El senador Luis Colosio —que tardíamente ocupa el escaño que fue de su hijo 15 años atrás— quedó siempre inconforme con la investigación según la cual Mario Aburto, solo, asesinó al candidato presidencial del PRI. A punto de cumplirse el décimo aniversario de aquella tragedia, de ese homicidio de tanta trascendencia y tan hondo significado y en el cumpleaños número 54 de Luis Donaldo, su padre reabrió políticamente el caso.
No formuló acusación alguna, pero puso al entonces presidente Salinas en el centro de la situación que, a su juicio, fue propicia para el atentado en que su hijo perdió la vida: “...ni duda cabe que Luis Donaldo fue ultimado en un clima de profundo deterioro de sus relaciones con el presidente Salinas”. Evocó la carta en que el coordinador de la campaña, Ernesto Zedillo, “reportaba que en torno del presidente Salinas existía una influencia muy tenaz para desacreditar la capacidad de Colosio y a manera de solución recomendaba un pacto político con el entonces Presidente de la República”.
También se refirió el senador Colosio al papel de Manuel Camacho como posible candidato alterno: “Por primera vez un presidente que postulara a un candidato presidencial de su partido tomó la decisión de que quien le disputara la candidatura, quedara habilitado constitucionalmente para abrir la posibilidad de ser relevado”.
El padre del candidato asesinado pasa por alto que no era ésa, en realidad, tal primera vez. Cuando Salinas nombró a Zedillo coordinador de la campaña, designó a un candidato alterno. El hasta ese momento secretario de Educación Pública había figurado, si bien en grado menor que otros aspirantes, en el elenco de presidenciables. Zedillo fue nombrado por Salinas y no por Colosio (como lo supieron desde siempre los amigos y los colaboradores cercanos del candidato, con los que el presunto coordinador tuvo por ello roces y distanciamientos), no para ser efectivamente el jefe de la campaña. Carecía de experiencia y de vocación para serlo. No había tomado parte jamás en un acontecimiento electoral (o lo había hecho con mala fortuna, cuando se le confió controlar la vida política de Baja California, en 1989, en la coyuntura en que el PRI perdió una gubernatura por primera vez en su historia), ni había tenido vida de partido. Su ficha oficial reseñaba que se incorporó al PRI en 1971, a los veinte años de edad, pero en 1993 sólo ofrecía un dato vago sobre su militancia, el de haber “desempeñado varios cargos en el IEPES”.
Salinas puso a Zedillo junto a Colosio para conocer los movimientos del candidato, para que sirviera de enlace entre ambos y, como a la postre ocurrió, para que sustituyera a Colosio, desembarazado antes que Manuel Camacho del impedimento constitucional que limita a los miembros del gabinete federal.
Joaquín López Dóriga entrevistó a Salinas a propósito de lo dicho por el padre de Colosio. Como si el senador sonorense pretendiera reabrir judicialmente el caso, el ex presidente lo desafió a presentar pruebas. Ya se sabe que el crimen perfecto consiste precisamente en urdir una trama que impida comprobar la responsabilidad del verdadero autor. Por las dudas, Salinas se apresuró a descalificar las que eventualmente fueran aportadas: no deben ser “fabricadas”. Con ello desde ahora desecha toda probanza, pues las que aparecieran quedan ya marcadas por la artificiosidad que el propio ex presidente ha establecido.
Rota para siempre su relación con su heredero en la Presidencia, Salinas sugiere ahora que Zedillo iba a ser reemplazado por Colosio, insatisfecho por los resultados de la campaña y que para curarse en salud escribió la carta del 19 de marzo, aludida por don Luis Colosio el martes pasado. Si ese distanciamiento entre el candidato y su jefe de campaña existió realmente, entonces Salinas traicionó de inmediato la memoria de su amigo al designar para sucederlo en la candidatura a alguien por quien Colosio no hubiera optado (a diferencia de lo que Salinas simuló hacer).
Esa carta, hecha pública por Reforma el tres de agosto de 1995, año y medio después de haber sido suscrita por Zedillo, ya éste Presidente, es un evidente mensaje enviado a través suyo por Salinas. La recomendación de Zedillo a Colosio de establecer “una alianza política con el señor Presidente” carece de sentido entre un candidato subordinado y un Presidente aún poderoso. El verdadero pedido aparecía en la línea siguiente a la anterior: “Debes ofrecer toda tu lealtad y apoyo para que él concluya con gran dignidad su mandato; no debes pedirle más que su confianza en tu lealtad y capacidad, externarle tu convicción de que él ya cumplió con la parte más importante de la sucesión y que ahora tú harás lo que a ti te corresponde; que como parte de la estrategia de campaña se requiere que la gente sepa que no será manipulado por el presidente Salinas, pero que goza de su confianza y aprecio y para eso es necesario que haya un acuerdo explícito sobre cómo se producirá esa percepción en la opinión pública”.
Amén de una ominosa referencia a la popularidad de Salinas, “que él valora y tratará de preservar frente al riesgo de otros acontecimientos negativos inesperados”, Zedillo dedicó buena parte de su carta a denunciar a Camacho y a malquistarlo con Colosio. Estaba, por lo menos, mal informado. El 19 de marzo, fecha de ese mensaje, Camacho y Colosio se habían ya reamistado. Y Colosio decía que él era víctima de la perversidad del sistema, mientras señalaba con el dedo hacia arriba.