El embajador de Venezuela, Walter Márquez, invitó al Dalai Lama a almorzar con el Grupo de Embajadores Latinoamericanos. La reunión se realizó con asistencia de los colegas de Chile, México, Perú y Surinam. Colombia, Brasil, Uruguay mandaron representantes.
La sencillez de Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama, cautiva. Aunque llano y “campechano” llegó precedido de una patrulla y tras de él un respetable contingente como escolta armada que le proporciona el Gobierno de la India.
Al llegar al pórtico de la Residencia fue saludado con chales blancos por todos nosotros, prenda con que se acostumbra recibir a esta figura que es la reencarnación de una sucesión de lamas que viene de varios siglos atrás. Todos participamos en prender la lámpara votiva con sus varias mechas.
Ya en la sala, la alocución del líder espiritual de más de tres millones de tibetanos versó sobre la necesidad de no confundir las meras apariencias de nuestra personalidad con la real. Lo que más importa, dijo, es no engañarnos confundiendo la verdadera realidad con lo que sólo parece serla. La emoción puede ser buena o mala. Las emociones malas son las que lo alejan a uno de la verdad. Pero hay que saber distinguirlas en la vida real. A través de una disciplinada meditación podemos separar lo ficticio de lo esencial. El alma, la persona o el “Yo”, queda desligado de lo circunstancial.
Una vez compartidas con nosotros éstas y otras reflexiones, el Dalai Lama, nacido de una familia campesina en 1935 y educado en el palacio del Potala en Lhasa, propuso meditar sobre la personalidad desvinculada de las apariencias o bien sobre la solidaridad que los humanos podemos darnos mutuamente. Guardamos silencio con él unos diez minutos.
Terminada la breve meditación pasamos al comedor contiguo al bien surtido bufete. Noté que el Dalai se distinguió por su buen apetito. Se sentó de nuevo en su lugar en la sala y despachó dos servidas de plátanos asados, arepas, frijoles, arroz, rollos de verduras y carne. No hubo vinos sino sólo agua natural y jugos de frutas.
Al ir terminándose el almuerzo, fueron surgiendo preguntas que le hicimos a su Santidad. Entre ellas recuerdo las siguientes: ¿la persona se pierde al alcanzarse la perfección espiritual que busca el Budismo? ¿se ha mejorado la humanidad a lo largo de los tiempos? ¿somos mejores ahora que hace muchos siglos? ¿qué pensar de los años futuros? ¿el Dalai Lama es optimista? ¿qué le dice el Budismo a la ciencia moderna? ¿qué piensa, por ejemplo, de la clonación de humanos?
A la primera pregunta el Dalai Lama insistió en que la personalidad, el individuo permanece. El alma es eterna en el mismo sentido que predica el cristianismo.
A la segunda respondió que seguramente las características físicas del ser humano han mejorado a través de la evolución; la capacidad mental y la educación ha producido un desarrollo En el hombre, empero, siguen las mismas pasiones y emociones. En esto no ha cambiado.
El Dalai Lama, que desde 1959 vive exilado con sus seguidores en el pueblo indio de Dharamsala cerca de los Himalayas, se muestra optimista en cuanto al Siglo que se inicia y considera que la innata tendencia del ser humano hacia la superación seguirá manifestándose en los años venideros. La experiencia de los países ricos y poderosos enseña que el mejoramiento material no asegura felicidad.
Antes de responder a la última pregunta sobre la clonación, vimos al Dalai hurgar en la bolsita de mano que siempre trae. Creíamos que buscaba algún texto u objeto que tuviera que ver con la respuesta que de él esperábamos. Nada. Sacó un cepillo y pasta, se levantó y sonriente como siempre, anunció que iba a lavarse los dientes. Le indicó a su acompañante que diera contestación a mi pregunta, pero el monje nos dijo que no se acordaba bien de lo que debía decir.
Regresó el Dalai. Dijo que los avances de la ciencia tienen que juzgarse en términos de la bondad o malicia que los inspira. No basta la curiosidad para justificar la experimentación científica. Ésta debe estar siempre dirigida por la intención de beneficiar a la humanidad. La clonación de humanos es un ejercicio que podría rendir buenos frutos si la intención con que se emprende es sana.
Era hora de terminar la reunión. Era el Día de Tibet según lo supimos después y había que ir a ceremonias alusivas.
El Dalai Lama salió al pórtico decorado con una figura religiosa en el piso. De uno en uno fue despidiéndose de nosotros. Una mujer tibetana con su pequeño hijo se acercó y con repetidas reverencias, profundamente emocionada, se inclinaba una y otra vez ante Su Santidad, quien le respondía con gran cariño bendiciéndola a ella y a su hijo. Todos observábamos la escena hondamente impresionados.
Ocupó Tenzin Gyatso el asiento delantero de su auto despidiéndose afectuosamente, dejándonos con el memorable recuerdo de haber convivido con el Premio Nobel de la Paz 1989 y una de las figuras más relevantes de nuestro siglo.
Nueva Delhi, 24 de enero 2004
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