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Conejo en la Luna/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Un secretario de Estado renuncia intempestivamente a su cargo para lanzarse, fuera de calendario, a la gubernatura de Tamaulipas. Pero al marcharse lleva consigo información delicada que puede utilizar en su provecho y contra el equipo cercano al Presidente de la República y contra el Presidente mismo. No vivirá para cumplir ninguno de esos propósitos: es baleado en un ataque semejante al que en el mundo real cobró la vida a José Francisco Ruiz Massieu, incluida la torpe operación de un sicario que es detenido y desata con su confesión una tormenta política y policíaca.

Esta es la síntesis de la primera parte de Conejo en la Luna, una película de próximo estreno (el pedido de autorización está en curso en la Secretaría de Gobernación). En la segunda porción los espectadores asisten, al mismo tiempo estupefactos y con la naturalidad de quien se asoma a hechos conocidos o sospechados, al montaje de un tinglado con que se busca ocultar los móviles y a los autores del crimen. La brutalidad policíaca se encargará de dar verosimilitud a la trama urdida para exculpar a los responsables del asesinato y de la corrupción que lo explica, sin importar que pierdan la vida o tuerzan la suya personas ajenas a la ruindad con que se protege a quienes, como dice el autor de la cinta, “no secuestran personas, secuestran al país”.

Jorge Ramírez-Suárez es el escritor, director y productor de Conejo en la Luna, una coproducción anglomexicana. Formado inicialmente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde cursó comunicación, se hizo después cineasta en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Hace diez años que vive fuera de México, aunque regresa a menudo, lo suficiente para percatarse no sólo de los acontecimientos relevantes sino también de los tonos y sensibilidades de un sector de la clase media mexicana, el que vive próximo al poder y eventualmente busca obtener provecho de esa cercanía.

El secretario de Gobernación y el presidente del partido oficial trasiegan millones de dólares a cuentas en el extranjero. Se apoyan para hacerlo en el diligente servicio de un banco británico y con la complicidad (o coincidencia de intereses digamos de modo eufemístico) del ministerio británico de Defensa, al que conviene mantener cuentas secretas para sufragar su política en Oriente Medio. De modo casi natural, mecánico, la corrupción conduce a la violencia criminal que, a su vez, genera terribles agresiones a quienes participan en un acto de corrupción subsidiaria (el tráfico de terrenos en una zona por urbanizar) y a los que envuelve de súbito un torbellino del que no pueden escapar porque oculta su condición delincuencial tras la mampara del Estado de Derecho.

Personaje central de la trama es el subprocurador de la república Macedonio Ramírez, encarnado por Jesús Ochoa, que correría el riesgo de verse estereotipado como comandante judicial (el papel que se le ha asignado en dos o tres películas recientes) de no ser porque su talento artístico le permite adoptar con aplomo y creatividad diversos caracteres, incluido el de benévolo anunciador comercial de un baumanómetro. Ramírez resume la brutalidad arbitraria e impune que ha sido medular, no accidental, en la procuración de justicia y la investigación policíaca en los ámbitos federal y locales de México y que no ha sido extirpada por completo y acaso ni siquiera atenuada. El personaje que Ramírez-Suárez encargó a Ochoa no es un estereotipo, ni una caricatura, sino un retrato cabal. Hasta podría ponérsele nombre propio. Más de uno. Menos puntual, pero no menos preciso es el boceto del presidente de partido, de repente embajador en Londres donde se explaya en sus singularidades genitales.

Bien escrita la historia, imaginativa y al mismo tiempo resultado de una observación perspicaz, Conejo en laLuna, se convirtió de magnífico guión en formidable película por las actuaciones precisas del elenco escogido por el director. Aun apariciones fugaces como la de Ricardo Blume (en el papel de la víctima inicial) aportan su credibilidad a la de la cinta en conjunto. A las presencias habituales en el novísimo cine mexicano, como la de Bruno Bichir y Álvaro Guerrero, se agregan aquí la de artistas inglesas como Lorraine Pilkington, Adam Kotz, Emma Cunnife y Reece Dinsdale.

Conejo en la Luna (cuyo título resulta del de un cuadro, clave de una añoranza sentimental que está en el nudo de la trama), cuenta entre las cintas que el 29 de septiembre concursarán para determinar cuáles envía la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas para el Óscar a la mejor película extranjera, o para los premios Goya de la Academia española. Dos días más tarde, el primero de octubre, será estrenada comercialmente, una vez expedida la autorización para ser exhibida.

Tuvimos ocasión de admirar esta producción en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario, con el auspicio de la Filmoteca de la UNAM. No han sido extrañas la política y su relación con el crimen, a las historias contadas por el arte cinematográfico mexicano, pero más de una vez el chato criterio gubernamental ha regateado la autorización para su difusión. Fue inevitable recordar, por el nombre de la sala en que nos hallábamos, el prolongado período en que no pudo ser exhibida La sombra del caudillo, o el conflicto al fin evitado por la presentación al público de Todo el poder, ya en las postrimerías del régimen autoritario. Hoy no debe haber problema: es otro tiempo.

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