Ponhea Leu (Camboya), (EFE).- No hubo modelos exclusivos ni sedas, pero la alegría y electricidad llenaron la atmósfera de probablemente la única carrera de cuadrúpedos de Camboya, cuando se dio la salida y los bueyes partieron disparados hacia la meta.
El abuelo Mao, un vecino de Ponhea Leu, poblado ubicado a unos 30 kilómetros de la capital, Phnom Penh, comentó que la tradicional carrera, que este año cayó el 23 de mayo, "se celebra cada año desde la caída del Jemer Rojo (1979)".
Las nubes llenas que avisan del comienzo de la estación de los monzones, o lluviosa, marcan el momento para la celebración de este acontecimiento insólito en el que participan por turno el cabestro y el poni camboyano, de alzada similar a la del mongol.
Los mansos tirarán, esta vez con prisa, de carretas y los jinetes demostrarán su maestría en el arte de montar sin silla en la pista diseñada sobre un arrozal y que carece de las barandas de protección para el público.
"Es una celebración del fin de la estación seca y disfrutamos mucho, aunque sólo lo celebremos una vez cada año", apuntó Mao, y al momento corría para apartarse del camino de un equino rebelde que embestía al gentío, mientras el jinete trataba de recuperar el control del animal.
La tribuna presidencial se montó entre la atracción de una antiquísima noria y el tocón de un cocotero.
Los lindes de la plantación, que en su día servirán para mantener el sembrado anegado, constituyen el teórico límite de la gradas y los entusiastas espectadores y la pista.
El espectáculo comenzó con las competiciones de bueyes tirando de carretas de madera. Les siguieron los ponis, en la única ocasión en la que estos diminutos pencos se emplean para montar, pues el resto del año trabajan de animales de tiro.
Los jinetes se ayudan de bocados construidos con piezas de la cadena de una bicicleta y cubren los ojos de sus "corceles" con trozos de plástico o de caucho.
La siguiente carrera es entre "Blanco Siete" y "Marrón"; los asistentes realizan sus apuestas mientras los concursantes se dirigen a la línea de salida, una raya marcada sobre la tierra.
El fuerte y rebelde carácter de "Marrón" obliga a retrasar el momento de la verdad y, a la postre, será la que determine su derrota al no seguir las instrucciones de su "jockey".
Una celebración en la que nadie lleva protecciones y donde la fiesta pasa su cuenta a cabalgadores, que visten pantalones cortos, y a los asistentes que la fatalidad ha colocado en la ruta de algún trotón desbocado.
"Es un poco de alegría para nosotros y además ganamos algo de dinero con el premio", comentó Bun Rath, un montador de 20 años de edad que subió al podio gracias a "Blanco Siete", un poni bautizado así por el color de su piel y el mes en que nació.
Rath explicó que su ejemplar "arrastra normalmente una carreta y traslada troncos hasta el aserradero. Nunca lo montamos, pero ha ganado porque es el que mejor se ha comportado".
Las carreras duran unas cinco o seis horas y atrajeron este año a poco más de un millar de personas.
De la fiesta vivida, la noria y los puestos de comida y bebidas sólo quedan por la mañana, sobre el arrozal, las marcas guardadas por el barro.