Con toda la gravedad de los hechos hay que admitir que el crimen alevoso y cobarde en contra de Luis Donaldo Colosio trajo a la postre consecuencias favorables para México.
Sin la muerte del destacado sonorense hoy en día el PRI gobernaría a los mexicanos y la ansiada transición democrática no habría siquiera iniciado.
Gracias a su experiencia en el PRI y en el Gobierno Federal, Colosio como presidente de México habría impulsado transformaciones importantes que serían suficientes para alargar la permanencia del sistema tricolor por uno o dos sexenios más.
A pesar de su extracción norteña que tanto incomoda a los políticos del centro del país, Colosio fue ungido por el sistema priista como su candidato gracias a su preparación académica, los contactos y la audacia suficientes para realizar un Gobierno de altura y calidad.
Pero el destino le tenía un camino distinto. Sea por Chiapas, Camacho Solís, la enfermedad de Diana Laura, o por sus constantes choques con Carlos Salinas, lo cierto es que Luis Donaldo empezó a mostrar una actitud de preocupación y pesadumbre durante las semanas previas a su asesinato.
Se dio cuenta que su candidatura se tambaleaba y que incluso su victoria en las urnas podría ser arrebatada por los del PRD o el PAN, quienes estaban sacando buena raja del golpe tan certero que significó para el Gobierno de Salinas el levantamiento de Chiapas.
Lejos de buscar un ajuste en su equipo de campaña y un acercamiento con sus enemigos, Colosio se atrincheró y en su desesperación por ganar más simpatías cometió errores que le costaron la vida.
Uno de ellos fue su insistencia en mantener un aparato de seguridad discreto y obviamente insuficiente cuando el clima enrarecido por la guerrilla de Chiapas y por los golpeteos políticos demandaba exactamente lo contrario.
El segundo error grave de Colosio fue romper lanzas con Carlos Salinas en plena campaña y cuando el poder real evidentemente seguía en Los Pinos y no en el Comité de Campaña del PRI.
El discurso del seis de marzo del que tanto se habla irritó al presidente Salinas quien para entonces ya no veía lo duro sino lo tupido. Su imagen se cuarteaba estrepitosamente y su enojo fue mayúsculo cuando se sintió atacado por el candidato presidencial que él había preparado y llevado a las alturas.
Lo demás es historia y hechos que serán muy difíciles de esclarecer al menos que surja en algún momento un fiscal con agallas suficientes para enfrentarse a los intereses más oscuros del anterior sistema político.
Si Salinas lo mandó matar, o si fue su hermano Raúl o sus colaboradores más cercanos es ya lo de menos.
Lo cierto es que el sistema político que encarnaba el PRI y que en ese momento encabezaba el presidente Salinas abandonó a Luis Donaldo Colosio.
Un crimen como el de Lomas Taurinas era algo imposible de suceder en una campaña presidencial mexicana, por la sencilla razón de que la seguridad estaba a cargo del Estado Mayor Presidencial, el mandamás del Ejército Mexicano.
Pero en marzo de 1994 a Colosio lo dejaron solo, las evidencias están a la vista y de ahí que su muerte sea interpretada atinadamente como un crimen de Estado.
Pero en su pecado llevaron la penitencia y salvo el ingenuo de Ernesto Zedillo, el resto de las piezas del ajedrez sufrió en carne propia las consecuencias del peor crimen político que ocurría en México desde la muerte de Álvaro Obregón.
El sistema se derrumbó en el año 2000, lo que no hubiera ocurrido si Colosio hubiera llegado a la Presidencia en 1994. Por algo Salinas y sus colaboradores han dicho que la bala que mató a Colosio los alcanzó también a ellos como si fuera un fatídico bumerang.
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