No va a ser fácil.
La Selección Nacional se juega el boleto para asistir a los Juegos Olímpicos de Atenas el próximo verano. La encomienda parece sencilla pues se ha diseñado un torneo a modo, con rivales de poca monta, arbitraje localista y en suelo mexicano.
Con este panorama, se antoja que la calificación para tan importante evento esta prácticamente en el bolsillo, lo malo es que para sacar raja de tantas ventajas lo primero es hacer bien las cosas, lo que te toca, pues y el Tri dista mucho de siquiera parecerse a un conjunto o a un colectivo futbolístico.
Ya sucedió anteriormente que el futbol prometió medalla Olímpica y el fracaso fue estruendoso. Recuerdo los Juegos Olímpicos de 1968 celebrados precisamente en nuestro país, en ellos, una selección integrada por jugadores profesionales, estrellas de Primera División auguraba que si bien no colgaría en su pecho la medalla áurea, por lo menos el metal estaba garantizado.
Y nada, después de jugar basura y con rivales sin tradición, México arribó a semifinales a puros empujones enfrentando a Bulgaria. Justo es recordar que por aquellos años los equipos del bloque comunistas eran representados por jugadores profesionales, disfrazados de amateur, puesto que eran, supuestamente, empleados al servicio del Estado que en sus ratos libres practicaban el futbol. ¡Ajá! Y no perdían ni con Brasil.
Pero la cosa al fin era pareja con un duelo entre selecciones que bien podrían darse en el marco de una Copa del Mundo.
Para no hacer el cuento largo, México perdió y la gran final se jugó entre los búlgaros y el poderoso cuadro de Hungría.
Esa final tuvo la particularidad de ser dirigida por una tripleta de árbitros representando a México, aunque no todos mexicanos; Diego de Leo, juez central de origen italiano, Arturo Yamazaki, peruano; el otro asistente fue Alfonso Gonzáles Archundia, quien años más tarde estaría en dos mundiales siendo juez de línea en la final de Alemania ?74, jugada entre Alemania y Holanda.
El arbitraje fue malísimo y Bulgaria con cuatro jugadores expulsados, cayó ante Hungría.
Pero eso es otra historia.
Lo cierto es que México enfrentaba a Japón por el tercer lugar y la medalla de bronce. La gente, aunque dolida, todavía esperaba la victoria nacional y otra vez salió del Azteca mentando madres. Los japoneses, buenos para el karate y la electrónica, humillaron al aburguesado equipo mexicano y de paso los bajaron del podio.
Hace cuatro años para asistir a Sydney se pusieron las esperanzas en una brillante camada de futbolistas que fracasaron y hoy son una generación perdida, en fin, que vemos que la derrota en estas lides no nos es ajena.
Es una obligación ineludible de este grupo calificar a los juegos. Ningún otro resultado es permisible visto el apoyo y la calidad individual de sus integrantes. Nada puede esgrimir Ricardo Antonio La Volpe como pretexto en caso de no obtener el boleto.
Sin embargo, México no está jugando bien al futbol. Derrotó con angustias a Trinidad y Tobago y en complicidad con el árbitro ganó a Jamaica. No es primer lugar de su grupo y un eventual empate con Costa Rica podría orillar a una semifinal dramática y definitiva con el hoy temido rival que es Estados Unidos.
El Tri debe vencer a los ticos, independientemente del orgullo, para ser el primero del grupo y recuperar la autoestima para el siguiente juego que será el definitivo.
Hoy por hoy, no me gusta México, pero si califican les juro que los perdono aunque jueguen tan feo como hasta ahora lo han hecho. No va a ser fácil.