HACE DIEZ AÑOS.
17 de junio. En un día como hoy se inauguró la Copa del Mundo de Estados Unidos, desde entonces han transcurrido la friolera de diez años y muchos acontecimientos en el deporte así como en todas las manifestaciones.
La fecha es particularmente significativa para este servidor de usted, amable lector, puesto que a ese partido inaugural jugado entre Alemania como campeón defensor y el novel cuadro de Bolivia, la FIFA me había designado como árbitro central.
La emoción fue grande, ya que al abordar el avión que me conduciría a la ciudad de Dallas para concentrarme en el Cooper Center de esa ciudad, lo que sería el cuartel general de los jueces mundialistas, los reporteros me informaron que se manejaba la posibilidad de dirigir el encuentro que iniciaba la Copa del Mundo. Al arribar al búnker texano el teniente coronel Mario Rubio, miembro del Comité de Árbitros, me recibió con un caluroso abrazo y me dijo: Felicidades, te sacaste la rifa del tigre.
Después fui citado a una junta con todos los miembros de la Comisión Arbitral de FIFA y ahí me fue notificada oficialmente la designación; David Will, el presidente me comentó que por supuesto al inaugurar el torneo quedaba marginado automáticamente de la final, que ese podría ser mi único partido y que quedaba facultado para rechazar el nombramiento.
¡Cómo me iba yo a rehusar! Toda mi vida esperé por un momento como ese, me preparé a conciencia para asistir al Mundial y saber que estaría representando a mi país en tan importante evento me dejó sin dormir los días previos al cotejo.
Pero como no hay fecha que no se cumpla ni deuda que no se pague, llegó el 17 de junio; a las 10:00 a.m. salimos del hotel rumbo al Soldier Field de Chicago y en el Lobby un periodista me dijo: "Vaya tranquilo juez, nada más lo estará viendo todo el mundo".
Efectivamente todo el mundo vio el partido. En la emotiva ceremonia de los himnos nacionales, frente a la tribuna de honor en que se encontraban Joao Havelange y Bill Clinton, me percaté de una bandera mexicana que era agitada por un espectador... Mi corazón se llenó de orgullo y mis ojos de lágrimas. Todo el sudor regado en los entrenamientos, los largos viajes, los incidentes arbitrales, el abandono involuntario de la familia en pos de un sueño adquirían sentido. Estábamos todos, mis profesores, entrenadores, hermanos, padres, amigos, mi esposa e hijos, todos aquellos que apoyaron mi carrera, estábamos ahí, inaugurando el Mundial.
El encuentro fue tórrido, jugado bajo un sol inclemente al mediodía en la ciudad de los vientos que ese día se abstuvieron de soplar; Alemania ganó por la mínima diferencia y tuve que expulsar a Marco "Diablo" Echeverry.
Tras el partido y en la soledad de mi cuarto, reflexioné y agradecí a Dios tanta alegría recibida en tan sólo dos horas. Fue tanta la emoción que me quedé dormido.