No es cierto. No todos los refranes dicen la verdad. Quizás algunos encierren la sabiduría de nuestros ancestros, pero hay otros que aportan muy poco para entender de mejor forma nuestra vida.
Uno de estos refranes es, por ejemplo, aquel que dice: “Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza”. Gran mentira es esto. Si nos apegamos al sentido literal de la frase, descubriremos que basta ponerle un palito a una tierna planta para que ésta crezca en dirección correcta. Lo mismo sucede en el caso de los seres humanos, pues siempre hay lecciones que nos hacen recapacitar y corregir el rumbo de nuestras vidas.
Otra frase que encierra una gran mentira es aquella utilizada frecuentemente por nuestros políticos para justificar su desvergüenza: “Cada pueblo tiene el Gobierno que se merece”.
Decir que los mexicanos merecimos a un Salinas de Gortari o a un Vicente Fox, es afirmar que nosotros somos dignos acreedores a las peores desgracias. Las malas acciones de todos nosotros reunidas, son insuficientes como para recibir un castigo de tal magnitud. Es cierto que fuimos nosotros mismos quienes elegimos a esos gobernantes, pero también es cierto que nuestro voto inocente desconocía, en el caso de Salinas, todo lo que éste era capaz de hacer, y en el caso de Fox, todo lo que éste era incapaz de hacer.
Embusteros son quienes aseguran que la calidad de un Gobierno está íntimamente ligada a la naturaleza de un pueblo. Nuestros gobernantes recientes han antepuesto siempre sus propios intereses al bien de los mexicanos. Durante años se dedicaron a sembrar con gran afán la semilla de la corrupción, de la impunidad, del abuso, de la injusticia, de la mentira. Ahora, los frutos no pueden ser otros más que la pobreza, el atraso y la desesperanza.
Si en realidad me equivoco, y resulta verdadera la sentencia según la cual cada pueblo tiene el Gobierno que se merece, entonces algo muy grave habremos hecho los coahuilenses como para tener a unos Diputados como los nuestros que en lugar de hacer su trabajo, se gastan nuestro dinero en viajes cuya finalidad muy distinta es a la realización de su trabajo
No merecemos a un gobierno como el nuestro. Esa es una gran mentira. Para corregir esta falacia tan generalizada, deberíamos hacer unos ajustes a la frase y decir: “El Gobierno no tiene el pueblo que se merece”.
Si reflexionamos el sentido de esta sentencia, nos daremos cuenta que en realidad nosotros no actuamos conforme al Gobierno que tenemos. En lugar de ser exigentes, muchos somos todavía apáticos y esperamos las acciones de los funcionarios públicos como se espera el cumplimiento ineludible del destino. Es cierto que las cosas han cambiado un poco, y ahora organizamos megamarchas para decir ¡No a la violencia! Sin embargo, ese esfuerzo no tiene un eco en el resto de los actos gubernamentales. ¿Por qué no alzamos nuestra voz para exigir que se retome el caso de Bejarano? ¿Por qué no reclamamos el uso correcto del presupuesto público? ¿A nadie se le ocurre acaso demandar mayor seriedad a nuestros Diputados federales?
Nuestros gobernantes no tienen el pueblo que se merece. Ellos merecen a un pueblo más exigente de acciones que contribuyan al bien común, a un pueblo acucioso a la hora de revisar las cuentas rendidas, a un pueblo que no olvide los abusos y corruptelas hechas a nuestras espaldas, a un pueblo que valore el verdadero poder de su voto.
Si nuestro Gobierno tuviera el pueblo que se merece, es muy probable entonces sí que el pueblo tuviera al gobierno que se merece.
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