La teoría sobre el comportamiento humano establece que los individuos son capaces de cambiar sus circunstancias o las circunstancias que los rodean únicamente cuando tienen un alto grado de insatisfacción con las mismas, lo cual les inyecta valor constancia y compromiso para lograr lo que se proponen. Tal es el caso de las personas que desean dejar de fumar, de tomar en exceso o de bajar de peso, o de la sociedad en su conjunto cuando desea cambiar el status quo político o social. Individualmente, cuando las personas están verdaderamente insatisfechas con su condición actual, es hasta entonces que los deseos de cambiar se convierten en un objetivo de fondo que tarde o temprano se logra. En la sociedad, cuando la situación se vuelve a tal grado insoportable y los individuos en su conjunto alcanzan un alto grado de insatisfacción es hasta entonces que se establecen las bases para lograr cambios de fondo y los propósitos se empiezan a convertir en realidad. Tal ha sido el caso de la elección del primer presidente de la república de un partido distinto al Partido Revolucionario Institucional (PIB) después de más de 70 años de soportar a los presidentes emanados de ese partido. Y el caso más reciente de insatisfacción ha sido la marcha contra la inseguridad de cientos de miles de mexicanos que hartos de la situación, con un nivel de insatisfacción que llega hasta las nubes, pusieron a temblar a todos los políticos responsables de mantener el orden y la seguridad en la sociedad y probablemente con ello, éstos se pongan a trabajar verdaderamente en resolver este grave problema.
Pero todo indica que hay algo que no nos ha llevado al nivel de insatisfacción apropiado para cambiar la situación que por muchos años ha imperado: el mal comportamiento de los mexicanos en el extranjero que provoca que no nos quitemos el estigma de tercermundistas y “manchemos el trapo” con acciones que nos marcan a todos y nos denigran y nos colocan muy por debajo del nivel en el que desearíamos estar. Cuando menciono que este comportamiento se ha presentado a través de muchos años quiero mencionar un caso que sucedió hace veintiseis años en la ciudad de Tokio en Japón. En el Hotel New Otani, el cual se encuentra ubicado en una de las zonas mas importantes de la ciudad, un grupo de cuarenta mexicanos del Distrito Federal, al momento de desalojar el hotel sostenían una acalorada discusión con el gerente y con los empleados de dicho hotel ante la incrédula mirada de todos los demás turistas que se hospedaban en ese lugar el cual prácticamente se mantiene al 100% de ocupación de sus más de mil doscientas habitaciones. Si los mexicanos somos por naturaleza extrovertidos y ruidosos sobre todo cuando formamos parte de un grupo, enojados, esto aumenta en forma exponencial y no hay quien nos gane. Aún cuando los japoneses se dirigían a los mexicanos hablándoles en ingles, éstos fingían no entender por lo cual me ofrecí de interprete para ayudarles a resolver el problema. Los mexicanos habían prácticamente saqueado las habitaciones antes de abandonarlas pues en sus maletas habían guardado las secadoras de pelo, las toallas, los relojes despertadores, las planchas, las batas de baño, las cajas de pañuelos desechables, el contenido del minibar y hasta los jabones de tocador y las botellitas de shampoo. Dentro de su ignorancia, estos mexicanos no sabían que si se hubieran traído los aparatos eléctricos propiedad del hotel, por ser aparatos de 100 volts, y en México la corriente eléctrica domestica es de 120 volts, los aparatos se quemarían de inmediato tal y como estaban ellos “quemándose” por ladrones y de paso “quemando” a México y a todos los mexicanos.
Después de veintiséis años del acontecimiento antes descrito, da pena ver que los mexicanos seguimos sin alcanzar el nivel de insatisfacción suficiente que nos mueva a cambiar y desterrar estos comportamientos que dejan muy mal parado a nuestro país. Nos damos cuenta a través de la televisión como en las olimpíadas de Grecia, la semana pasada, un miembro de la delegación mexicana, quizá pensando que todos los países son como el nuestro, hizo gala de su prepotencia y altanería, pretendiendo ingresar al estadio sin boleto y sin la identificación correspondiente del puesto que se ufanaba tener y soltando toda clase de palabras y señas obscenas a la dama griega que lo conminaba a retirarse, todo ello ante las cámaras de la televisión. Además, los comentaristas y payasos de la televisión mexicana, en su afán de ganar “rating” no dudan en ridiculizar a los griegos y a sus tradiciones, burlándose abiertamente de todo y los “comediantes” que aparecen durante las transmisiones de los juegos olímpicos de estas televisoras, tampoco tienen empacho en vestirse de lo que sea y decir lo que sea pues para ellos, el fin justifica los medios. Tienen razón en la BBC de Londres cuando dicen que si algún extranjero en México se mofara de la Virgen de Guadalupe o se vistiera de indígena mexicano para ridiculizarlo, los mexicanos de inmediato desaprobarían tales acciones. Y se quedaron cortos al decir eso, ya que seguramente los masiosares mexicanos, los políticos, serían los primeros en gritar que se estaría atacando la soberanía nacional y pedirían de inmediato que se les aplicara en forma fulminante el artículo 33 para echarlos del país.
¿Hasta cuando dejaremos los mexicanos estas actitudes y comportamientos?, ¿Hasta cuándo dejaremos de orinarnos en la flama de la libertad en Francia?, ¿Hasta cuándo dejaremos de accionar el paro de emergencia del tren en Japón?, ¿Hasta cuándo dejaremos de andar desnudos en bicicleta en Corea?. ¿Hasta cuándo llegaremos al nivel de insatisfacción que nos mueva a ser mejores?
¿Hasta cuándo?
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