No es una idea demagógica, es ahora la urgente necesidad de despertar la autoconciencia de un sector importante de la pirámide social, que ha sido relegado y desvirtuado en la historia de América Latina. Aquí en el país, en los tiempos modernos, el engaño, el soslayo, el paternalismo, han sido algunos de los factores decisivos de un mal social que prevalece hasta la fecha.
Se han utilizado métodos poco racionales con la imposición de doctrinas e ideologías liberadoras y obsoletas, con tal de tratar de manipular una “masa” humana en difícil situación.
Los resultados históricos son patentes y el estatismo del problema es sostenido, con dádivas y programas incongruentes con tal de mantener quieta a la población rural.
A todo ello se agrega el centralismo del poder, la engañifa de la dictadura del proletariado y la inadecuada transculturación. Es tiempo de hablar con claridad. El mundo entretenido con las diversiones, el deporte y el vicio, fuera de todo contexto moral, disimula el problema grave del hambre y la pobreza, que crece cotidianamente y distrae toda atención de encontrar un cauce de solución y nadie está consciente de la necesidad de conjuntar esfuerzos, del estímulo a la producción de alimentos como prioridad en la supervivencia humana.
No es un mito lo de la sobrepoblación mundial. Ya somos alrededor de siete mil millones de habitantes en el planeta y nos damos cuenta que Thomas Malthus, a principios del siglo XIX externó una gran verdad: mientras la población crece en proporción geométrica, los alimentos lo hacen aritméticamente.
El investigador inglés tuvo razón debido a que los recursos naturales, que alguna vez se consideraron inagotables, se ven limitados y exiguos. La realidad es que la demografía creciente, exige la satisfacción de sus necesidades primarias y los millones de personas piden de comer, mientras se ahonda la división entre los países desarrollados, altamente industrializados, depredan sus hábitats, mientras los pobres que demandan una migaja de pan y ambos, dan al traste con el medio ambiente mundial.
Ante esta situación de diferencias y calamidades, viene a nuestra memoria los pensamientos de un investigador y educador brasileño, Paulo Freire, que en forma sintética externó como una alterativa lógica, la toma de conciencia del hombre del campo, que no debe ser por “extensión” de una metodología agraria obsoleta con el gambito de la mercadotecnia y los tratados de libre comercio. Tampoco debe ser sin conciliar intereses y la imposición cultural, sino con la comunicación permanente y constante de los ingenieros agrónomos que se convertirán en verdaderos educadores en su asistencia al campo.
Se deben respetar ante todo, los hábitos, técnicas y costumbres culturales, con un convencimiento lógico, a través del diálogo perdurable. La aplicación de la fórmula por el agrónomo educador, agrega Freire, podrá hacer ver que con técnica, modernización y humanismo, mejora la producción en beneficio de las familias campesinas y de todos lados, sin caer en un mesianismo tecnológico, ni en conceptos tradicionales de políticas erráticas que no han resuelto nada.
El tradicionalismo estático nos hace meditar con justa razón, que si bien todo desarrollo es modernización, no toda modernización es desarrollo y la palabra clave que se usa es la de extensión como se dijo arriba, en lugar de comunicación acertadamente, puesto que por extensión se entiende la invasión cultural, la superioridad, el mecanicismo en vez de diálogo permanente, la asistencia constante, con respeto a las tradiciones del campesino que datan desde la época colonial.
Por su parte, otros piensan que extensión abarca y aplica programas de escritorio, que por razones obvias no dan resultado alguno por ser impositivos, órdenes de una superioridad improvisada, como algo mecánico que llega al campo sin razonamiento lógico. En cambio, cuando se habla de comunicación, se entiende de informar, de participar, de vinculación e intercambio de ideas, con el pensamiento de conciliar intereses por el bien común. Esto es educación. Y como dice el investigador mexicano, Mario Miranda Pacheco, la educación es un proceso correctivo y conectivo entre la sociedad, la ciencia, la tecnología y la política.