La mayor tragedia de la administración de Vicente Fox es que su mayor logro, la hazaña por la que será recordada en los libros de historia, es haber echado al PRI de Los Pinos e interrumpido casi 80 años de un régimen de partido. Pero eso sucedió en el primer día del sexenio; los seis años restantes prácticamente fueron de oquis. Las grandes promesas de cambio quedaron en meras ilusiones fallidas, por razones en las que hoy no me detendré. Fox será recordado más por el estilo que por sus dotes de estadista. Un estilo eso sí, muy peculiar que probablemente cambiará la manera en que los gobernantes se comunicarán con los gobernados en lo sucesivo. Al respecto cuatro rasgos.
Las referencias al género. Comenzó con lo de mexicanos y mexicanas, chamacos y chamacas. Más parecía una buena ocurrencia que una posición ideológica con respecto a los derechos de la mujer. Pero el protagonismo de Marta Sahagún durante la campaña propició que Fox incrementara sus referencias a las mujeres en un claro intento de atraer a su causa al votante femenino.
En realidad nunca hubo una estrategia consistente a favor de los intereses de la mujer mexicana o una propuesta significativa para resolver sus problemas. Lo muestra la incapacidad para articular una política una vez que arribaron al poder. Se sabe que durante la integración del primer gabinete de Fox alguien se dio cuenta que no había mujeres en el primer círculo, lo cual resultaba “políticamente incorrecto” luego de haber presumido por todo el país lo de “mexicanas y mexicanos”. Así es que se improvisaron designaciones, algunas de ellas bastante apresuradas. Leticia Navarro en Secretaría de Turismo, María Teresa Herrera en Reforma Agraria, Laura Valdés en Lotería Nacional, Sari Bermúdez en Conaculta y Josefina Vázquez Mota en Sedesol. Salvo en el caso de esta última, las cuatro primeras mostraron claras evidencias de que el puesto les había quedado grande o de plano no les interesaba la gestión pública (de los casos fallidos sólo queda Bermúdez, para infortunio de la cultura nacional). Sin embargo, más para bien que para mal, el tema del género llegó para quedarse. Difícilmente los políticos de hoy y el futuro podrán ignorar a “las mexicanas”, aunque sea en un sentido discursivo.
Refranes. Los dichos populares han adquirido rango de filosofía política. La construcción de la imagen del candidato Vicente Fox como un hombre campirano, sencillo y franco, deriva en buena medida de su gusto por las expresiones populares. Hoy los políticos tienen que hablar con refranes si no quieren parecer tecnócratas. El problema es el abuso. Se sabe que el Presidente orienta al gabinete y establece las consignas de Gobierno, con dichos de filosofía rural. Lo cual es maravilloso salvo por las especulaciones que deben hacer los secretarios de Estado para descifrar las directrices del patrón: “Sólo los guajolotes mueren la víspera” o “Unos vienen a la pena y otros a la pepena”. Armados con estas claves para el buen Gobierno, los funcionarios se las ven en chino para intentar desarrollar un programa a partir de estas perlas de sabiduría.
Encuestas. La presidencia del país gasta prácticamente 500 mil pesos diarios en encuestas para saber lo que piensa la gente sobre su gobernante (170 millones fue el presupuesto de 2003). En realidad no sabemos si es una cantidad muy distinta a la de sexenios anteriores, porque es la primera vez que el público tiene acceso a esta información. Lo que sí sabemos es que ningún Mandatario se había obsesionado con los sondeos de opinión como lo hace Fox. Es sabido que el Mandatario hace reuniones frecuentes con su staff para analizar estos resultados. La visión que tiene de sí mismo y su Gobierno deriva de los ratings que emanan de estas investigaciones. Buena parte de su continua molestia con la prensa deriva del contraste entre lo que observa en los titulares y lo que piensa la población según sus sondeos. Fox está convencido de que los medios de comunicación viven en otro país, pues él vive en el de las encuestas. Esta fascinación por los sondeos se ha extendido a todos los ámbitos del Gobierno, incluso a la oposición. Las encuestas llegaron para quedarse.
Los caballos. No podría imaginarme a Ernesto Zedillo encabezando una cabalgata de gobernadores, enfundado en su camisa Oxford de impecables rayitas azules. El espíritu hípico tomó por asalto a los políticos y funcionarios en el sexenio de Fox. Hasta Marta Sahagún y Ernesto Derbez han tenido que improvisar traje de charro. Las fotos en las que la clase política imita a “Los Dorados de Villa” quedarán como un rasgo de identidad de este período. Pero no es probable que el caballo sobreviva a este sexenio. Andrés Manuel, Felipe Calderón, Roberto Madrazo o Creel no parecen hijos de Mariles. Lo más probable es que el próximo inquilino de Los Pinos, erradique los caballos con más celeridad aún de la que aplicó López Portillo para esfumar los huertos familiares de la Compañera María Esther cuando sustituyó a Echeverría.
Un sexenio que pasará a la historia por lo que pudo haber sido y no fue. Salvo los refranes, las encuestas, las referencias a las mexicanas y los caballos. Y Martita, claro.
(jzepeda52@aol.com)