes, la nación es discutir una y mil veces, la nación es aprender a tolerar aquello y a aquellos de los cuales discrepas. La nación es libertad. La nación supone también que nos pongamos de acuerdo en un mínimo para poder movernos. El hecho es que para pertenecer a la nación hay requisitos. Lo primero es lo que te ha acontecido a ti sin preguntar, crecer. Pero no basta con recibir la credencial. Muchos tienen la credencial, son ciudadanos formalmente, mayores de 18 y por allí andan, pero o no han podido o no han querido pertenecer a la nación. Si no han podido deberemos ver qué se puede hacer para que pertenezcan. Quizá son analfabetas o marginados como los que has visto en Hidalgo o en cualquier calle donde se mendiga, (como te impresionaban los indigentes) ¿Por qué no participan? Bueno, no participan porque la vida ha sido muy dura con ellos y no les ha permitido pasar de la lucha cotidiana por sobrevivir a ese otro quehacer.
Piensa en el primer Jean Valjean. Pero también hay otro grupo de ciudadanos y es muy grande, que no participan porque francamente la nación no les interesa. Están demasiado ocupados en sus asuntos particulares. Son otra categoría, son adultos pero no ciudadanos plenos, están de visita. Es su derecho, para eso también está la libertad. Así que hoy México te da la credencial, la credencial para comprar licor o cigarros legalmente o entrar a un “antro” o salir del país sin autorización de nadie o para casarte. Por supuesto también está el otro lado de la credencial: las obligaciones. Ya eres responsable de tus actos y nadie podrá suplirte o descargarte. Pero lo más importante es tu derecho abierto y formal a opinar qué consideras mejor para México: tu voto. Es parte de tus derechos políticos. Bienvenida. Sin embargo votar cada tres años no es suficiente. Formalmente los miembros de la nación son todos los mayores de 18, pero en realidad son sólo aquellos que se toman en serio su ciudadanía y la ejercen a plenitud. No creas que la idea es mía, para nada, viene nada menos que de Aristóteles. Un ciudadano entero no sólo es adulto y habita en un país, también habita en una nación: opina, critica, apoya, se compromete, entrega tiempo, auténticamente entrega parte de su vida a la nación.
Ésos son los ciudadanos que merecen todo el respeto, los que verdaderamente contribuyen en algo a que lo nuestro, lo común, lo de todos mejore, cada quién en la medida de sus posibilidades y de sus intereses. No creas que se necesita ser un parlamentario o un gran político para de verdad ser ciudadano. Para nada, lo que es más hay muchos políticos conocidos que son francos contraciudadanos. Habría que preguntarles cuántas horas dedican a su comunidad, pero sin cobrar. Habría que ver qué tan bien llevan sus responsabilidades ciudadanas: desde no pasarse los altos, (los rojos y todos los metafóricos que se te ocurran) hasta las fiscales, las familiares, las de la convivencia cotidiana. Así que no nos confundamos: hay grandes ciudadanos, no prominentes o conocidos (como Mamá Rosa en Zamora) que viven con independencia de lo público y hay otros que usan los recursos públicos para sus fines particulares aunque se digan servidores. Son farsantes.
Me preguntarás y con todo derecho, ¿no es todo esto otra quijotada? Eso de la ciudadanía, de la participación ciudadana, ¿de verdad sirve de algo? Señor juez me remito a las pruebas. No saturaré a este tribunal con datos, pero resulta que allí donde los ciudadanos participan, allí donde se comprometen, las cosas funcionan mejor. Funcionan mejor las escuelas, los hospitales, el Gobierno en general, pero también los supermercados, las universidades, las empresas, los sindicatos, la justicia, los deportes, las orquestas, los transportes, los bancos, etc., etc. Por lo pronto créeme, como lo has tenido que hacer en los primeros años de tu vida. En la educación hay un acto de fe primigenio e inevitable. Quizá así comprenderás por qué algunos, no los suficientes, se involucran en asuntos que ni son gratos, ni pagan por hacerlos. Alguien lo tiene qué hacer. Piensa en Manuel que podría dedicarse a sus asuntos todo el día o en Germán, inagotable, o en Bernardo, o en Marinela, o en GGG o tantos más.
De pronto verás la vida de otra forma. Es como si te pusieran unos de esos anteojos de tercera dimensión: hay los ciudadanos de verdad que resaltan, tienen volumen, existen en nuestra sociedad y los otros, que siendo miembros formales de la nación simplemente navegan a bordo sin preocuparse de que el velamen esté lleno de viento y de que el rumbo sea el correcto. Ser un ciudadano pleno es un proyecto de vida. De eso se trata hoy. Por eso cuando escuches los cantos extraños de Marteen y vueles así sea unos instantes con el cuerpo o un largo rato con la imaginación, cuando vivas por momentos en ese espacio fantástico en que el alma-cuerpo (esa es de Ramón Xirau) está gozoso, cuando huelas el embriagante aroma de la libertad recuerda que para construirla y conservarla se necesitan ciudadanos, muchos ciudadanos, buenos ciudadanos, de los de tiempo completo, ciudadanos de verdad como el que estoy cierto algún día serás.