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Colosiolatría.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

En esta semana hemos contemplado el singular fenómeno de la colosiolatría: la idealización de Luis Donaldo Colosio a partir de su sacrificio personal. Qué lástima que en nuestro país sea necesario que alguien muera para que sus cualidades sean reconocidas. En vida nunca. En el caso de este singular político mexicano sería atrevido, sin embargo, afirmar una carencia de méritos, pues probó tener tamaños de hombre durante los tres últimos meses de su candidatura, lo cual bastaría para homenajearlo.

El martes 23 se cumplieron diez años de su magnicidio, acaecido en el preciso instante en que la vida parecía sonreírle pues era el candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de México. En tiempos inmediatos a su trágica visita a Lomas Taurinas los últimos sucesos del año no pintaban bien para el licenciado Colosio. Era marzo de 1994 y desde los primeros días de enero el aspirante presidencial del PRI sufría los embates de una tensa presión política orquestada en la residencia oficial de Los Pinos para obligarle a resignar la candidatura. Sí, allí mismo donde se había anunciado su candidatura por el PRI en un día de la segunda quincena del mes de noviembre de 1993.

Uno de los primeros efectos del conflicto de Chiapas, declarado el 31 de diciembre de 1993, fue la aparente reevaluación de la imagen política del ex regente del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, por lo menos ante el atónito y no por ello débil presidente Carlos Salinas de Gortari, quien en su desconcierto lo designó Comisionado para conseguir la paz en aquella zona, dado que la conocía a profundidad.

Difíciles y agobiantes fueron para Luis Donaldo Colosio los siguientes dos meses y veintidós días bajo la extensa e intensa campaña de rumores y apremios generada en su contra. Lo acusaban de tibio, desorganizado e inseguro. Los cafés y mentideros bullían con fatalistas versiones. Por lo pronto era un hecho que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional había logrado desplazar al ex secretario de Desarrollo Social de las primeras páginas de los periódicos y en los noticiarios de los medios electrónicos y que Salinas titubeaba, especulaba, maquinaba, pues a pesar del gran poder que tenía en las manos, no estaba en ellas la solución de aquella coyuntura política, sino en las del candidato del PRI.

La historia registró, en esos días, muchos intentos del más cercano equipo salinista para lograr que Luis Donaldo Colosio se retirara de la competencia electoral. Su propia esposa, Diana Laura Riojas de Colosio, muy delicada de salud, fue frecuentemente compelida por el Jefe de la República para persuadir al candidato sobre la conveniencia de “enfermarse súbitamente”, lo cual ella rechazó con energía. Estaba cerca el 65 aniversario de la fundación del Partido Revolucionario Institucional y su obvia conmemoración en una importante ceremonia, en la cual el discurso central estaría a cargo del candidato Colosio.

La efeméride no tuvo lugar el día cuatro de marzo, como debía ser. El grupo cercano a Colosio y el comité nacional del PRI trasladaron la recordación para el día seis en el Monumento a la Revolución Mexicana. Ese día Luis Donaldo Colosio Murrieta pronunció una excelente pieza de oratoria política, nacida con fuerza y sentimiento del viril y conturbado corazón que latía en su pecho. Se dijo después que una noche antes de pronunciar su mensaje Colosio había enviado el texto a Los Pinos; sólo para conocimiento del presidente Salinas, no para su lectura crítica. No tenemos claro si éste buscaría a su ex colaborador para comentar el documento; o si Colosio previó tal posibilidad y se encerraría en algún sitio a meditar, reflexionar y asumir, en todo caso, las probables consecuencias de sus pronunciamientos. De seguro habría reacciones. La primera e inmediata tendría que ser un rompimiento entre el Presidente y el candidato.

Colosio no se detuvo a pensar en ello y decidió reafirmar su posición ante el pueblo con total entereza, puesto a su lado, contra la situación famélica y el desempleo que subsistía en el país a pesar del neoliberalismo económico del presidente Salinas. Aquellas palabras anunciaban un retorno a la doctrina original de la Revolución Mexicana y sepa Dios si fueron las causantes de la muerte del candidato.

Lo cierto es que al día siguiente, el seis de marzo de 1994, Colosio leyó cada palabra por él escrita de manera convencida, convincente, emotiva y valiente, ante el continuo aplauso del amplio público que lo escuchaba. Luis Donaldo Colosio recuperaría, esa misma noche y al día siguiente, el primerísimo sitio en los noticiarios y las primeras planas que se le había escatimado en las semanas anteriores. A partir de ese momento la campaña presidencial tomó nuevo ímpetu en todos los rincones del país, hasta que fue interrumpida, tristemente, por la pistola de un asesino solitario, el día 23 de marzo de 1994 en esa colonia popular de Tijuana, llamada Lomas Taurinas. A partir de ese momento el pueblo mexicano se volcó en expresiones de cariñoso duelo y protesta ante el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Luego, cuando los políticos salieron de su estupefacción, dedicaron a Colosio frases, calles y avenidas; le construyeron monumentos y pidieron, sin mucho coraje, que el Gobierno salinista, que luego fue zedillista y finalmente foxista descubriera y castigara a los verdaderos responsables del magnicidio. Claro que eso no se logró.

La parafernalia idólatra se ha repetido, aniversario tras aniversario, hasta el décimo. Nos preguntamos si en adelante las conmemoraciones van a espaciarse en decenios y después cada 25 años y luego hasta el cincuentenario y el centenario, tal como ha sucedido con algunos de nuestros epónimos personajes, hasta que la maleza y el olvido cubren su tumba y su memoria. Por lo pronto el martes pasado todos fuimos colosistas. Quién sabe lo que iremos a ser en ese largo futuro que se llama el mañana...

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