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Columna/ Enfermedades

Javier Fuentes de la Peña

Muchas enfermedades suelen amenazar a los gobernantes, sin embargo, existen en especial tres fiebres que los hacen perder el rumbo por completo. Cuando son atacados por una de estas calenturas, los funcionarios se olvidan para quién trabajan y todas sus acciones están destinadas a beneficiar a una sola persona: a ellos mismos.

El primero de estos fenómenos patológicos es la Fiebre del Dinero. Grandes cantidades económicas son manejadas en todo Gobierno. Quienes ocupan el poder ven a muchas monedas desfilar justo enfrente de sus narices, por lo que difícilmente pueden resistirse a la tentación de estirar la mano para luego introducirla en sus propios bolsillos. Cuando un gobernante descubre que ningún ciudadano se da cuenta si se apropia de un pequeño porcentaje del presupuesto destinado para cada obra, se contagia automáticamente de la Fiebre del Dinero.

Los gobernantes corren un riesgo enorme de ser contagiados por otra enfermedad: la Fiebre del Poder.

Para hacer carrera política en México hay que estar dispuestos a ingresar a un ambiente putrefacto en el cual, si se quiere llegar lejos, es necesario ignorar prácticas turbias y sobre todo, soportar las pisadas de quienes ocupan los más altos cargos. Las humillaciones que sufre un político durante su carrera, así como la renuncia a algunos de sus principios morales, despiertan en él un apetito voraz por obtener el mayor poder posible.

La tercera gran fiebre que suele atacar a nuestros gobernantes es conocida como la Fiebre de los Sueños. Cuando un funcionario público se convierte en presa de esta terrible calentura, automáticamente pierde toda proporción de la realidad e inmerso en una completa hipnosis, sólo puede dirigir sus pensamientos a imaginarse sentado en el trono del máximo poder.

En la actualidad, existen los elementos suficientes como para afirmar que en la administración estatal abundan los funcionarios que han sufrido el contagio de estas terribles enfermedades.

El primer caso de contagio conocido fue el de Enrique Martínez y Martínez, quien fue violentamente atacado por la Fiebre del Poder. Desde que se convirtió en Gobernador del estado, inmediatamente pudo advertirse en él un estilo autoritario de ejercer el poder. No había decisión que se tomara sin que él se enterara, ni nombramiento que pudiera hacerse sin su presencia. Su actitud provocó que algunos incluso lo consideraran como el primer emperador coahuilense.

Muy sabido es también que el Ejecutivo coahuilense fue atacado por otro implacable mal: la Fiebre de los Sueños. Desde que Miguel Alemán cometió la torpeza de asegurar que Enrique Martínez es una de las opciones del PRI para contender por la Presidencia de la República, el Mandatario estatal actúa ya como precandidato y no como la persona encargada de elevar el nivel de vida en Coahuila.

Pero desgraciadamente nuestro Gobernador no es el único que sufre de estas fiebres, pues en todo el estado existen alcaldes y diputados que sueñan con obtener cargos de mayor rango.

Ambicionar nuevas posiciones políticas no tiene nada de malo, pues muy mediocres serían aquellos que no tuvieran aspiraciones. Sin embargo, lo que sí es reprobable es que por esas aspiraciones se descuiden las obligaciones contraídas con el pueblo.

En estos tiempos abundan los funcionarios que sufren de las fiebres del poder y de los sueños. Urge una vacuna para que ellos recuperen el suelo y trabajen en el cumplimiento de sus obligaciones, pues de lo contrario los ciudadanos no tendremos otra alternativa más que comenzar a amputar a aquellos miembros putrefactos e inútiles.

javier_fuentes@hotmail.com

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