¿Qué niña no sueña con ser una princesa? ¿Quién no quisiera portar una corona, usar zapatillas de cristal, bajarse de un carruaje y llevar un vestido amplio que arrastre tres metros de cola para casarse con el príncipe azul y vivir felices para siempre? Una boda real, nos seduce. Alguna fibra se mueve en el interior de millones de personas, y nos obliga a seguir el acontecimiento con atención. Y a pesar de las críticas de algunos puristas monárquicos, la figura de Letizia, llevada ya a niveles de estrella hollywoodense, nos atrae y promete engancharnos como en su momento lo hicieran Jackie Kennedy, la princesa Grace de Mónaco o Lady Di. Nos preguntamos: ¿Qué hay detrás de esos ojos? Empieza a obsesionarnos ¿Qué hace, cómo viste, qué dice, cómo se mueve? ¿Por qué tantas bebitas están siendo bautizadas con el nombre de Letizia, así, con z? ¿Por qué todos los trajes que ella porta, se agotan en los almacenes? ¿Por qué se han publicado tantos libros en torno a su vida e, incluso, hay uno de ellos que se titula Quiero ser Como Letizia? ¿Será que este fenómeno responde a la ilusión del cuento que se torna realidad, a la seducción del poder, a una forma de evasión y de escape, a un sentido aspiracional o a la posibilidad de soñar? La vida de reyes, emperadores, presidentes y princesas, a lo largo del tiempo, han estado envueltas en un carisma especial que nos seduce. En la historia, nos han atrapado personajes como Helena de Troya, Cleopatra, la Reina Victoria, Catalina la Grande, Eva Perón, y otras que podríamos mencionar. ¿Qué es lo que nos cautiva de ellas? Son personajes que, en su momento, pasan de ser meras mortales a tener calidad de diosas con las que la gente sueña y fantasea. Me atrevería a decir, por ejemplo, que, con la muerte de Lady Di, murieron también miles de sueños y mundos imaginarios de muchas fieles seguidoras. De hecho, lloraron esa partecita que en ellas había muerto. Quizás una de las razones sea ésta que nos da el escritor árabe Ibn Hazm, en El Anillo de la Paloma: Cuando los ojos encuentran un objeto claro y bien pulido, como el agua, un cristal, el acero bruñido o una piedra preciosa con lustre, destellos y brillo... esos rayos se reflejan de regreso en el ojo del observador y entonces se contempla a sí mismo y obtiene una visión ocular de su propia persona. Es decir, como en un espejo, queremos ver a los artistas, a las princesas o a las celebridades, para identificarnos con sus figuras y que nos regresen una mejor imagen de nosotros mismos. Alimentamos nuestra mente con su imagen inalcanzable, de modo aspiracional. Y sin ver lo que hay detrás del espejo, se convierten en un sueño. Y lo que más nos obsesiona de los sueños, es que son una mezcla de lo real y lo irreal. Si todo en los sueños fuera real, no nos seduciría. Si todo fuera irreal, nos involucraría menos. Es la fusión de realidad e irrealidad lo que nos embruja. Esto es lo que Freud llamaría lo asombroso: Algo que, simultáneamente, nos parece extraño y familiar. En el libro The Art of Seduction, de Robert Green, encuentro otras respuestas probables: Desde niños, dentro de cada uno de nosotros, llevamos un ideal de lo que quisiéramos llegar a ser. Algo que, en su momento, nos falta. Si somos miedosos, nos atraen los valientes. Si vivimos en la rutina, nos atraen la aventura y el peligro. Quizá nuestro ideal es más elevado, queremos ser más creativos, nobles y buenos de lo que somos, o deseamos personificar al guerrero... tal vez a la princesa. Nuestro ideal puede esconderse entre algunas decepciones, sin embargo, permanece latente en espera de ser despertado. Si otra persona parece tener la cualidad ideal, nos seduce. Cuando estamos en sintonía con lo que carecemos, con la fantasía que nos mueve y encontramos a alguien que refleja el ideal, nosotros nos encargamos del resto. Somos capaces de proyectar, en quien nos seduce, nuestros anhelos y deseos más profundos. Jung podría describir esto como los arquetipos que traemos en el inconsciente colectivo, aquellos personajes que permanecen como modelos a seguir, como el sabio, la guerrera, el guerrero o la madre. La seducción colectiva que producen las estrellas o las celebridades, a través de las pantallas, quizá se deba a que, hoy en día, son nuestro único mito. Vivimos en una época que parece incapacitada de generar grandes mitos o figuras que nos seduzcan, por eso buscamos estrellas. Las estrellas crean ilusiones placenteras, y la vida cotidiana es dura. Muchos de nosotros buscamos escaparnos constantemente con fantasías y sueños y las estrellas se alimentan de esta debilidad. Dice Bernard Shaw, que los salvajes adoran ídolos de piedra y madera; los hombres civilizados ídolos de carne y hueso. Con lo anterior, pienso que la nueva pareja real, deberá protegerse de la mirada constante del público para evitar morir consumida por la obsesión de quienes buscan seguir alimentando sus sueños, como ya ha sucedido en otras ocasiones. Mientras... Como las niñas, seguiremos soñando que somos princesas, ¿por qué no?, tal vez lo logremos, como Letizia.