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Combate real a la corrupción

Juan de la Borbolla

La corrupción es un cáncer que va minando a todo el cuerpo social que lo sufre, porque a partir de focos desde donde se genera, puede irse ramificando y corrompiendo tejidos, órganos, aparatos y sistemas, del entramado de una sociedad. Podríamos decir que en determinados momentos se manifiesta como cáncer benigno: casi no se siente, no provoca molestias e inclusive hasta causa un cierto bienestar dado que aparentemente con seguir la serie de reglas no escritas de ese juego, las cosas funcionan con relativa eficiencia y hasta con comodidad.

El problema es que la corrupción en la medida en que va proliferando, en razón del débil combate con que se le enfrente, en esa medida va rompiendo los principios básicos del Estado de Derecho, de la justicia social y de la seguridad jurídica, a cambio de potenciar la decisión unipersonal discrecional, el autoritarismo y la compra de favores y servicios.

Hay quien afirma que el Gobierno Federal ha montado toda una cacería de brujas con pretexto del combate a la corrupción, que lo único que busca es despertar rencores populares contra personajes, instituciones o partidos que tuvieron un gran protagonismo en el pasado y que a través de esa campaña se busca con su desprestigio.

Quienes esto afirman, argumentan que la única finalidad de las supuestas acusaciones es remover infructuosamente el pasado con venganzas que no tienen razón de ser, cuando lo que se debiera buscar es la construcción de una transición activa y propositiva en beneficio del conjunto de la nación que aspira a la concordia, el progreso y la justicia social en vez de la venganza.

Incluso he escuchado de parte de quienes pretendieran la típica actuación del “borrón y cuenta nueva” respecto de crímenes, delitos y errores del pasado, la referencia obligada al modo de manejar o conducir un automóvil.

Dicen éstos, que cuando se está al volante de un coche se tiene que mirar al frente, porque de lo contrario, ante cualquier descuido por estar volteando, sobreviene el accidente. Sin embargo quienes así argumentan se olvidan que cualquier automóvil debe tener de preferencia tres espejos retrovisores, pues tan importante en la conducción es el mirar al frente con concentración y pericia, como ver a través de los espejos el panorama de retaguardia.

Ni venganzas, ni cacerías de brujas con vistas a efectos espectaculares. Pero tampoco solapamiento cómplice a acciones pasadas. No podemos ser ingenuos y olvidar que durante muchos años se repitió estúpidamente aquello de que la “corrupción somos todos”, como se decía cínicamente modificando un slogan de campaña.

Y que precisamente en base a ese solapamiento de conductas y formas de actuación corruptas y cínicas se ha llegado a una crisis económica y ética que desgraciadamente ha impedido la potenciación de nuestra patria hacia estadios que le corresponderían por su riqueza natural y humana.

La Renuncia

un “Hombre

de Confianza”

El secretario particular de un Presidente en México es sin duda uno de los personajes políticos de mayor peso e influencia en el círculo de la detentación del poder.

En nuestra historia reciente ha habido secretarios particulares que han manifestado sin recato ese poder, recuerdo a Humberto Romero en el sexenio de López Mateos y Emilio Gamboa en el de Miguel de la Madrid quienes hicieron ostensible la influencia que ejercían sobre el gabinete a través de ese poder al otorgar o negar una audiencia o simplemente diferirla.

Sin embargo la mayoría de los secretarios particulares han realizado esa importantísima función de receptor de intrigas, cabildeos y rumores, promotor u obstaculizador de citas y entrevistas de modo poco espectacular y sin hacer demasiado ruido, precisamente en virtud de saberse el poder detrás del trono: el cerebro gris de muchas de las acciones políticas o de las intrigas palaciegas.

Es por ello que no dejó de asombrar a muchos que uno de los primeros nombramientos seguros que hiciera el por entonces todavía presidente electo Vicente Fox, recayera en la persona de Alfonso Durazo Montaño, ex priista sonorense quien era el hombre de todas las confianzas del candidato asesinado Luis Donaldo Colosio, no así necesariamente de la dirigencia panista, aun cuando planteara Durazo la posibilidad de adherirse al partido blanquiazul y abandonara oficialmente posteriormente el partido tricolor mediante una carta pública en la que expresaba duramente sus comentarios críticos muy al estilo de lo que ha hecho recientemente al renunciar a su puesto en el Gobierno.

Más sorpresa causó el hecho de que ante los movimientos que llevaron a Rodolfo Elizondo, anterior vocero oficial de la presidencia a la Secretaría de Turismo, se le diera al licenciado Durazo esa doble encomienda que elevaba sustancialmente su poder de influencia. Pero la superlativa se ha dado el pasado día cinco cuando se oficializó la renuncia al cargo y se conoció la carta justificatoria de la que entresaco algunos párrafos:

“El reto esencial del proceso de cambio actual era ejercer el poder público y jugar en la arena política bajo el paradigma de una nueva ética pública...(.) La alternancia rompió el molde de esa vieja cultura política. No lo reconstruyamos, particularmente, en la conducción del proceso de sucesión presidencial... (.) Por ello es rechazable la eventual participación del Gobierno en el proceso de sucesión, porque va a contrapelo de la ética del cambio. Pretender decidir desde el Gobierno quién será el próximo Presidente, como quien no debe ser el próximo Presidente fue el pecado original del viejo régimen. En ese contexto, no puedo hacer abstracción de las implicaciones de la incursión de la Primera Dama en el inventario de eventuales aspirantes a la candidatura presidencial. Valoro que si bien hay condiciones para lograr la continuidad del PAN como partido en el poder, no existen en cambio, condiciones propicias para la candidatura presidencial de la Primera Dama.

Ciertamente el país ha avanzado políticamente; tanto, que está preparado para que una mujer llegue a la Presidencia de la República, sin embargo, no está preparado para que el Presidente deje a su esposa de Presidenta.

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